Un mal viaje. Eso fue lo que transitaron tanto Albert Hofmann, químico recibido en la Universidad de Zurich en 1929 e investigador de los laboratorios de Sandoz en Basilea, tras su primera experimentación con ácido lisérgico; como aquella valija llena de ampollas de LSD, que a mediados de los ’50 recorrió casi 12.000 kilómetros para terminar sepultada en el fondo de un basural porteño.

Hofmann es el apellido desde el que parte el libro Viva la pepa (Ariel) escrito por Damián Huergo y Fernando Krapp, y que da cuenta del encuentro entre el ácido lisérgico y el psicoanálisis en la Argentina, y aquella valija, desde la que también parte el libro, tenía como destinatario al doctor Alberto Tallaferro, quien la recibió en su casa de la Recoleta, pero que por un descuido fue desechada a la basura por la encargada de la limpieza de la casa. De nada valieron ni la desesperación de Tallaferro ni de su mujer Angélica, que fue en taxi hasta el basural de Retiro para escarbar entre la basura sin éxito alguno.

Albert Hofmann tuvo viajes más felices luego de aquella primera experiencia y las valijas con destinatario a Tallaferro también. Hubo una segunda que desanduvo el mismo camino que la primera, pero sin contratiempos y abrió las puertas al LSD en Argentina.

Los dos autores de Viva la pepa se encontraron con la historia o mejor dicho la historia llegó hasta ellos cuando Fernando Pérez Morales, dueño de la librería y editorial Notanpuan, se acercó hasta ellos ofreciéndose a contarles la historia de su padre Paco (Francisco Pérez Morales), “un psiquiatra muy conocido en los ’50-’60 en Buenos Aires, que había atendido al grupo Contorno o al grupo Stivel, y me hace hincapié en que él junto con otros psicoterapeutas, que era como se llamaban, fueron los que probaron tratamientos con LSD y psicoanálisis en Argentina. Lo hablé con Fer, se entusiasmó y agarramos viaje”, comenta Damián Huergo.

-El libro arranca con un doble viaje iniciático, el de la valija y el de Albert Hofmann...

Fernando Krapp: -Arranca de manera aleatoria. El descubrimiento del ácido lisérgico fue una cosa que se dio, por eso pusimos el epígrafe del poema de (Stéphane) Mallarmé, por afuera de escala. Lo que tuvo el LSD cuando apareció es que era una droga que no tenía antecedentes ni había referencias de impacto a nivel cultural y a nivel clínico tampoco. Entonces se generó toda una mística con esta droga que caló profundo en el mundo de la psicoterapia, del psicoanálisis por un lado y después en el mundo de la ciencia, en la contracultura. Fue toda una revolución cuyo destino no se podía prever. La idea de viaje no solo se aplica al hecho de poder viajar con psicotrópicos sino al viaje que tuvo en sí la droga.

Damián Huergo: -Nos preguntábamos qué recorte hacíamos, si le dábamos mucha ida al desarrollo internacional de Hoffman hacia adelante o si nos centrábamos en la historia del LSD y el psicoanálisis en Argentina, que era para lo que nos habían llamado. Pero necesitábamos contar desde donde venía y a la vez ir dejando algunos rasgos medio internacionales como van apareciendo en el libro sobre todo en la parte de la prohibición. Nos gustaba hacer como ese doble juego que tuvo el LSD en el inicio, que nace como un viaje de expansión y que a Argentina llega como un viaje enterrado, que fue medio la metáfora que encontramos cuando empezamos a encontrar los testimonios.

-Además de partir de la figura de Tallaferro se dedica mucho espacio a las figuras de Rebe Álvarez Toledo, Paco Pérez Morales y Alberto Fontana, ¿por qué?

D.H.: -La triada Fontana-Paco-Rebe es importante porque ellos es como si fueran la segunda generación de APA (Asociación Psicoanalítica Argentina) después de los fundadores. Incluso Rebe sigue siendo muy destacada en APA, porque fue la primera presidenta mujer y si bien estuvo muy implicada en estos tratamientos con LSD pudo abrirse a tiempo o mejor dicho tenía tanto poder adentro (porque la teoría nuestra es que fue la psicoanalista de varios miembros del Comité Directivo y pocos querían tocarla a ella) por lo que quedó un poco desimplicada en el relato histórico. En cambio, Paco y sobre todo Fontana quedaron como muy demonizados.

F.K.: -Creo que habría que diferenciar los dos intereses. Alberto Tallaferro y los primeros especulaban alrededor del ácido lisérgico como una manera de tratar de entender qué pasaba con los locos. Entonces un neurótico podía experimentar la suspensión del yo, un montón de síntomas que en general se le atribuyen a los esquizofrénicos en una época en donde se empezaba a mostrar interés por la locura. Integrados alrededor de Pichón-Riviere, que fue de los que tuvo mayor injerencia en la primera época, eran psiquiatras y usaban drogas, hacían narcoanálisis, después la terapia del electroshock. Entonces todas estas coayudantes generaban esto “de qué síntomas tiene un esquizofrénico”, “tiene esto”; “entonces le proporcionamos LSD a un neurótico, que tiene estos mismos síntomas y quizás así podemos entender qué pasa por la cabeza de un loco”. Después el segundo grupo entendió que según ellos acortaba tiempos de terapia. Y Fontana y Paco empezaron a utilizarlas en terapias de grupo para ver cómo se manejaba un grupo bajo los efectos del ácido lisérgico.

-El relato trabaja todo el tiempo con la contextualización de lo que sucedía en Argentina y en el mundo.

D.H.: -El contextualizado nos pareció importante porque toda historia siempre está arraigada a un sistema social, cultural, económico y creo que esta historia particular se pudo dar por un contexto, que no solo fue el descubrimiento de Hofmann sino el ambiente artístico y cultural de la Buenos Aires, que la volvió un fenómeno. Incluso hay una frase que estamos repitiendo bastante que la encontramos en una grabación de una entrevista medio clandestina que le hicieron a Fontana en su momento en la que él decía que el que no pasaba por el Di Tella y por su clínica no pasaba por Buenos Aires. Había como un arrojo, un ambiente vanguardista que habilitaba esas experimentaciones también y a la vez un ambiente no tan legalizado al punto de que podía ir un pibe de trece años con la madre a hacer tratamiento con LSD, como esas libertades que la no judicialización habilitaba. Es una historia que se suma a la expansión cultural de la época y que termina siendo cercenada paradoja mediante por el control autoritario que en simultáneo fue creciendo durante esos años.

-Viva la pepa es un libro de difusión escrito con una prosa muy literaria, ¿por qué decidieron ese registro?

F.K.: -Nosotros partimos de los recursos que nos da la literatura para contar la historia. Dimos muchas vueltas a cómo armar esto hasta que en un momento apareció la idea de que el personaje central debía ser el ácido lisérgico y cada vez que el relato iba para algún lado o divagaba, el ácido lisérgico como personaje nos iba a dar la estructura narrativa. Eso nos aclaró muchas cosas y nos permitió imaginar cómo fue la caminata de la mujer de Tallaferro hacia el basural o reconstruir a partir de Alejandro la imagen final de padre e hijo rompiendo las ampollas y tirando el LSD al agua. Nos interesaba armarlo como un relato literario.

-¿Cuál consideran que es el aporte que realiza el trabajo?

D.H.: -Desenterrar esa historia que dentro de la historia de las ideas y de la psicología estuvo enterrada. Después creo que tiene un aporte también de forma. Creo que es un libro que cuenta un periodo histórico, que suma un libro de divulgación científica de psicología, también es un libro que por más que apunte a esa divulgación no le teme dejar afuera a cierta teoría y sobre todo tiene mucho cuidado con la forma de no dejar afuera al lector también. Y después para el debate actual mostrar cómo en todos los trabajos y tratamientos que hoy se hacen con hongos, incluso con LSD, hay una precedencia, que la interrupción durante 50 años -después de la declaración de (Richard) Nixon de la guerra contra las drogas y sus correlatos en la dictadura de acá- lo que hizo fue interrumpir un desarrollo científico de medio siglo y que si bien ahora acá los están tomando otras disciplinas como la neurociencia está bueno mostrar que 50 años atrás hubo científicos que ya trabajaban con “éxito” según los trabajos que fueron registrando ellos.

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