El café siempre es una excusa para encontrarse en un día de otoño, húmedo y pringoso, a hablar de tiempos idos, de utopías perdidas y de sueños interrumpidos. Esto lo sabía más que nadie Juan Nepomuceno Baigorria, “el último unitario”, que apoyado en el estaño del “Bar Ourense”, nos estaba relatando las vivencias de los años 60, que él supo definir como “el paraíso de la clase media”. En la mesa más cercana, los tres amigos escuchábamos y mirábamos el taco del zapato derecho de Baigorria que trabado sobre la barra inferior del mostrador, imponía indiscutible autoridad a su palabra. Allí le escuché decir: _ “Nooo, muchachos, si quieren aprender historia argentina, lean la gran obra de Joaquín -Quino- Lavado, llamada Mafalda”.
_ ¿Qué? ¿Es una novela?, preguntó Santoro.
_ Nooo! Es una historieta de Quino sobre una niña sagaz que plantea interrogantes sobre las guerras en el mundo, el colonialismo cultural, el feminismo, la amistad… sobre la vida misma.
Además, siguió ilustrando Juan, muestra a la clase media de entonces, con sus hijos yendo impecables con el guardapolvo blanco y el portafolio de cuero a la escuela donde siempre había clases. La vuelta a casa, la leche con galletitas y el ir a jugar seguros en la vereda (tal vez una rayuela o a la escondida) o a los cowboys en la plaza del barrio. Ojo, que algunos ayudaban a papá, como Manolito; o hacían los mandados como el soñador Miguelito, no sin protestar y preguntando: ¿Siempre yo tengo que ir?
Luego estaba el papá de Mafalda, oficinista en una empresa de seguros, pero que podía comprarse su autito en cuotas (un 2CV, pero podía haber sido un “bolita” o un “4 latas”). En su departamento propio (no alquilado) lo esperaba una esposa preocupada por los quehaceres diarios, a la que Mafalda cuestionaba por renunciar a sus estudios universitarios o a ser profesora de piano. Junto a la mesa familiar, había una TV en blanco y negro que podía mostrar desde una telenovela hasta la llegada del hombre a la Luna, mientras la familia empezaba a programar sus vacaciones veraniegas en una playa de la costa argentina.
_ Es increíble, casa propia, con auto, con trabajo, seguridad, educación, vacaciones… siga Baigorria, que parece un sueño, comentó “el colorado” Moltoni.
_Es así pibe! Y estaba Libertad, una amiguita de Mafalda con ideas socialistas, que empatizaba mucho con Mafalda que también era progresista. Aunque Libertad, con su pequeña estatura hablaba de cambio social drástico, pero a un tiempo jugaba armoniosamente con sus amigos, con el mismo respeto y cariño, que la conservadora Susanita, o con Manolito, capitalista y materialista a más no poder. Todos en una convivencia sin altisonancias, ni precipicios ideológicos insuperables.
_Lamento interrumpir, dije yo, que algo ya conocía de la historieta que comentaba, pues mis padres tenían la colección “Todo Mafalda”. Pero tengo una clase. ¿Por qué no la seguimos la semana que viene y nos cuenta más de ese paraíso perdido?
_ Y él agregó: Y les contaré también de “Burocracia”, la tortuga de Mafalda y Guille, siempre lenta, siempre pesada y eterna. Ya que en el Paraíso hay de todo, como en botica.
Nos levantamos a pedir la cuenta, cuando se escuchó la voz de Baigorria dando un ultimátum:_“¡Gallego”, lo de esta mesa anotámelo a mí!
Moltoni se puso el saco, me guiñó un ojo, se acercó a Santoro y le susurró “¡Queé grande este Baigorria! ¿Cómo sabía que no tenía un cobre?”
Miguel Ángel Reguera
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