En un sólido artículo publicado por un diario de Buenos Aires (“La Nación”, 25/07/2024), Luciano Román se refiere al deterioro del lenguaje que evidencia un deterioro en la convivencia democrática, pues se pierde el respeto por el otro y se cae en una violencia simbólica que puede habilitar otras formas de violencia. Señala bien que “la naturalización del lenguaje agresivo y soez desde el poder se ampara en una serie de confusiones, pues se intenta asociar el insulto a un estilo duro, firme y enérgico, minimizándolo, además, como si fuera una mera cuestión de formas y no de fondo”. Esto me recuerda un artículo de Mariano Grondona de 1995 (“La Nación Cultura”, 03/12/1995), en el que, en un homenaje a Ortega y Gasset, señalaba que el filósofo había afirmado que cada pueblo crea alguna palabra con la cual, aun sin saberlo, se describe a sí mismo. Para Ortega, el argentinismo que lo definía era “guarango”, pues el guarango es agresivo y necesita hacerse sitio a codazos, como forma desmesurada y gruesa de egocentrismo. Esta característica, que más de una vez nos hace antipáticos ante otros pueblos, parece que no ha cambiado desde 1929. Lejos de eso, se ha hecho lenguaje oficial especialmente a partir de los gobiernos kirchneristas y, de un modo exasperado, del actual. Es una lástima, porque esas formas pueden llevar al fracaso a las buenas medidas de cualquier administración.
Horacio Saleme
Perú 647 - Yerba Buena