Por Liliana Massara

Para LA GACETA - TUCUMÁN

-¿Cuándo supiste que tus lecturas te transformarían en escritora, y que tu carrera universitaria te llevaría por otros caminos hacia las letras?

-En rigor, nunca lo supe. Desde los seis años me recuerdo leyendo ávidamente, sumergiéndome en el mundo desconocido que me proponían cada cuento y cada novela con una fascinación siempre renovada: piratas, niñas trasgresoras, espadachines, dramas hogareños. Todo me cautivaba. Paralelamente, a los siete años, cuando por primera vez tuve que hacer una redacción en el colegio, descubrí que escribir era una actividad que me producía un gran placer y, a la vez, era un desahogo. Desde entonces me recuerdo escribiendo versos, impresiones sobre el mundo, pensamientos y sentimientos personales, narraciones que iban a ser larguísimas y siempre quedaban en el comienzo; hasta inventé un género: el túnguele. El primer túnguele que escribí se llamaba “¿Te gustan las aceitunas?, y más adelante les gustó mucho a los directores de El grillo de papel. Pero, ¿escritora yo? Jamás se me pasó por la cabeza: escritores eran los otros, los que me llevaban a territorios ignorados que me deslumbraban. En cuanto a la matemática, la física y la química, eran disciplinas que aprendía con facilidad; me gustaba resolver problemas que me exigían razonamientos. Por eso cuando tuve que decidir una carrera elegí Física, en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, que era excepcional. A los 16 años ya había ingresado a la Facultad con notas altas. Pero, como además era bastante inquieta, se me ocurrió que, ya que amaba la literatura, podía trabajar en una revista literaria; lo curioso es que nunca había leído revistas literarias, ni siquiera estaba segura de que existiera algo así. Busqué y, entre varias revistas que no me interesaron, encontré El grillo de papel Nro.1 en una librería, leí el editorial y sentí que esa era mi revista; les escribí a los directores, cuatro jóvenes desconocidos; me llamó uno de esos desconocidos, Abelardo Castillo, me propuso ir a las reuniones del Grillo; en esas reuniones conocí el mundo de los escritores. A los 17 años, por desafío, escribí mi primer cuento. Tampoco entonces, cuando ese cuento se publicó y hasta recibió elogios de Sabato y de Beatriz Guido, me vi a mí misma como escritora. Me fascinaban los múltiples trabajos que implicaba sacar la revista; y también discutir sobre literatura, hacer críticas, escuchar los cuentos de los otros, escribir cuentos; pero no me planteaba a mí misma: “soy escritora”. Simplemente, emprendí una aventura fascinante y sin garantías en la que aun hoy sigo inmersa.

Liliana Heker: “La clasificación ‘literatura femenina’ es irritante y discriminatoria"

-Muy joven estuviste al lado de Abelardo Castillo, fundaron y dirigieron la revista El escarabajo de oro y posteriormente El ornitorrinco, un tiempo de polémicas ideológicas y culturales, de debates y tiempo de amenazas. ¿Qué guardas en tu memoria de esta etapa?

-Esa etapa, desde que entré a El grillo de Papel en enero de 1960 hasta que dejó de salir El ornitorrinco en 1986, constituyó un ciclo fundamental de mi vida sin el cual no me concibo, como no me concibo sin los libros que escribí. Sacar la revista (los que la hacíamos siempre la llamábamos así, la revista, y englobó al Grillo, al Escarabajo y al Ornitorrinco) fue un acto creador y también una manera de dialogar con el presente. En efecto, una novela, un cuento, establecen diálogos con lectores a lo largo de los años y de los acontecimientos. Una revista se vincula con su aquí y ahora; según yo la entiendo, es de algún modo la militancia de un escritor, su modo de pesar sobre el entorno a través de sus opiniones, de sus cuestionamientos y también de la posibilidad de dar a conocer a una nueva literatura. Constituye un trabajo real y múltiple, no solo en el campo intelectual: hay que corregir pruebas, diagramar, distribuir la revista en quioscos y librerías. Una manera fascinante y única de vivir la literatura. Por todo esto atesoro en mi memoria cada instancia de los 26 años en que sacamos la revista. Escritores que conocí, polémicas que protagonicé, anécdotas inolvidables. Mucho trabajo, mucha risa, mucha amistad. La revista es y va a ser siempre una parte esencial de mi vida.

-En una librería de calle Corrientes me encontré con El fin de la historia (1996). El título me impactó dado que se replanteaba hacia los ’90 la teoría de Francis Fukuyama sobre el fin de las guerras, entre otras cuestiones, pero la vida de Leonora Ordaz y de su amiga Diana Glass me condujeron a los contextos conflictivos de los años ’70; así como también al descubrimiento de espacios metanarrativos, o bien cómo llevar a cabo el plan de una novela. ¿Cómo fue tu experiencia al abordar este tipo de procesos de la escritura de El fin de la historia, con desvío de registros, con lo testimonial, con cruces de voces, con exiliados como Hertha?

-Escribir esa novela constituyó una experiencia muy compleja: por las investigaciones que implicó profundizar en la historia de una de las protagonistas, Leonora Ordaz; por la construcción del conflicto -vinculado con lo metanarrativo- de la otra protagonista, Diana Glass; y, sobre todo, por la búsqueda formal. Yo me proponía abordar un período histórico que abarcaba tres décadas, contar un presente que sucedía durante la dictadura cívico-militar en planos narrativos que diferían entre sí –un campo de concentración y exterminio, la vida cotidiana durante esa época de represión- y también contar escenas de infancia durante el primer peronismo y de adolescencia en los 70.

Y necesitaba que todos esos planos y esos acontecimientos se significaran unos a los otros simultáneamente. Pero resulta que, a diferencia de lo que ocurre con las artes visuales, la literatura no permite la simultaneidad: la lectura es siempre secuencial. El desafío era encontrar una forma que acercara el texto lo más posible a la simultaneidad. Cuando descubrí el recurso de que  acontecimientos muy diferentes chocaran unos con otros por contigüidad supe que habría novela: la novela que yo quería hacer. Había acumulado mucho material escrito. A partir del descubrimiento formal, trabajé casi sin pausa y pude darle forma a todo ese material.

-¿La memoria tiene una función primordial en tu obra?

-Sí, es fundamental para mi escritura. Tengo una memoria bastante inusual, incluso con recuerdos anteriores a mis tres años. Puedo reconstruir no solo escenas de mis diferentes épocas sino las sensaciones y reflexiones que me despertaron esas escenas. Y, por supuesto, muchas de esas escenas o sensaciones se me cruzan durante la escritura de ficciones y suelen aportar algo que viene al caso. También sucede que en algunas de mis ficciones -por ejemplo, en los cuentos y nouvelles en que las protagonistas son Mariana y Lucía-  hay episodios de mi propia vida que son ficcionalizados. En esos casos la memoria, sin ninguna duda, cumple un rol privilegiado.

-Qué título inquietante el de tu novela Zona de Clivaje (1987-1997). ¿Cuánto de autoficción hay en Irene, la protagonista, dedicada a la física? ¿Cuánto de las fragilidades del amor, cuánto de los desencantos y de búsqueda profunda dentro del mundo interior de una mujer? ¿Se podría decir que es como una especie de “laboratorio del alma femenina?

- No me siento identificada con la palabra “autoficción”. Creo que la ficción es siempre una construcción en la que intervienen elementos de procedencia muy diversa: experiencias propias y ajenas, pesadillas, ocurrencias súbitas, elaboraciones de la memoria, sucesos históricos, obsesiones, etcétera. Aun la historia más fantástica esconde intimidades de su autor; inversamente, aunque la historia personal sea el eje del cuento o la novela, el resultado siempre va a ser una ficción. El solo hecho de recortar el largo relato de una vida, de elegir cierto período o determinados episodios, ya es una intervención en la realidad. El personaje de Irene, en Zona de clivaje, tiene en efecto características mías: no solo porque estudia física; también, y sobre todo, por cierta actitud de desafío, particularmente en la adolescencia. Pero su experiencia adolescente no tiene nada que ver con la mía. Su desafío reside en elegir a Don Juan como pareja y, al mismo tiempo, en constituirse su confidente y amiga; elección difícil ya que elegir como pareja a Don Juan -en tanto Don Juan implica compartirlo- fatalmente va a provocar celos. Mi desafío en la adolescencia fue entrar por las mías en el mundo de la literatura, esencialmente constituido por varones. Es cierto que, a través de Irene, yo me propuse ahondar en conflictos que me perturbaban: la contradicción que tiene una mujer entre su inteligencia y sus vísceras (por eso me interesaba poner los celos en primer plano: se trata de   un sentimiento visceral, casi imposible de ser racionalizado). También me importaba considerar la maternidad como elección y no como fatalidad biológica, y las condiciones de genialidad y de libertad en una mujer. O sea: Zona de clivaje narra cuestiones que me importan a mí, pero no me narra a mí: cuenta una etapa de la vida de un personaje singular con una historia singular. Una historia, debo decir, que desde que se me ocurrió me resultó fascinante, y con posibilidades de decir. Para construirla recurrí a episodios y personas ajenas, a mí misma, a cruces azarosos de mi memoria, a situaciones y personajes que inventé. Todo eso, ni más ni menos, es la construcción de una ficción.

-Tanto en la novela como en el cuento se evidencia a una escritora que trabaja con las formas, con los procesos, en las fronteras con lo ambiguo, el absurdo, el humor mordaz, lo tremendo humano que se continúan como huellas de estilo en Los bordes de lo real (1991- 2001), del que “La fiesta ajena” se popularizó entre los lectores. ¿Hay preferencia por un género o por otro? ¿Cómo es la experiencia vital al escribir una novela y/o un cuento?

-Los dos géneros me fascinan y siento que los dos son imprescindibles en la composición de mi mundo narrativo. Lo que expreso en La fiesta ajena no lo podría expresar en una novela. Y ningún cuento podría contener el mundo complejo que quiero revelar en Noticias sobre el iceberg. Sin embargo, por la manera en que trabajo, me veo como una cuentista a la que a veces se le cruza la necesidad de escribir una novela. Después del largo tiempo de acumulación y de búsqueda que requiere para mí la elaboración de una novela, termino organizando -o tratando de organizar- el vasto material acumulado con la misma tendencia asociativa y el mismo rigor con que organizo un cuento de diez páginas.

-En Las hermanas de Shakespeare (1999) decís: “la polémica no es un género que me provoque rechazo”. Se manifiesta un texto que te revela versátil, dúctil, en cuanto a la diversidad temática y a las cuestiones planteadas como el compromiso del escritor o la mítica cuestión de la escritura femenina”. Estos modos variados de decir, reflexionar el mundo, la sociedad, la política, el poder, ¿tienen que ver con tu concepto sobre el oficio del escritor y tu formación al respecto?

-Yo creo que el escritor maneja una herramienta invalorable: la palabra. Con esa herramienta única, versátil y maravillosa construye sus novelas, sus poemas, sus cuentos, textos ambiguos por su propia naturaleza, en los que cada lector va descubriendo distintas capas de significación. Textos, además, cuya construcción puede llevar mucho tiempo, y que, como ya dije, dialogan con lectores de distintas épocas y espacios. Pero a veces un escritor necesita dar testimonio de su presente. Entonces debe usar su herramienta de una manera directa, sin ambigüedades. Opinar, polemizar, reflexionar sobre distintas circunstancias, puede echar luz sobre esas circunstancias y hacer un aporte para que se modifiquen. Según lo entiendo, la palabra, a veces, actúa como una forma de resistencia.

-Este año se publicó la novela Noticias sobre el iceberg. Remite a recordar la voz de Ernest Hemingway, en tanto el autor considera que el relato solo debe decir una parte y no todo sobre la historia, dejando el resto al trabajo de interpretación del lector. Greta, la protagonista,  habla de una especie de “caos en la escritura”. ¿Esta expresión tiene relación con el concepto de iceberg de Hemingway? ¿Es una labor consciente y buscada por tu escritura? ¿Tal vez, por ello, Greta navega por diversos formatos, situaciones, tiempos, a partir de una entrevista que también tiene sus desvíos dentro del tipo de género?

-La teoría del iceberg de Hemingway es brillante, e ineludible para cualquier cuentista. Pero en mi novela el iceberg tiene una significación nítidamente distinta a la de Hemingway, que se revela en el final; por eso se llama justamente Noticias sobre el iceberg. En cuanto a la “entrevista como género” a que hace mención tu pregunta: decididamente no. La entrevista en Noticias sobre el iceberg no es un recurso narrativo sino un desencadenante de la trama. Un chico y una chica muy jóvenes van a hacerle una entrevista a Greta, escritora de 77 años que dos décadas atrás, inexplicablemente, renunció a la vida pública; esta situación genera el conflicto novelístico y me permitió ahondar en la vida de Greta, en su secreto, en sus disparates  y en su obra. Y también narrar el encuentro-desencuentro entre dos generaciones muy distanciadas entre sí. Pero de entrada descarté la “facilidad” de utilizar la entrevista como pretexto narrativo. Como recurso me parecía bastante chato y aburrido y a mí, en literatura, me gustan los conflictos.

-¿Qué sentiste al estar invitada a ofrecer el discurso inaugural en la Feria Internacional del libro, en tiempos de crisis en los que la cultura busca de qué manera resistir?

-Una responsabilidad. Quería que, bajo un régimen que no solo ataca la cultura en todo su amplio registro sino que, además, se desentiende de la educación y la salud pública, de los que se mueren de hambre, de los jubilados, de los que perdieron su trabajo, mis palabras mínimamente tuvieran algún peso, que echaran cierta luz sobre lo que nos está pasando como sociedad.

-Liliana Heker, vida y literatura

-Vivo intensamente casi todo lo que vivo. La escritura es una parte fundamental de esta vida intensa pero si estoy compartiendo cualquier experiencia con el hombre que amo, o charlando y riéndome con amigos, o leyendo un libro que me fascina, o bañándome en el mar, o comiendo un suculento guiso de lentejas, o simplemente disfrutando del ocio, no tengo la menos necesidad de estar escribiendo. Solo necesito vivir hasta el carozo eso que estoy viviendo.

© LA GACETA

Perfil

Liliana Heker es novelista, cuentista y ensayista. Con Abelardo Castillo fundó y fue responsable de dos revistas literarias: El escarabajo de oro (1961-1974) y El ornitorrinco (1977-1986). Por Los que vieron la zarza (1966) obtuvo la Mención Única en el Concurso de Casa de las Américas. Luego llegaron: Acuario (cuentos, 1972), Un resplandor que se apagó en el mundo (nouvelle, 1977), Las peras del mal (cuentos, 1982), Zona de clivaje (novela, 1987), Los bordes de lo real (cuentos, 1991), Las hermanas de Shakespeare (ensayos, 1999), La crueldad de la vida (cuentos, 2001), Diálogos sobre la vida y la muerte (entrevistas, 2003), La trastienda de la escritura (ensayo, 2019), entre otros. Fue distinguida con el Premio de la Trayectoria Esteban Echeverría (2010), el Premio Konex de Platino (2018) y el Premio Nacional de Literatura en la categoría cuentos (2018).