A menudo nos preguntamos la razón y el origen de la decadencia argentina, visible no solo en los datos comparativos confeccionados en y fuera del país, sino en la percepción de la vida cotidiana. ¿Cómo y cuándo comenzó el declive? ¿Cuáles fueron las decisiones equivocadas que condujeron al fracaso estrepitoso? ¿Por qué el PBI por habitante de América latina creció 110 % en los últimos 50 años y el nuestro sólo 15 %?
Retomo la pregunta del protagonista de Conversación en la Catedral, la celebrada de novela de Vargas Llosa, y la aplico a la Argentina. Son varios los períodos críticos en los que el giro de los acontecimientos resultó contrario a las expectativas de crecimiento en paz de los argentinos. 1966, ¿merece formar parte de la lista de oportunidades perdidas? Entonces fue derrocado un gobierno republicano, electo en comicios en los que el peronismo estaba proscripto, pero que se proponía restablecer las instituciones, impulsar la economía, y fundamentalmente pacificar a la sociedad.
No fue este gobierno “ineficaz, e “inoperante”, como se lo acusó hasta el hartazgo. El presidente Arturo Umberto Illia (1963-1966) tomó iniciativas en cuestiones como el de la regulación de la actividad sindical, todavía hoy pendiente de soluciones, como también en la negociación con los británicos en torno a la soberanía en las Islas Malvinas.
Junto a su equipo, dio ejemplo de vocación de servicio, en medio de acusaciones y burlas que oscurecieron su obra de gobierno y la redujeron en la memoria colectiva al desenlace del golpe cívico militar que lo destituyó.
Eran tiempos difíciles para los gobiernos democráticos de la región. En la Conferencia Tricontinental de La Habana (enero del 66), el primer ministro Fidel Castro había convocado a la lucha armada en América latina, en el marco de la guerra fría. Dijo Fidel que la lucha revolucionaria ya se desenvolvía en Venezuela, Perú, Colombia y Guatemala; luego vendrían Brasil, Ecuador, Argentina y Paraguay. La amenaza no quedó en palabras: en noviembre del 66, Ernesto Che Guevara instalaba campamento en Ñancahuazú, Bolivia, con el objetivo de bajar al norte argentino.
El discurso violento de La Habana sustituía el objetivo vigente del Desarrollo, por el de Liberación, eje de los trágicos años 70, sin considerar que así impulsaba la prédica de los sectores civiles y militares golpistas. Por su parte, intelectuales como Régis Debray, que escribían en La Rosa Blindada, editada en Buenos Aires, vaticinaban el fin de la era de los gobernantes social demócratas, “expulsados por Cuba de la escena revolucionaria”.
En la Argentina, desde las usinas periodísticas más sofisticadas, dotadas de fuerte respaldo empresario, se promovía el advenimiento de un gobierno militar de unidad nacional, enérgico en la lucha contra el marxismo y capaz de asegurar al país el “destino de grandeza” que se merecía. El Brasil del mariscal Castelo Branco, y la España del generalísimo Franco, constituían los modelos más admirados por el nacionalismo/desarrollista.
Ese deslumbramiento, tan nuestro, por supuestos éxitos ajenos, ignoraba lo que se estaba logrando en el país, sobre la base de una conducción económica honesta y prudente, que tuvo aciertos y cometió errores, como la anulación de los contratos petroleros de la gestión anterior (presidencia Frondizi).
Gracias al aumento de las exportaciones y de la recaudación, mejoró el salario hasta alcanzar el 41 % del PBI. La pobreza era del 5 %. La elevada inversión en educación, 23 %, y la legislación sobre medicamentos señalaron el rumbo en materia social, mientras que los proyectos de la represa de El Chocón-Cerros Colorados, y los puentes que unirían a la Mesopotamia con el resto del país, indicaban continuidades en materia de desarrollo.
La juventud rebelde de aquellos años se sentía atraída por el entretenimiento y las modas culturales generadas en los países occidentales, pero rechazaba la intervención de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam, y escuchaba las voces provenientes de Cuba y de China- que en ese año 66, comenzó la “revolución cultural”, que empoderó a Mao, mediante la humillación de cualquier posible opositor-.
El golpe de Estado de junio del 66 se llevó a cabo en medio de la indiferencia de la ciudadanía. Un mes más tarde, la intervención de las universidades nacionales puso punto final a la experiencia reformista nacida en 1955. Los desórdenes y protestas que tuvieron lugar en Córdoba semanas después, fueron obra de la nueva oposición, integrada por jóvenes católicos, los “integralistas”, proto montoneros que contaron con simpatías de parte de la sociedad y anticiparon el estallido del 69.
Esto se relaciona con otro acontecimiento de la época: en 1966, terminado el Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica difundía los documentos que apuntaban a la tolerancia y la convivencia con otros credos y demás novedades propias de los nuevos tiempos.
Pero en la Argentina, la dictadura militar ejercida por el muy creyente general Juan Carlos Onganía que nombró en sus cuadros administrativos a funcionarios provenientes del catolicismo más tradicional, contribuyó a la rebelión dentro de la propia institución eclesiástica. Ejemplo del nuevo clima de ideas es la revista Cristianismo y Revolución, cuya figura ejemplar fue el clérigo guerrillero colombiano Camilo Torres,.
En síntesis, la dictadura que cortaría con la espada los nudos gordianos que impedían el esplendor de la República, la dejó 7 años después dividida, paralizada, y encaminada hacia un espiral de violencia política sin precedentes. Algunos de los protagonistas del golpe aprendieron la lección y pidieron perdón al doctor Illia; habían comprendido que la vía pacífica, constitucional y la mediación de los partidos, valían más en el mediano plazo para asegurar el bienestar general que la promesa imposible de ingresar por la fuerza a “la Tierra Prometida”.
*Fragmento (Sudamericana).