En 1947, Helena Wright, médica británica y una verdadera pionera en lo relativo a la anticoncepción, la educación y la terapia sexual, escribió unas instrucciones de lo más detalladas orientadas a que una mujer se familiarice con su anatomía. Específicamente, con sus órganos genitales:

“Encienda una buena luz, tome un espejo e identifique todas las partes descriptas. Los muslos deben estar muy separados, lográndose así una cómoda visión. Luego, si con los dedos se mantienen abiertos los labios mayores, se verá una cubierta dotada de una membrana mucosa por dentro del extremo frontal del espacio que hay entre aquellos. La cubierta puede ser estirada hacia atrás suavemente con las yemas de los dedos y dentro se localizará un pequeño, liso y redondeado cuerpo (a veces de ínfimo tamaño), que brilla bajo la luz”, describe en detalle.

Sexualmente hablando: ¡Oh, my plug!

¿Qué es este “pequeño cuerpo” al que se refiere la doctora Wright? Ni más ni menos que el clítoris: “Se yergue bajo la cubierta y la unión de los labios exteriores, midiendo unos 25 milímetros. Los dos labios interiores comienzan en la línea media, juntos, exactamente bajo el clítoris, extendiéndose en sentido descendente y hacia atrás, a cada lado del espacio liso del centro, desvaneciéndose finalmente cerca de la parte media de la abertura en forma de anillo que constituye la entrada de la vagina”.

Cuando todas las partes externas de los órganos genitales hayan sido cuidadosamente identificadas -para esto es importante contar con una guía, ya sea una foto o un dibujo que señale tales partes-, lo siguiente es comprobar la sensibilidad del clítoris: “Es mejor valerse de un objeto y no del dedo, porque, naturalmente, la yema de éste es en sí misma sensible al tacto, y de ser utilizada podría haber confusión de efecto entre aquél y la parte tocada. Puede servir para tal propósito cualquier pequeño objeto de superficie lisa: un lápiz sin afilar, o el mango de un cepillo de dientes, por ejemplo”.

Sugiere comparar respuestas mediante un ligerísimo toque: “Una mano separa los labios externos sin tocar los otros, y la otra mano que sostiene el objeto elegido toca primeramente un labio interno y luego el otro, y finalmente el clítoris, a través de su cubierta o por debajo de ella. Si se siguen los movimientos de la mano en el espejo, es fácil efectuar los toques con precisión en los puntos convenientes, pero sin aquél y sin una buena luz esto encierra dificultades, ya que una mujer inexperta carece prácticamente de sentido en cuanto a la posición precisa si intenta valerse de un dedo no guiado por sus ojos”.

Plena vigencia

Casi 80 años han pasado y estas sugerencias siguen siendo vigentes. Muchísimas mujeres se conocen poco y nada en este sentido. Y es un hecho que en los relatos de las que padecen anorgasmia -o tienen dificultades para llegar al orgasmo-, por lo general se advierte una verdadera resistencia a la autoexploración y la masturbación suele estar ausente.

Así terminaba el paso a paso propuesto por Wright. “En el instante en que el clítoris es tocado se percibe una peculiar y característica sensación, distinta esencialmente de las producidas por los toques en los labios u otros puntos. Una diferencia que ha de experimentarse; no puede ser descripta con palabras”, advierte.