Como en los tiempos de mis antepasados, -el Maestre de Campo Diego Fernández Campero y su esposa, Francisca Aráoz Núñez de Ávila-, allá, a principios del siglo XVIII, fui retado a un duelo imaginario desde las columnas de esta sección por José María Posse. Un duelo que lejos de ser a capa y espada, es una invitación al sano debate intelectual sobre las lecturas del pasado de nuestra provincia, de sus ciclos y de sus hombres.

De su exposición publicada el domingo 31 de marzo pasado, rescato la primera parte en lo referente a la figura de Bernabé Aráoz y su vinculación directa con la identidad tucumana. Descartando la sección auto-apologética del propio Posse, su interpretación sobre la figura del prócer tucumano dentro de la historia provincial es la parte sustancial del artículo, presentando otras aproximaciones a su legado desde posiciones ideológicas e historiográficas diferentes. Reitero que mi enfoque no cuestiona el rol relevante que jugó Bernabé Aráoz en los heroicos tiempos de las guerras de la Independencia, ni tampoco pone en tela de juicio su entrega y sacrificio en esa etapa fundacional de nuestro país. De igual manera, reconozco que el tratamiento de los integrantes de la “Generación del Centenario” en sus obras historiográficas a Bernabé Aráoz, lo rescataron del olvido y balancearon las opiniones negativas previas, aunque no pusieron las bases de un “culto popular y oficial” a su memoria, tal como sucedió en la vecina provincia de Salta, con la figura de Martín Miguel de Güemes.  La exposición del Comisionado de Relevamiento Histórico y Cultural de la Municipalidad de Yerba Buena, no satisface  mi inquietud original: ¿cuáles son las razones de éste héroe para ser proclamado “el Padre de la Tucumanidad”? ¿Por qué la identidad local debe condensarse en una personalidad histórica “totalizadora”?

Si nos remontamos al pensamiento de Juan Bautista Alberdi estamos en dificultades, porque su pensamiento era contrario a que la Patria tuviese “Padres”, y que ellos fuesen militares. ¿Que nos expone en su polémico capítulo “La Guerra o el Cesarismo en el Nuevo Mundo”  inserto en su obra El Crimen de la Guerra?: Que nuestro Pueblo no necesitaba nuevos héroes de la espada, más aún cuando “… nada puede servir más eficazmente a los intereses de la paz de Sur América, que la destrucción de esos falsos ídolos militares, por el estudio y la divulgación de la historia verdadera de la independencia de Sud América, hecho del punto de vista de las causas generales y naturales que la han producido” (sic). Alberdi se nos aparece como un antecesor de la famosa “Escuela de los Annales” francesa, porque nos propone analizar nuestra historia como una totalidad estructural, no como el relato de las hazañas de los héroes.

Adoptando el término acuñado por el historiador Facundo Nanni en sus investigaciones académicas, presenciamos el intento de instalar un “culto bernabeísta” con ribetes revisionistas, interpolando conceptos e ideas políticas nacionalistas de la década del 30 del siglo XX, sobre las acciones y el pensamiento de una personalidad que vivió entre los siglos XVIII y XIX.

En la pasada década, Tucumán tuvo un brote de revanchismo nacionalista, con la excomunión de Bernardino Rivadavia, al cambiársele el nombre de la plaza dedicada a su memoria, o rebautizando una calle con su nombre por una advocación mariana, bajo los vientos del revisionismo de izquierda de raíz kirchnerista. En estos tiempos, nuestra provincia no necesita retornar a esas prácticas con una clara raíz ideológica. Si tenemos que fijarnos en nuestro pasado para tomar modelos para nuestro presente, la “tucumanidad”  está poblada de figuras gigantes tales como el propio Bernabé Aráoz, o Manuela Pedraza, o Julio Argentino Roca, Nicolás Avellaneda, Lola Mora, los hermanos Prébisch, Juan B. Terán, Alfredo Guzmán, Tomás Eloy Martínez, Elvira Orpheé, Mercedes Sosa, Miguel Campero, Adolfo Piossek, Alberto Rougés, Fernando Riera, Horacio Descole, Teresa Piossek,  Lucía Piossek de Zucci,  o Juan José Hernández, entre otros, integrando una galería en las cuales también deben tener su lugar desde los pueblos originarios como los Quilmes hasta los gauchos, y trabajadores rurales de los siglos pasados. Un panteón democrático, auténticamente liberal y abarcativo que refleje el arduo camino de la sociedad tucumana, con sus luces y sombras, con sus hombres y mujeres anónimos y reconocidos, y que constituyen el mosaico de la “tucumanidad” más allá del folklore gauchesco y la marcialidad de las paradas militares.

En mi opinión, con este criterio nos acercaremos al ideal alberdiano de convertirnos en un pueblo libre “interiormente”, sin tutelas, ni patronazgos que proyectan un espíritu de sumisión ajeno a la brillante historia tucumana, preservando la figura de Bernabé Aráoz en su justa dimensión histórica, sin exageraciones de ninguna clase.

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Ariel Hernando Campero