Por Mario Flores


Este libro lo conseguí en el stand I29 de la Feria de Editores que se llevó a cabo los primeros días de agosto de 2023 en el Complejo Art Media de Buenos Aires. Allí, el Colectivo La Fiera reunía publicaciones de Editorial Toxicxs, La Papa, Monoambiente, Inflorescencia y, quienes vienen al caso, la Cooperativa de Trabajo Editorial La Cascotiada, de Tucumán. El libro es delgado, sus guardas son transparentes y dos broches completan la encuadernación simple y prolija. Nunca tanta genialidad pudo caber en 30 páginas de 11x17 cm. Y es relevante el dato de las coordenadas del hallazgo puesto que los productos de edición artesanal son imposibles de conseguir de otro modo: no por limitación productiva sino por una decisión estética y política, estas publicaciones especiales circulan a través de una dinámica de distribución diferente a la de los sellos industriales o de índole puramente comercial. El colofón de este volumen, que pertenece a la Colección Tres Cuentos, dice: “Elaborado artesanalmente por Cooperativa de Trabajo La Cascotiada LTDA, Tirada de 10 ejemplares preliminares, JUNIO 2023”. Entonces, se trata de un fascículo que consta únicamente de tres relatos de Luciana García Barraza (nacida en 1996). Los tres cuentos son breves y veloces, su orden no es cronológico ni temático pues no responden a una tentativa de esgrimir una única voz, al principio sólo en primera persona, y aunque el volumen parezca liviano y pequeño, es uno de esos libros livianos que, de repente, se vuelven pesados. Hay una fuerza de gravedad terrible y siniestra que se desenvuelve en la (hermosa) diagramación de este triduo de escenografías brutales, citadinas pero no pretenciosas, sobrenaturales pero no fantasiosas.

El primer cuento, “Moscas”, es una muestra de esa escritura visceral y carnívora, que no fuerza el escenario hasta volverlo surrealista: hay un despegue del realismo hacia el asco, lo repulsivo. Quien narra está dentro del colectivo, con nosotros, y a medida que el viaje se vuelve tenebroso quien narra hace lo posible por sacarse de encima los cuerpos que se han desmayado por el calor, por el miedo, por la plaga. Pero el elemento de extrañeza (las moscas del título, cual plaga bíblica) no es un injerto de otro género que busca el efectismo de la sorpresa (un error común en muchxs autores que, como cortázares de línea de ensamblaje, siguen aún vomitando conejos pensando que de ese modo desdoblan la realidad, oh ingenuidad, cuando la reducen a un chiste repetido). García Barraza, en estos tres cuentos no tiene la necesidad de generar golpes de impacto por gusto efectista: introduce elementos grotescos y crudos dentro del marco de imágenes que ya estaban ahí de antemano, donde se vuelve imposible mirar a otro lado. “¿Por dónde han entrado las moscas, si las ventanillas se mantuvieron cerradas? La hipótesis perversa es que estuvieron dentro todo el tiempo, pero no lo querés creer. La insólita conquista te boquiabre inmensamente. ¿En qué momento nos han invadido? ¿Por qué impunidad vienen y destruyen con la sutileza del insecto? Es que son tantas. Todo esto te decís mientras pensás en los que te esperan en casa. Pero nadie va a venir. Nadie va a llegar”.

El segundo cuento, “Esta noche en mi casa”, puede leerse como el relato más “ortodoxo” del tríptico, si es que se puede considerar ortodoxo algo en la literatura de García Barraza, cuya obra poética ya es observada en ciertos circuitos, tengo entendido, como un proyecto “de culto”. Este cuento es otro ejemplo de cómo volver innatural un monólogo interminable: la contundencia no reside en lo anecdótico ni en el discurso psicológico de la narradora, porque no se trata de un diario íntimo en tiempos de pandemia (me niego rotundamente a pensar que se trata de un simple cuento sobre aislamiento y soledad psiquiátrica, aunque seguramente los lectores promedio se sentirían tentados a “identificarse” con esta última característica), tampoco se trata de una descripción eterna del escenario, porque no hay escenario. En tiempo real, asistimos al absurdo y la pantomima, pero también a esa coyuntura poética, menos prosaica, que ya estaba pactada desde antes. “Esta noche en mi casa” es, justamente, una noche, en una casa, un plan, la estructura maquiavélica de una joda, el vacío ¿inexplicable? En este relato, la narradora se manda mensajes a sí misma, predice el futuro a la vez que mordisquea el pasado con la misma obsesión con que revuelve sus prendas tiradas en el suelo hasta elegir qué ponerse. “Mis manos acariciando el aire mientras bailo, mientras tomo, mientras las estrellas me miran, o me vigilan, o me conjuran, mientras sigo bailando, en el fondo de mi casa en el fondo de mi miedo”. En un pasaje del cuento, la narradora explica (o traduce) en palabras humanas el tipo de texto: “¿Qué suena ahora? Sad balada”. Es eso, exactamente, lo que ocurre en esta lectura.

El tercer cuento, “Hospitales del futuro”, es una especie de panegírico distópico sobre la salud, el cuerpo y la mente. Dividido en varias partes que dibujan una constelación secundaria de relatos alternos (el tipo de bloque de texto aislado que usualmente utiliza Francisco Bitar o Paula Brecciaroli, que permite que el texto respire y sus propias divisiones establezcan pantallazos de lucidez entre los personajes hechos pedazos), retoma la aventura por lo descarnado. “El dolor es una fantasía egoísta, dice el psiquiatra”. “Las secretarias piden economía emocional”. “Todos pueden aguantar un poco de muerte”. “El llanto de los bebés encerrados como la bajada de los querubines malditos”. En este último cuento, García Barraza sí pone a dialogar a los humanoides sin rostro, hijos del sistema, que habitan los centros de salud, derruidos y apáticos, a diferencia de los otros dos textos en los que prima una narración protagónica. Aquí juega con distintos ángulos de cámara y se atreve a una perspectiva tan oscura como original: “Un agujero negro, las chupa en dimensiones, de las cuales sólo resiste la memoria, que, como todo en el mundo, peca de perecedera”. Es por ello que este es un libro liviano que se vuelve pesado: mete el dedo y revuelve con orgulloso detallismo un poco de ese mundo paradigmático y bizarro que llamamos “el ahora”, donde no hay espacio para el optimismo inocuo de lo testimonial, sino que avanza a paso firme entre un escenario y el siguiente, los mezcla y los atesora.

El paso de la poesía a la narrativa, y viceversa, deja innumerables intentos fallidos de gente que disloca su tentativa de obra impregnando con su propia identidad biográfica cualquier oración. Pocas veces alguien logra destreza y experticia en ambos géneros, sin detenerse en uno en particular por preferencia o conformismo. Luciana García Barraza logra un acierto prometedor, en la medida justa.