Esta decisión de la Iglesia de renunciar a los aportes fue el resultado de varios intentos de sucesivos gobiernos que amenazaron con hacerlo; pero debía hacerse efectiva en este gobierno que dijo del papa Francisco que “era el representante del maligno aquí en la tierra”, que mostró su coqueteo con Bolsonaro y la Iglesia Universal y con un sector del judaísmo; Gobierno que ahora escribió una carta a Francisco invitándolo a venir al país (el mismo que lo había injuriado con total irreverencia), en un claro interés de usar la figura del más grande líder mundial para algún propósito. Quisiera recordar que en los orígenes fundacionales de nuestra patria, de los 29 Diputados que firmaron el Acta de la Independencia, 11 eran sacerdotes (casi el 40 %) y que los héroes incuestionables de nuestra historia, San Martín y Belgrano, fueron creyentes que comunicaron su fe y la transmitieron a las tropas, en medio de las peores batallas, encomendándose a Dios para defender el ideal de una patria libre del poder extranjero. Y también recordar que la Iglesia está siempre sosteniendo las vulnerabilidades, en hospitales, asilos, comedores; allí donde hay sufrimiento, necesidad, desesperación está la Iglesia sosteniendo la esperanza; la Iglesia en los barrios en espacios de recuperación de adictos, sacerdotes que fueron marcados por los narcos y silenciados, pero que siguieron hasta el fin. La Iglesia de los refugios en noches de frío, la que acompaña los duelos, la que hace frente a las crisis con voluntariados, a emergencias, inundaciones, desestabilidad. Esa Iglesia que es el amparo para todo tipo de fragilidades humanas y que sale al encuentro del dolor y de la desesperación, seguirá su marcha porque “el poder del infierno no la derrotará (Mt 16)“; pero queremos saber como ciudadanos, qué se hará con esos aportes. La política internacional del Presidente nos vuelve temerosos; que no sea para la guerra de Ucrania ni para Franja de Gaza. La patria está atravesando sus propias guerras.
Graciela Jatib
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