Era la noche Navidad de 1980. El Museo Nacional de Bellas Artes había conmemorado el 84° aniversario de su apertura y tras el cierre al público, el sereno Eugenio Eguía y el bombero de la policía federal Anselmo Ceballos deciden cenar juntos para celebrar el día. Cenan pollo al carbón con ensalada en la cocina del primer subsuelo del edificio. Acompañan la comida con vino y brindan con sidra. Juegan a las cartas. Antes de ir a descansar, dan una última recorrida por las salas de la planta baja y las del primer piso, que tiene sectores en remodelación. Todo en orden. Ceballos baja al subsuelo donde descansa en un catre. Eguía lo hace sentado en una silla en el cuarto de mayordomía, ubicado junto a las puertas principales de acceso. Alrededor de las cuatro de la madrugada del 26 de diciembre al sereno lo despierta el olor a humo, a plástico quemado. Cuando ambos llegan a la sala de la Colección Mercedes Santamarina descubren que había sido saqueada, que nada quedaba de ella. Ni los objetos de arte decorativo ni las pinturas, entre estas hay obras de Matisse, Gauguin, Renoir y Cézanne. Eguía y Ceballos descubren entonces que se acaba de producir el robo más importante de la historia del arte argentino.
Imanol Subiela Salvo es periodista y licenciado en comunicación audiovisual y hace unos años, al cruzarse con la historia del robo decidió que valía la pena contarla. No la descubrió navegando en internet ni recorriendo el museo sino de una manera más azarosa, en definitiva, como suelen aparecer estas historias. “Fue durante una fiesta en Amerika Disco una noche que estaba con Santiago Villanueva, que es uno de mis mejores amigos, que es artista y curador. Entonces me cuenta que iba a trabajar en una muestra sobre el robo al Bellas Artes y no mucho más. Después me cuenta la historia completa y me parecía que daba para hacer algo. Eso fue en 2020. Se la ofrezco a Leila Guerriero, que es la editora de la revista mexicana Gatopardo, y ahí me di cuenta de que daba más para un libro que para una nota”, explica el autor de Golpe en el museo, editado por Planeta.
-Es una historia que tiene mucha fuerza y a medida que avanza se va ramificando.
-La historia del museo es bastante espectacular. Cuando la contaba en reuniones con amigos o con gente que no conocía decían sorprendidos: “la dictadura robó obras y las cambió por armas”. Entonces creo que un poco esa espectacularidad genera intereses en gente que por ahí no es del mundo del arte o no está habituada a consumir historias de dictadura. Pero esta tiene este componente, que no es tan común en relación con la dictadura, que es una historia que se pregunta más por cómo la dictadura se financió, que son preguntas que todavía nos seguimos haciendo y que no son tan pregnantes como otras. Obviamente no hay nada peor que la desaparición, el secuestro y tortura de personas que básicamente fue lo que hizo la dictadura: desaparecer 30.000 personas. Pero el plan de la dictadura en ese sentido fue como más perverso, que no era solo torturar y desaparecer, sino que también implicaba saquear y robar bienes públicos, entre ellos el museo. De hecho hubo otro robo en la dictadura, que fue el Museo de Arte Decorativo de Rosario.
-Y después durante la investigación del robo y pensando en esto de las torturas, aparece la persecución y torturas que sufrieron los empleados del museo.
-Sí, y de hecho creo que de alguna manera lo más fuerte de la historia es que quienes pagan el costo del robo son justamente un grupo de empleados que no tenía nada que ver. Porque fue un robo orquestado por las propias cúpulas militares o por lo menos esa fue la hipótesis oficial, la que investigó la justicia de que el robo había sido perpetrado por la banda de Aníbal Gordon, ese grupo de tareas que tenía la dictadura. Creo que lo que pasó fue que al final de la dictadura, las Fuerzas Armadas estaban peleadas entre sí. Y creo que uno de los motivos por el cual se secuestra a esos empleados y se los tortura es, por un lado, porque la fuerza que orquestó el robo no les avisó a las otras. También porque se usó la excusa del robo para secuestrar y torturar gente que ya estaba marcada como el fotógrafo del museo, que era una persona vinculada al sindicalismo. Y después también aparece el testimonio del ex funcionario de la dictadura, que era director de museos en esa época, que dice que se habían detectado problemas de homosexualismo. La unión de todos esos sesgos es la que genera que el costo a pagar del robo recaiga sobre los empleados del museo, que a su vez son los únicos que no tienen nada que ver.
-Previo al golpe de la navidad de 1982, la colección Santamarina ocupaba un lugar central en el Museo. Actualmente se podría decir que las obras pasan desapercibidas entre otras. Sin embargo, a partir de esta historia puede surgir el deseo de ir puntualmente a ver las obras recuperadas, lo que podría significar una revaloración de estas.
-Sí, llevé a un amigo al museo y apenas entramos me dice: “vamos a ver las obras recuperadas”. Y cuando las ves son obras diminutas, no son unas grandes pinturas, pero cuando lo llevé hasta la sala de la Colección Mercedes Santamarina y le digo “es esta, esa, aquella”, mi amigo quedó muy sorprendido, no lo podía creer. Es cierto que cuando conocés la historia un poco el aura de las obras cambia. Él no entendía por qué el museo no las señalaba de alguna manera particular y yo le decía que por qué un museo querría señalar eso, que es como una derrota. Podría hacerlo como un ejercicio de memoria, pero no es una historia feliz para nada. Que las obras hayan terminado un poco perdidas sirve como una metáfora de la historia del robo, que también es una historia que se olvidó, que se perdió y que ni siquiera era tan conocida dentro del mundo del arte.
- Y de alguna manera que el resto de las obras de la Colección no hayan aparecido también sirve para poner más en valor a las que sí han aparecido.
-También para valorar el acervo que tiene el museo. Ver las colecciones, descubrir que están buenísimas y pensar en cuidarlas porque ya se las afanaron una vez. Yo lo pienso mucho también en relación con este contexto político, en donde hay como una especie de ensañamiento contra el campo cultural. Entonces me es inevitable pensar, qué va a hacer este gobierno con los museos, qué va a hacer con nuestras colecciones, cómo las va a gestionar, cómo las va a financiar, cómo las va a cuidar. Eso es algo que vamos a ir viendo con el correr del tiempo.
-En Golpe en el Museo también queda expuesta la burocracia estatal que de alguna manera obstaculizó la recuperación de las pinturas.
-La historia del robo al museo sirve un poco para pensar la historia reciente de la Argentina, no solo del museo, sino también del Poder Judicial, de los gobiernos, de la propia burocracia estatal. Creo que en ese sentido uno puede ver diferentes aspectos de funcionamiento del Estado. También ya en democracia, a través de la historia del Museo, en donde todo el tiempo hay como una especie de ineficiencia o de inoperancia, y una creencia que creo que se mantiene hoy. Diría que a principios de los 2000 por ahí un poco cambió, pero ahora creo que está de vuelta. Creo que es un problema bastante serio pensar que las políticas culturales no sirven para nada, porque de alguna manera nuestra manera de pensar está condicionada por las políticas culturales, por las cosas que vemos, que escuchamos, que leemos. Pensar que son cosas de segunda creo que está mal. Es como esa cita de Camila Sosa Villada, que pongo al comienzo en la introducción, que plantea que el problema de la Argentina no es económico sino cultural. Si tuviésemos otras políticas culturales, pensaríamos diferente. Y esta desidia que aparece en el libro de la mano del Poder Judicial o de las Administraciones Públicas tiene que ver con eso, con relegar a un segundo lugar las políticas culturales, porque probablemente para otras cosas sí hubo celeridad.
PERFIL
Imanol Subiela Salvo nació en Trelew, en 1994. Es periodista y licenciado en comunicación audiovisual por la Universidad Nacional de San Martín. Escribe sobre artes visuales en el suplemento Radar del diario Página/12 y sobre literatura en la revista La Agenda. Además, ha colaborado en Rolling Stone, Anfibia, La Nación, Tiempo Argentino, Vice en Español, Letras Libres y Gatopardo, entre otros medios.
Por Flavio Mogetta - PARA LA GACETA - BUENOS AIRES.