Por Abel Novillo
El discurso de los liberales, al defender el modelo de la Revolución Francesa, tenía puntos débiles. Por una parte, Napoleón, el heredero de la Revolución, se había convertido en el enemigo de España y de Europa en general. Por otra parte, estaban muy frescos los recuerdos del período jacobino, que había conducido al terror a la sociedad francesa. Así, los liberales españoles tenían que ser muy cautos ya que sus enemigos los acusaban de ser proclives a una forma política que venía del mismo país contra el cual estaban en guerra y, fundamentalmente, decían que el modelo de 1791 que los liberales defendían, había conducido primero al terror jacobino y luego a la formación del imperio de Napoleón
La similitud entre el accionar de los españoles en la península y el de los criollos en las colonias a partir de 1808 permite vincular los acontecimientos como parte del mismo proceso. En los dos casos se formaron juntas legitimadas en el principio de retroversión de la soberanía a los pueblos ante la ausencia del monarca.
En el Río de la Plata, la revolución que estallara en mayo de 1810 reconoció taxativamente a Fernando VII como rey de España, esto debe quedar muy claro.
La Junta de gobierno formada en Buenos Aires se estableció como un gobierno provisional que recibía el poder del pueblo hasta la vuelta de Fernando VII. El principal reclamo que aparecía en las primeras proclamas de la Junta de Buenos Aires consistía en el ahogo comercial a que se sometía a los territorios americanos y a que éstos no habían sido consultados para la formación del Consejo de Regencia. El planteo de los dirigentes de la revolución advertía que los territorios americanos poseían iguales derechos que los peninsulares para formar sus juntas de gobierno, sobre todo, ante la incertidumbre que se vivía en España por los fracasos militares y la consecuente ausencia del rey.
En 1810, los habitantes del virreinato del Río de la Plata habían llegado al hartazgo por la enorme opresión que sufrían estos territorios por parte de una España por entonces decadente, que permanentemente cambiaba de autoridades y modificaba las reglas de juego. Claro que abundaban los motivos que finalmente y de manera decidida resolvieron a un grupo de personas relevantes de esos días a plantearse valientemente la necesidad del cambio producido.
Al respecto, permítanme aclarar que en realidad se trató de un levantamiento, o quizás un motín, pero de ninguna manera puede llamársele revolución, toda vez que revolución es el levantamiento armado, violento y radical, no deliberativo, en contra de un orden de cosas no querido.
En mayo de 1810 no se produjeron actos de violencia ni de represión. Se trató de un movimiento deliberativo, muy civilizado, asumiendo que el mismo virrey estaba al tanto y compartía además la inconformidad generalizada de los súbditos de la región y en cierta manera, incluso apoyaba la posición de sus gobernados y, tanto sería que presidia la Primera Junta de Gobierno Patrio, que integraban don José Nepomuceno Solá, un cura de Montserrat, recalcitrante realista; el comerciante Juan Santos Incháurregui, españolista también, junto con el doctor Juan José Castelli, y el coronel Cornelio Saavedra, criollos ambos; mas esta Junta fue de una duración muy efímera, ya que permaneció menos de 24 horas, en que fue reemplazada por la que actualmente conocemos por la Primera Junta de Gobierno Patrio, que, en realidad, fuera la segunda.
De todos modos, más allá de los tecnicismos, corresponda llamarla sedición o revolución, la búsqueda existencial del término adecuado no lleva ninguna intencionalidad peyorativa del movimiento de mayo de 1810 y de sus posteriores consecuencias, netamente independentistas para nuestra patria.
El abordaje es necesario para comprender lo que hoy se nos presenta como una extraña dualidad: la circunstancia de la revolución y, a la vez, el juramento de fidelidad al rey Fernando VII por parte de nuestros hombres de mayo. En esa época, primaba la idea de que todo ser humano debía ser súbdito para considerarse social y políticamente integrado a cualquier medio.
A partir de las revoluciones francesa y norteamericana, años antes de nuestra revolución, el mundo advertía una nueva y posible condición de mandos supremos, ajenos a la existencia y absolutismo de un rey.
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Abel Novillo – Historiador y escritor.