El género epistolar ha desaparecido o se ha amplificado hasta el absurdo. Las formas de comunicación virtual han hecho de las cartas un absurdo. Una variedad en particular tuvo su época dorada y se ha extinguido por completo: la tarjeta postal. Los historiadores del asunto -en general filatelistas que pasaron al rubro- estiman que en las dos primeras décadas del siglo XX había dos billones de tarjetas postales circulando en el mundo. Recordemos su composición típica: de un lado una foto “de interés turístico y del otro no más de cinco renglones. El truco era que estaban preestampilladas y eran una forma muy económica de comunicacion. Barata y breve, generalmente insustancial y cursi. El hecho de que se restrinjan los caracteres al espacio hacía que algunos recurriesen a la letra hormiga, que serpenteaba cada rincón blanco de este mundo rectangular. Otra que twitter, o X. En línea con el pesimismo antropológico que a veces nos invade cuando constatamos la persistencia a través de las eras de la estupidez humana, se volvió un vicio. En el N.Y.Times, apenas en 1898 (!¡Qué año!,¿se acuerdan?) los viejos vinagres de siempre se quejaban de la manía postal:
“Enviar estas tarjetas se ha convertido en una perfecta manía… al parecer, lo primero que debes hacer al llegar a un lugar es comprar una colección de estas tarjetas y dirigirlas a todos los amigos que puedas imaginar, pues la ilustración del otro lado deja muy poco espacio para escribir... Hace unas noches vi a una señora y a su caballero escribir cartas durante hora y media sin parar”.
Lo mismo debe decir esta pareja acerca de la tele de sus hijos, y de los celulares de los nietos.
La revolución de las tarjetas era que normalmente no tenían sobre. El mensaje estaba al descubierto. Razón por la que era muy tonto. O muy críptico. Hola Facebook. Es injusto hacer una valoración, hoy que todos los paisajes están a un click. El género era breve por lo que muchas eran una promesa, las más de las veces incumplida, de una buena carta. Pero no dejaba de estar ahí la letra del familiar y el amigo, el gesto de estar en otra parte del mundo diciendo, como lo dice Margaret Atwood en su poema “postales”: “estoy pensando en vos/ qué más puedo decir/ las palmeras del reverso son una mentira/la arena rosa también”. El amor postal era melancólico, nostálgico y falso como todo buen amor.
Pero muchas veces la cosa no era tan romántica. La postal era la forma de pavonearse de los viajes, así sea a las Termas (había que tratar de que llegue antes que usted a su casa). Más allá de lo escrito, la idea general para este uso -muy extendido- del género era: “Estoy pensando en vos/ ustedes desde este hermoso lugar al que no vas a conocer en tu miserable vida”. Un caso a mano es éste “Geo: estoy en el barco. gracias por cuidar del gato”. Golpe bajo.
Ahora bien, en algún momento enrostrar opulencia y regodearse en la desgracia ajena mutó de formato. Ya no se mandan fotos de paisajes adocenados, ni siquiera hay contacto con la letra del afortunado viajero. Ahora hay selfies. Vemos las caras de quienes vemos siempre con apenas algún indicio en el fondo de que se trata de tal lugar o del otro. Un poco empareja las cosas, porque así todo lugar es bueno. Uno le puede responder con su enorme sabiola sonriente y feliz desde el monoambiente que alquila en Villa Plumas verdes Ampliación 2. Además, sí como está usted seguro de que la foto recibida es una de dos millones que se sacó la sabiola viajera, pruebe miles. Alguna tiene que salir bien.
Porque no es sólo una autofoto, es una imagen hecha para compartir que tiene de espontánea lo mismo que las publicidades de Massa haciendo tonada, o el revival de la estrategia del habla telúrica que nos regala el locutor de un festival de rock cervecero por estos días.
Fotos insinceras, producidas por uno mismo. Apenas esta semana de Junio de 2024 la actriz Susan Sarandon subió a su twitter una de ellas con el texto “Las inventoras del #selfie atacan de nuevo” y se puede ver una foto suya junto a Geena Davis, donde imitan la mítica escena de ‘Thelma & Louise. En la película Thelma y Louise, si recuerdan, es verdad que se produce la primera “selfie” del cine. Con una de esas máquinas polaroid. Pero no es estrictamente una selfie porque no hay postproducción ni mil intentos previos que hayan sido anulados vergonzosamente: conozco gente que por poco va con un abogado a pedir las fotos para elegir la que mejor le sienta, que no suele ser la que es más piadosa con uno).
Hay turistas que van al partenón de Grecia y vuelven sin tener contacto directo con ninguna de las maravillas de Atenas. Los griegos tenían el famoso adagio conócete a ti mismo, no retrátate solo. Dicho sea de paso, Platón imagina en su libro La República una ciudad ideal en la que no hay réplicas, no hay espejos por así decirlo. Ningún “autofotógrafo” podría entrar.
En tribus indígenas de Papúa Nueva Guinea, la Amazonía y África, la fotografía se considera una forma de robar el espíritu de la persona retratada. No deben tener miedo a las selfies, poco del espíritu pasa el photoshop.