Por Gabriela Álvarez
Gorriones que anidan en las manos, último libro de Misael Castillo (Santa Fe), publicado por Falta Envido Ediciones (Tucumán), podría decir que no son palabras las que lo inauguran, sino un sol cuya perfección geométrica engloba un naranja tierroso, dudo si existe esa palabra, pero sería esa. Un sol tierroso que flota sostenido desde su curvatura por alas negras con líneas grises, alas con la textura de un helecho y del cauce de los ríos. Un sol tierroso y con alas, que gravita sobre el cuidado de un gorrión, un gorrión que no vuela, apenas se posa sobre un horizonte mirando el corte donde un libro se termina.
Este poemario fue presentado en Agosto, en la 5ta edición del Festival Intergaláctico (FIDEO). Para esa presentación, estuve leyendo algunas entrevistas que encontré del autor en la web. Misael es muy joven, lleva publicado varios libros con anterioridad a este. Me sorprende cierta lucidez que encuentro en sus reflexiones respecto a su hacer poético, y su posicionamiento político. Incluso, a la claridad que ilumina sus dudas e incertidumbres.
Pienso así, en el desafío de buscar cierta consciencia en el no saber, de esa invitación que, al abrir un libro nuevo, me lleva a la idea de dejarme abandonar en la tarea de la búsqueda, y de dejar aparecer un territorio, que por mas que se le parezca a otro, me resulta desconocido, con cierta intención de quien cierra los ojos para escuchar un cuento:
Inestabilidades
La casa
tenía un aljibe
abandonado
al pie del derrumbe
No todo
lo que tambalea
termina por ceder
Ellos decidieron
que sería mejor
derrumbar
lo que pendía
del silencio
Tiene forma
de amor
dinamitar
lo irreparable
La voz poética en este libro es una voz observadora del otrx, sensible con los gestos, meticulosa con la justicia. En la mirada del poeta ocurre el paso del tiempo como una nostalgia que no romantiza el presente ni el pasado, pero que es consciente de la transformación que se sucede alrededor de los cuerpos. Esa idea de la erosión, la fricción de los elementos, los movimientos que van ciñendo el aire y la estabilidad.
Su poesía me lleva a entender que es diferente pensar en la escritura como reparación, a la escritura como mirada de justicia. No existe un intento aquí por reparar un daño a través de la palabra, al menos, no un fin en sí mismo. Pero sí se ejerce la voluntad o lo que Jabes diría de: devolver el agua, al agua. Me es inevitable retomar el poema de Pizarnik si digo agua ¿beberé? Quizá con la pregunta podamos despertar, con la palabra podamos crear el agua para despertar.
En el poemario, el interior de una casa, el oficio de la construcción, las vías del tren, los bordes de los ríos son un hábitat comunitario; y en esa quietud, entre amanecer y atardecer, viven quienes protagonizan el paisaje con sus manos, sus silencios y sus juegos, el juego como un ir y venir sin pensar. Los escenarios conforman lenguajes que la poesía en su construcción distingue o ilumina, como si prendiera un foco en el medio del monte. La voz poética mira algo ahí, que otrxs no vemos, como pequeñas diapositivas de saberes. Cito al autor:
Relatos
El pitogüé entonaba
silbidos posado
sobre
el tanque de agua
Me habían dicho
que su silbido
significa muerte
Me resguardo
cuando asoma
como si no existiesen
otras cosas
de qué cuidarse
(…)
Entonces aquí me gusta pensar en esa comunicación: en la idea de lenguaje, gestos, imágenes y musicalidad.
En el lenguaje y los gestos de este poemario hay una forma de hablar al otrx, directa y situada. Una imagen se abre para ubicar a la lectora o al lector como si alguien nos llevara de la mano y nos alojara en un sueño que sin esa voz no hubiéramos podido soñar. La voz poética es una guía que abre un mundo donde ingresamos con el cuidado de otrx. De quien enuncia.
Pienso que ir de la mano con un otrx es ir contra el olvido. Y esa es una idea del trabajo, el trabajo con otres o hacia otres. El trabajo del tiempo, del clima, de las estaciones, el trabajo del movimiento, el de la sabiduría. El trabajo sobre los objetos y las cosas, las marcas que poseen de lo imperfecto como un soporte para la intranquilidad:
Castigos
(…)
Las marcas del cuchillo
Dibujos de heridas
en la mesa
Las patas
eran un mensaje
el equilibrio
es ternura
que empalaga
(…)
Pero los lazos de amor que se visualizan son los que acompañan a desvestir la falta.
Quizás detrás de toda carencia aparezca la humanidad:
Sabidurías
Comenzaste
a tender una vereda
donde sacudir el barro
que arrastrabas
(…)
Acaso todo lo que hace el hombre sea un trabajo invisibilizado; trabajo como la construcción de un saber, de un mapa de supervivencia, de quien consigue sus propios medios; su forma de producir la realidad sea construir la casa, el fuego, la comida, la vereda por donde se limpian nuestros pasos. Entonces qué de la belleza que ocupa aprender a hacer lo imprescindible. Y qué de la belleza que ocupa aprender a conocer que lo imprescindible se hace con el cuerpo. Como verdad de quien arma y desarma su propia subjetividad. Como quien escribe sin copiar, sino escuchando, quien escribe con el recuerdo para hoy no dar por perdidas las batallas. Porque aquel que desea conocer los gorriones, aprende cómo comunicarse con ellos.
Y aquí hay algo que me pregunto desde la poesía de Misael ¿Qué proyectamos en las cosas? o ¿cómo se proyecta nuestra humanidad sobre las cosas? Y pienso que lo poético es aquello que permite la reescritura, esa idea de caos y belleza que no está inscripta en otro lado. Esa posibilidad de hacer una casa sobre el borde del río Salado y que sea la casa del poema.
Y aquí me pregunto también ¿qué es lo propio para la poesía? ¿Acaso la poesía puede hacer perder el sentido hegemónico de propiedad? ¿Acaso la poesía permite vivir con su lectura y escritura una experiencia de desposesión para ir hacia la revitalización de lo que parece dormido, de lo que parece una estadística, de lo que parece?, ¿qué parece?
Acaso la poesía devuelve ese sentido tan justo para cada unx de nosotrxs, de nosotrxs decir -por aprendizaje y diálogo, por creatividad e imaginación, por amor u odio- el qué.
De nosotrxs decidir el modo en que algo puede ser tocado. De salir de la inocencia y volvernos un poco más libres.
Nuestro único bien es la palabra, escribe Jabes, nuestro único bien es el cuerpo, acompaño.
Cito al autor:
Reciclar
(…)
Tanto tiempo
cabe en la distancia
en el fuego
de la noche
De un solo corazón
no salieron
todos estos
ladrillos
En cada uno
viven todas las manos
de este mundo
(…)
Entonces, retomando una discusión que siempre ronda y sacando de contexto todo lo posible en esa realidad, la pregunta de si la poesía sirve o no sirve, no me representa, no me interesa, porque me interesa al menos entender, sentir y habitar que el ejercicio de la poesía es un hecho, un hecho enorme.
Voy a cerrar con unas palabras de Edmond Jabes: ha sido necesaria toda la inteligencia del corazón para distinguir el bien del mal (…)
Hablas y de pronto eres mil palabras en pie.