Por Jaime Nubiola
PARA LA GACETA - PREMIÁ DE DALT
Como no me fue posible en los días finales de diciembre de 2023, he aprovechado los días anteriores a la Semana Santa para hacer una pausa prolongada en un lugar amable, con un jardín encantador, solo turbado por el rumor lejano de la autopista y la algarabía chillona de loros y cotorras que hacen sus nidos en las palmeras. Aunque el día 21 comenzó oficialmente la primavera, en Cataluña todavía hay muchos árboles que no se atreven a mostrar sus primeras hojas, quizá por la grave sequía que venimos padeciendo.
Venía a mi memoria esta tarde, sentado en un banquito, contemplando el mar a lo lejos, aquella frase atribuida a Catón el Viejo (239-149 antes de Cristo): “Numquam minus solum esse quam cum solus esset“, es decir, nunca estoy menos solo que cuando estoy solo. Lo recordaba Hannah Arendt al final de su libro La condición humana (1958) para ilustrar que pensar es una actividad que forma parte esencial de una vida activa. Lo que quiero destacar, además, es que pensar es una actividad que requiere tiempo, que requiere atención, que a menudo requiere escritura. Nadie, ni siquiera ChatGPT, puede pensar por nosotros.
Sin duda, un entorno sereno, sin interrupciones, ayuda a pensar, mejor dicho, a concentrar la atención en el problema o la cuestión que en cada caso nos ocupe. Pero además hay que dedicar tiempo a darle vueltas a las cosas para verlas desde ángulos distintos. Hay que atreverse a pensar, a explorar sin miedo las razones que avalan las diferentes opiniones. Quien se lanza a pensar no es nunca un relativista, no piensa que todas las opiniones valgan lo mismo y le gusta sopesarlas porque busca la verdad. «Es la verdad la que encarga la tarea; y la inteligencia -escribió Leonardo Polo- se pone en marcha con el encargo de articular el vivir de acuerdo con la verdad».
Me ha impresionado una reciente entrevista con el profesor Larry Summers que he podido leer en Arts & Letters Daily (8 marzo 2024) a propósito de los acontecimientos de los últimos meses en Harvard que desembocaron en la dimisión de la rectora Claudine Gay. Summers había sido secretario del Tesoro con Clinton (1999-2001) y controvertido presidente de Harvard entre los años 2001-06. Lo que me ha impresionado de la entrevista es que Summers sostiene que la política universitaria norteamericana que pone hoy en día por encima de todo el valor de la diversidad, la inclusión y el respeto a las diferentes perspectivas subjetivas, si se lleva hasta el extremo, destruye la misión de la universidad.
Quizá merece la pena explicar esto un poco más despacio. Podría quizá formularse así: si en una universidad todas las opiniones valen lo mismo, entonces ninguna vale nada; «si todos los puntos de vista son igualmente buenos, -afirma Summers- el concepto de verdad se torna arbitrario». En el corazón de la universidad está el amor a la verdad, que figura bien visible en el sello de Harvard (VE-RI-TAS). Precisamente la universidad es un espacio de diálogo porque estamos persuadidos de que mediante el estudio de los problemas, la atención a los datos de la experiencia y la escucha de los demás, los seres humanos somos capaces de reconocer la superioridad de un parecer sobre otro, de descubrir la verdad, aunque nuestro conocimiento tenga casi siempre un carácter provisional.
La tarea de pensar puede parecer excesiva o incluso penosa, pero no es así, o al menos no es así siempre. No es algo que nos supere, sino que en cuanto uno se mete, engancha, hace crecer en hondura y en capacidad de saborear: «Todos los hombres por naturaleza anhelan saber», escribió Aristóteles en el arranque de la Metafísica. Lo que sí que hay que tener es paciencia, pues pensar es una tarea que requiere tiempo. Como anotó Wittgenstein, «en filosofía el ganador de la carrera es aquel que sabe correr más lentamente; o aquel que llega allí el último». El peligro para el pensamiento es siempre la precipitación, el sacar conclusiones demasiado deprisa.
Por eso me parece importante pararse a pensar, porque no se puede pensar deprisa.
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