En, “If…” (Si…), uno de sus poemas más recordados, Rudyard Kipling escribe: “Si te encuentras con el triunfo y la derrota, y a estos dos impostores los tratas de igual forma (…), la tierra y cuanto en ella existe es para ti”. Ni se triunfa tanto como se piensa, ni se fracasa tanto como se cree. Los pasados comicios presidenciales de la Argentina deben mirarse a la luz de esa advertencia del ganador del Nobel de Literatura en 1907. Porque la primera vuelta electoral ha demostrado exactamente eso con respecto a las PASO: el triunfo y la derrota del 13 de agosto eran, finalmente, dos impostores.
Ahora que las urnas exponen el engaño del triunfalismo y del derrotismo, algunas cuestiones quedan expuestas sin maquillajes. Y se convierten en elecciones para los decisivos comicios del próximo 19 de noviembre. Se pueden agrupar en una suerte de cinco claves camino al balotaje.
El porrazo
La primera de ellas, siguiendo la lógica de Kipling, consiste en que el optimismo es tan injusto como el pesimismo. Dicho de otro modo, subestimar al adversario, en la disputa por el poder, es un error que puede pagarse tan caro como sobreestimar las propias fuerzas.
En términos de lo ocurrido ayer, ya debería quedar más que esclarecido que el peronismo no pierde por sí mismo las elecciones: hay que ganarle en las urnas. Pensar lo contrario es casi un delito de lesa política, porque incluye simultáneamente una subestimación de ese movimiento, a la vez que una sobreestimación de quien lo enfrenta. De ese crimen electoral ha sido culpable ayer la inexperta agrupación La Libertad Avanza. Javier Milei, finalmente, no tenía absolutamente ninguna posibilidad, ni remota siquiera, de ganar en primera vuelta. Pero dijo todo lo contrario.
Claro está, no ha sido tan derrotado como le gustaría a Unión por la Patria. Que ese joven partido vaya a disputar la Presidencia mano a mano con el peronismo es, como Milei destacó en su discurso, un verdadero hito. Victoria Villarruel también lo dimensiona correctamente: hace dos años aparecieron en el mapa electoral argentino con tres diputados nacionales por la Ciudad de Buenos Aires. Hoy pueden consagrar al próximo Presidente de los argentinos. Por lo pronto, ya tienen la llave del quórum en la Cámara Baja: ahora son 38 parlamentarios allí. El oficialismo perdió 11 y quedó con 107. Juntos por el Cambio sacrificó 24 y quedó con 94. Nadie tiene los 129 escaños que dan el quórum. Todos deben negociar con los libertarios para sesionar.
Sin embargo, engañado por haber terminado primero en las PASO, Milei repitió durante la última semana de campaña: “estamos cerca de ganar en primera vuelta”. De ese exitismo a terminar a terminar segundo hay distancia suficiente como para que el golpe sea un porrazo. El candidato liberal, finalmente, es víctima de las propias expectativas que generó y que no satisfizo.
Ganadores de internas
El triunfalismo es quien se encargó de estafar a Juntos por el Cambio. El frente electoral conformado por el PRO, la UCR y la Coalición Cívica dio por sentado en enero que volvería a ocupar la Casa Rosada para fines de este año: ahora mirará el balotaje por televisión. El impostor que los engañó los condujo hacia una interna, en tiempos en que la sociedad tiene “Tolerancia Cero” para la pelea política. Debieron haber aprendido de la lección que el peronismo tucumano les había regalado dos años antes. En 2021, el enfrentamiento entre Juan Manzur y Osvaldo Jaldo, que derivó en una cruenta PASO en agosto, puso al Frente de Todos al borde de la derrota en octubre: apenas se impusieron por un 2% sobre Juntos por el Cambio. Dicho de otro modo: ni el PJ aguanta internas a estas alturas de la crisis. Una crisis que comenzó en 2008, como en todos los países occidentales, y que nunca fue superada en la Argentina, como casi en ningún país occidental.
El pueblo ya no soporta las rencillas de poder: sólo quiere dirigentes enfrascados en buscar la manera de darles soluciones. Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, y sus respectivos socios radicales, supusieron que dar la pelea interna significaba definir quién sería el próximo conductor de los destinos del país. Al final, lo que estaban definiendo era el camino para no ser más protagonistas del poder. Y en la política, el que no está sentado a la mesa del poder, está dibujado en el menú.
Ni la economía ni las redes
Aunque Bill Clinton impuso en los 90 el provocador eslogan “Es la economía, estúpido”, lo cierto es que el factor económico no explica, ni remotamente, la totalidad de los fenómenos electorales. Ni en el caso argentino ni en la mayoría de las democracias. Por el contrario, el factor ideológico sigue jugando un papel trascendental.
Eso sí, esta última variable es apreciada en mayor medida sólo por los tradicionales partidos de masas, como el peronismo. En esas estructuras, donde la movilización aún juega un papel central, todavía tienen lugar la militancia y el trabajo en el territorio. Por el contrario, esta cuestión escapa a los modernos partidos de tecnócratas, donde no se milita sino que “se especializa”. Las nuevas fuerzas políticas son agrupaciones de politólogos, de psicólogos, de sociólogos y de comunicadores sociales, todos debidamente formados en laboratorios académicos: son especialistas en el análisis de datos, pero no de aquellas “fuerzas profundas” que no alcanzan a ser cuantificadas como, precisamente, lo es la influencia ideológica.
Entonces, “ganar” en seguidores, en “Me Gusta”, en visualizaciones y en contenidos “compartidos” en las redes sociales no reemplaza completamente (cuanto menos, no por ahora en este país) el trabajo de campo. El triunfalismo en “Tik Tok” o en las búsquedas en Google es tan efímero como los vídeos y las consultas en ambas plataformas.
Maquillaje aparatoso
El poder es un camuflador de desastres. Y los triunfos electorales son los maquilladores oficiales. Que Sergio Massa terminara primero en la elección de ayer convierte al “Plan platita” en un acierto a los fines electorales, pero de ninguna manera lo exonera de las consecuencias desdorosas para las finanzas de la Nación. Para terminar como una de las dos opciones del balotaje, el Gobierno emitió dinero por el equivalen al 1,5% del PBI. Y lo hizo en un país donde el Banco Central carece de reservas. O peor aún: presenta un saldo negativo por encima de los U$S 10.000 millones.
Que haya sido el más votado no elimina los espantosos resultados del ciclo de Massa como ministro de Economía. Cuando asumió, el 3 de agosto de 2022, el dólar “blue” cotizaba 291 pesos, la inflación mensual era del 4% y la inflación anual era del 95%; y la pobreza se mantenía en los niveles heredados de Cambiemos: en torno del 35%. Hoy, el dólar “blue” ronda los 1.000, la inflación de septiembre, por segundo mes consecutivo, superó el 12%; la inflación interanual ronda el 140%; la pobreza consolidada del primer semestre fue del 40,1%. Es decir, generaron más pobres que el gobierno anterior.
Y está “el aparato”. Que Massa pasara de tercero en las PASO a primero en las generales también responde al uso descarado de los recursos del Estado en favor del candidato oficial. Descaro que en otros países de América Latina es, directamente, delito. En México no sólo se pena con prisión el acarreo de votantes o la entrega de dinero o mercaderías durante los comicios: se prohíbe la entrega de ayudas sociales un mes antes de los comicios. Esa asistencia se anticipa con la debida antelación. Aquí se pagaron planes sociales hasta el viernes. Y hoy seguían liquidando becas.
Ningún triunfo disfraza ese daño a la democracia. Mucho menos lo justifica.
Sin “libertad de acción”
En 2010 concluyó el segundo mandato presidencial de Álvaro Uribe y los colombianos fueron a las urnas a elegir su sucesor. La disputa se centró entre Juan Manuel Santos, quien era ministro de Defensa de Uribe, y el ex alcalde de Bogotá, y ex rector de la Universidad Nacional de Colombia, Antanas Mockus. Santos era el candidato de la derecha. Mockus, el del progresismo.
En primera vuelta, el 30 de mayo, terminó Santos en primer término y lo secundó Mockus. Ambos disputaron la segunda vuelta el 20 de junio, confirmando los resultados del mes anterior. Sin embargo, la suerte de Mockus estaba echada desde la noche de la primera votación. Todos los candidatos que quedaron fuera del balotaje declararon, al unísono, que dejaban “en libertad de acción” a sus votantes. Incluyendo a Gustavo Petro, el actual (y controvertido) mandatario colombiano. Se asumía que siendo un referente de izquierdas, podía ser un aliado de Mockus.
En los comicios argentinos de ayer no pasó tal cosa. La primera en hablar fue Bullrich, para reconocer la derrota. Pero no felicitó a Massa. Por el contrario, lo repudió visceralmente. Y aclaró que, aunque derrotados, en Juntos por el Cambio no claudicarían en su compromiso: derrotar al populismo, al que endilgó la responsabilidad por todos los males actuales de la Argentina. Es más, reiteradamente dijo que seguirían trabajando por el fin del kirchnerismo y el populismo en el país.
Después habló Milei: dijo que todos los que quieren un cambio para frenar al populismo deben estar juntos en noviembre. Y para más datos pidió respaldar a Jorge Macri para que el kirchnerismo no se “quede” con la Ciudad de Buenos Aires en la segunda vuelta del mes que viene.
Ni todo está dicho. Ni ningún resultado está cantado. Porque el triunfo es un gran impostor. De la misma talla que la derrota. Y a los dos hay que tratarlos por igual…