La ola de inseguridad que nos invade ya se convirtió en tsunami. Nadie puede considerarse libre de ser asaltado o robado en cualquier momento, lugar o circunstancia. Aún con fuertes y extremadas precauciones, el temor a caer víctima del engaño, robo o asalto nos acompaña permanentemente envileciendo, a veces, la conducta ciudadana: en el hogar, constante preocupación si la hija o hijo están demorando en volver. Atender por la ventana o portero un llamado del timbre, desconfiar de algún consejo o noticia telefónica, no salir por motivos banales. Si en la calle, no sonreír ante nadie. Al contrario: desplazarse cubriendo los bolsillos, siempre erguido y mirando al frente para dar sensación de fortaleza y seguridad. Llevar el dinero y/o celular escondidito para no tentar, no sonreír sin razón. Caminar con cara de juez de crimen para despistar al caco. Si surgió algún inconveniente al volver a casa, avisar para que no se preocupen, etc. etc. En fin, son detalles antes impensados, pero convenientes. Estar siempre alerta, como en la guerra. Es odioso, pero necesario. Resumen: en lo humano, no estamos en el Siglo XXI, sino en el Siglo I. Y que Dios nos ayude.
Darío Albornoz
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