“Ha sido el mayor honor de mi vida servir como su Presidente. Y si bien ha sido mi intención buscar la reelección, creo que lo mejor para mi partido y para el país es que me retire y me concentre únicamente en cumplir mis deberes como Presidente durante el resto de mi mandato”. Con estas palabras, Joe Biden, el mandatario número 46 en la historia de los Estados Unidos, ha declinado buscar un segundo mandato en la Casa Blanca.

Ahora que se trata de un hecho consumado, y de que -literalmente- se observan los acontecimientos “con el diario del lunes”, la decisión del mandatario resulta desde lógica hasta obvia. Sin embargo, es una determinación compleja, que llega después de numerosas semanas de presiones en favor de precipitar la salida de Biden, pero también en favor de sostenerlo. Hasta la semana pasada, había encuestas que seguían dando al octogenario jefe de Estado por delante de su competidor, el septuagenario ex presidente Donald Trump. Los equívocos reiterados de los últimos días terminaron inclinando la balanza. Biden confundió a su par de Ucrania, Volodimir Zelensky, con el ruso Vladimir Putin; llamó a Kamala Harris, su vicepresidenta, con el nombre de Donald Trump; y olvidó el nombre de su secretario de Defensa, Lloyd Austin, así que se refirió a él como “el tipo negro”. Las preocupaciones en torno de la vejez se tornaron incontenibles.

Pero aunque el renunciamiento de Biden parece la crónica de un final anunciado, lo cierto es que se trata de una cuestión inédita: no tiene precedentes en la historia moderna de los Estados Unidos. Y esa condición la configura como una verdadera lección de la Historia.

Calidad de los dirigentes

No hay impedimento legal para que Biden busque su reelección. Tanto es así que seguirá en el cargo. Y si bien es válido el argumento de que las desventajas en la carrera presidencial podían tornarse indisimulables con el correr de las semanas, no menos cierto es que él podría haber decidido que la suerte de su administración había comenzado en las urnas y que también allí debería terminar.

Entonces, la declinación de Biden en la búsqueda de un segundo mandato deja muchas lecciones, sobre todo para quienes presencian los hechos desde la Argentina. La primera de ellas consiste en que la calidad de los dirigentes está, en ciertas circunstancias (y circunstancias extremas, como esta) por encima de lo reglado. Aunque no haya obstáculos legales que lo condicionen, Biden se retira de la carrera por uno de los sitiales más influyentes del planeta porque es “lo mejor”. Para su país, sostiene, y también para su partido, subraya. Lo cual conduce a la siguiente lección.

Partidos fundamentales

La segunda enseñanza del renunciamiento es la gravitante importancia de las agrupaciones políticas. La Constitución de los Estados Unidos, a diferencia de la Carta Magna de la Argentina y la de Tucumán, no dice que los partidos políticos son instituciones fundamentales de la democracia. Sin embargo, la declinación de ayer en la carrera presidencial lo confirma de manera incontrastable. La pulseada entre la continuidad en la carrera electoral o el apartamiento en la búsqueda de un segundo mandato se jugó dentro del Partido Demócrata.

También podría haberse apostado por una candidatura testimonial (conducta que las élites políticas tucumanas practican mucho más que la observancia de las normas), con la finalidad de que a poco de ser reelecto Biden dejara la Casa Blanca en manos de quien lo acompañara en la fórmula. Pero ello configura una estafa a la voluntad popular. Consecuentemente, mina la confianza del ciudadano en una agrupación política. Y, sobre todo, desacredita las reglas de juego electorales y, por ende, el sistema de gobierno que emana de él. Así que primó el reemplazo del candidato a menos de cuatro meses de las elecciones: se vota el 5 de noviembre. El partido decidió cambiar cuando faltan sólo 106 días para el “Día D” en las urnas. Porque lo que está en juego es mucho más que un mandato.

La cultura de la legalidad

La tercera lección del anuncio de Biden llega desde finales del siglo XVIII, en boca de quien fuera, justamente, el primer presidente de EEUU: George Washington. El hombre que inauguró ese cargo (se desempeñó en él entre 1789 y 1797) supo hastiarse de recibir reclamos respecto de las normas de la Constitución de su país. Así que cortó los planteos de cuajo, con una advertencia de hierro: asumió públicamente que la Carta Magna era perfectible, como toda obra humana, pero subrayó que sólo se perfeccionaría mediante su cumplimiento. Todo un dogma de legalidad.

La decisión de Biden ocurre siete décadas después de la puesta en vigencia de la enmienda XXII de la Ley Fundamental de su país. “Ninguna persona podrá ser elegida más de dos veces para el cargo de presidente, y nadie que haya ocupado el cargo de presidente, o que haya actuado como Presidente por más de dos años de un periodo para el cual fue elegida otra persona, podrá ser elegido más de una vez para el cargo de presidente”, dice la norma aprobada en 1947 y ratificada en 1951.

Esta disposición surgió tras el fallecimiento de Franklin Delano Roosevelt (1882-1945), quien ganó cuatro elecciones presidenciales. La dirigencia estadounidense resolvió, entonces, que a la Constitución le faltaba poner un límite. La esencia del constitucionalismo es esa: poner límites que encaucen el poder del pueblo. La tiranía de uno debe ser reemplazada por la democracia, no por una tiranía de muchos. Una de las esencias de la república es la alternancia en el poder y una de las esencias de la democracia es la circulación de las elites. Es así como -para decirlo en términos del constitucionalista argentino Roberto Gargarella- para que funcione la democracia debe primar el constitucionalismo, con sus contrapesos y relaciones entre los poderes.

Cómo repercutirá en la Argentina el retiro de la candidatura presidencial de Biden

Las formas de Gobierno no son secundarias: son fundamentales. Su vigencia a genera una cultura política. En EEUU, una en la cual un Presidente es capaz de declinar la búsqueda de su reelección, no por corrupción ni escándalos judiciales, sino por el tiempo: porque es tiempo de dejar el poder.

¿Qué cultura dirigencial alumbraría un Estado donde la Constitución se reformase para que un gobernador pudiera ser reelecto no una vez, sino dos veces; para que pudiera nombrar y destituir jueces a su antojo; para copar el organismo que controla los comicios; y para diseñar un sistema electoral de colectoras, en el que lo importante es el dinero y no los partidos políticos?