Cuatro décadas atrás cuando algunos adultos de hoy éramos niños, por el único canal de televisión que teníamos pasaban aquella novela titulada “Un mundo de 20 asientos”. Subir el primer escalón y pagar el boleto era ingresar a otro mundo. Los chicos nos sentíamos grandes. El primer viaje podía llegar a tener tanto encanto como el primer beso. Era recibirse de mayor edad en un santiamén. Después era una fiesta. Lo llamábamos por teléfono al compañero que estaba en la ruta y -como por lo general los ómnibus eran puntuales y cumplían sus horarios- cuando se acercaba la parada del amigo sacábamos la mano para que no dudara y subiera. Eran compañeros de aventura. A veces, jugando, sacábamos más que la mano y cuando el chofer veía medio cuerpo afuera nos retaba con buena onda paternal. El viaje era una invitación para repasar la lección si alguno no la había aprendido bien o para el juego más divertido: viajar parado sin agarrarse. Todo iban bien hasta que el que manejaba decidía participar de la disputa. Al darse cuenta nos hacía la broma de alguna frenada inesperada. Era suficiente para que todos perdiéramos al mismo tiempo.

Ahora, estar en la parada suele ser un momento de tensión que obliga a mirar para todos lados. Nadie puede saber si llegará a tiempo. Y, la duda de si lo hará sano y salva, figura en más de una ecuación materna. El viaje dejó de ser un divertimento. Y, a partir de esta semana que no volverá nunca más, habrá menos ómnibus, menos choferes y el único más será para la espera que pasará a ser el doble, de 5 a 9 minutos.

No ha pasado mucho tiempo para la deformación del transporte público de pasajeros que cada vez es menos privado y más de todos. Depende casi exclusivamente de los subsidios que pagan todos los ciudadanos. El deterioro ha sido paulatino y nadie ha querido verlo pese a los gritos desaforados que alternativamente han hecho usuarios, empresarios, concejales y funcionarios a lo largo de los últimos 30 años. ¿Nadie pudo darse cuenta que las cosas cambiaban?

En la misma época en que viajar en ómnibus era una aventura divertida y creativa, los adolescentes sabían que por las noches podían tener un servicio nocturno que los salvaba del reto de los progenitores. Y, unos años antes, si el desvelo era exagerado, a las 5.30 ya pasaba el primer ómnibus para volver a casa. Era difícil tomar un taxi en la madrugada porque se trataba de un transporte de adultos que podían pagar o que en el bolsillo tenían algunos billetes.

El taxi era un servicio de lujo. Eso también es historia antigua. El taxi se fue deteriorando como transporte. Primero sirvió para el negocio de algunos concejales, incluso hubo alguno que terminó con condenas después que LA GACETA advirtiera sus deslices. Luego pasó a ser un importante negocio para hombres públicos que juntaban taxis como si fueran figuritas para coleccionar. Y, ahora es una discusión y una pelea estéril para evitar asistir al velorio de esta actividad.

No hace muchos años -menos de un lustro- asomó Úber y la decisión de los taxistas fue subirse al ring. No pudieron analizar lo que ocurría en todo el mundo con la aplicación y con la explosión de las digitalización de la vida que seducía y enamoraba a los jóvenes antes que a cualquiera. Por entonces, cuando se sugería desde la prensa o desde la búsqueda de la comprensión y no de la necesidad de hacer desaparecer al otro, los taxistas respondían cortando calles o violentamente. Actualmente, hay gente que pide Úber y llega a su lugar un taxi y al mismo tiempo desembarcan nuevos servicios que desafían a taxistas y uberistas y prometen menos riesgo de violencia en la ruta al destino.

Las peores bombas

El transporte es inherente a la vida escolar que desde hace un mes vive a los saltos por las amenazas de bombas. En la época en la que el transporte funcionaba con puntualidad inglesa las bombas no eran amenazas. Y, más de una vez el paisaje urbano del día anterior eran escombros del día siguiente. Actualmente  la palabra bomba hace que los abuelos vuelvan a contar el cuento del “Pastorcito mentiroso”. Pero más que nada patentiza el grado de incomunicación de la sociedad con sus dirigentes.

“Las amenazas vienen de los gritos del silencio”. La contundente frase le pertenece a Claudio Fernández, director de la escuela Técnica N°1 que recibió más de un alerta de bomba. Esos gritos son los que no pudo escuchar el ministro de Educación de la provincia Juan Pablo Lichtmajer que milita la filosofía del Presidente de la Nación: “cuantos más problemas aparecen más desaparece”.

Lichtmajer no es el único ministro que se vuelve invisible. Fabián Soria después del papelón de su renuncia y después de la promoción de su esposa como candidata a reemplazarlo en la UTN también desapareció de escena. Sus papelones merecían una explicación o un pedido de disculpas.

Lo curioso es que sus jefes (Osvaldo Jaldo o Juan Manzur) ni siquiera reaccionaron. Estas actitudes de jefes y subordinados demuestran que las preocupaciones en Casa de Gobierno son otras.

Ayer, incluso Sergio Massa llegó a arengar que si un funcionario no funcionaba debía ser despedido. Está claro que está en campaña porque nadie se anima a llevarle el apunte. La vida pública está atada por una telaraña de intereses personales y económicos, antes que públicos y de servicio a la comunidad.

En aquellas épocas de taxis caros y limpios y de ómnibus divertidos, seguros y puntuales, cuando los resultados electorales no acompañaban o el funcionario no estaba a la altura de las circunstancias o simplemente fallaba en algo, iba y presentaba la renuncia a su superior.

Tucumán no es una isla en la actualidad. Los argentinos le pagan el sueldo de presidente a Alberto Fernández y éste parece no darse por aludido. El problema en nuestra provincia es que el propio gobernador parece afectado por un virus similar desde que se quedó afuera de la fórmula presidencial.

Unidos por la misma historia sólo uno o dos funcionarios provinciales o municipales ha sufrido las consecuencias por no ocuparse de los problemas de esa área. Ahora todo está reducido a que se ponga más plata o a pelear a ver si se puede destruir al enemigo. La lógica del diálogo o de analizar los problemas para solucionarlos ha desaparecido de las instituciones tucumanas. Hasta en el Colegio de Abogados se ha visto esta agresividad. En vez de festejar el Día del Abogado o las virtudes de Juan Bautista Alberdi, se han preocupado por  buscar un enemigo.

Esta semana que también se va para siempre estuvieron en los estudios televisivos de LA GACETA el titular de la Sociedad Rural y de la Federación Económica. Analizaron distintos aspectos de las medidas adoptadas por Sergio Massa, el indescifrable ministro candidato. En un momento Sebastián Murga y Héctor Viñuales Santa Fe coincidieron que el futuro de la Argentina será mejor. Pero dejaron muy en claro que eso empezará a ocurrir a partir del 10 de diciembre. Más allá de que los augurios exigen o sentencian un cambio político dejan traslucir el gran problema de la Argentina en la que los problemas no pueden ser resueltos por las actuales autoridades porque no se hablan, porque no se escuchan o porque simplemente están destinados a zaherirse.

Así seguirá el deterioro y nunca se escucharán los gritos del silencio.

Un aparecido

La Argentina esquizofrénica que nos toca vive un presente caótico y futuro mejor tras un proceso electoral atípico. A éste último se le sumó una figura inesperada: el candidato a ministro de Economía de Patricia Bullrich. La aparición de Carlos Melconián sirvió para que la candidata de Juntos por el Cambio se recuperara y presumiera de tener equipo. Fue un parate para la carrera desenfrenada que lidera Javier Milei en pos de la Presidencia de la Nación. Massa anda perdido en tantos roles que le tocan ejercer y esta vez se mareó explicando las medidas económicas de las que ni él mismo parecía convencido.

Los franceses que promovieron el ballotage acuñaban una frase: “En la primera vuelta los franceses votan con el corazón y en la segunda con la cabeza”. Lo decían a propósito de la izquierda francesa que durante décadas hacía buenas elecciones en la primera vuelta y después era derrotada en la segunda.

¿Cuál será el corazón y cuál la cabeza en nuestra Argentina? Es difícil saberlo cuando el cáncer de la inflación ha hecho metástasis en todo el cuerpo.

Mientras los argentinos analizamos esta encrucijada, en Tucumán nos preguntamos para qué sirven los asientos reservados de las primeras filas del ómnibus. Algunos piensan que esa reserva es para perpetuarse en el poder porque sienten que les pertenecen; otros creen que implica levantarse y dejar de ocuparlos por respeto a todos y para valorar el futuro.