“Dios me puso sobre la ciudad como a un tábano sobre un noble caballo, para picarlo y tenerlo despierto”. (Sócrates)
Me guardo el nombre del poblado y de los personajes, pero la historia de Milagritos -que no se llama así- es una de las más conmovedoras que haya escuchado. Muestra que el bienestar de un grupo es una resultante de las acciones de todos y que hay que entender que muchas veces hay gente que aporta a la felicidad de todos de modos que ni siquiera sospechamos.
En mi recuerdo, Milagritos tenía 18 años. Era un cúmulo de atributos: inteligencia, sensibilidad, fina belleza. Con un digamos “inconveniente”: hacía todo el tiempo vaticinios funestos a quien se le cruzara. Esto era casi folklórico, sólo que de vez en cuando tenía razón (por pura matemática si se quiere) y entonces los vecinos enfurecían. Durante una racha de dos semanas la cosa se puso muy pesada. Se cumplieron dos “te vas a caer”, cinco “vas a chocar”, cincuenta “vas a perder” y un triste “no me gusta esa tos”.
Ella vivía con sus padres, contadores muy reconocidos, justo enfrente de la plaza del pueblo. En esa ocasión el intendente, en nombre del pueblo, se acercó a casa de Milagritos y les manifestó a sus padres que la gente ya estaba más que podrida de “la lechuza” (así la llamaban). El representante dejó claro su punto: “los médicos del CAPS no dan abasto: cada día llegan decenas de pacientes sanos que atiborran la sala de espera por causa de las visiones de la Mili. Todo el pueblo se ha vuelto hipocondríaco a instancias de Milagritos. Ya nadie juega a la quiniela, no hay festividades, no se vende un solo cohete en las fiestas”.
La respuesta de la familia fue impecable, fiel además a su profesión contable. “Señor intendente: en comparación con el resto del departamento y con la media de Tucumán, los índices de mortalidad y de enfermedad son directamente descollantes. Casi cero. Siguiendo la progresión, en un par de añitos esto se disparará hasta pasarle el trapo a Finlandia. Los países nórdicos serán Somalia a la par nuestra. Está claro que la Mili es muy hincha. Pero es nuestro Sócrates sanitario”.
Desde la pieza se escuchó la dulce voz del tábano municipal:
- ¡Ojo que se viene la lluvia!