La vieja arrastraba las chinelas mientras canturreaba camino a la cocina. Volvía de la feria con dos bolsas de verduras de sopa y bananas.

-¡Abuela! Tenés que decirme así al menos te acompaño. La vieja se ríe.

-Atorrante, estabas durmiendo como un lirón. Tus hermanos deben estár hibernando también. Se vienen a Tafí a dormir… en fin. ¡Pero qué contenta que estás..!

-Ah sí. Conocí al chico perfecto…hecho para mí.

-Perfecto?

-Absolutamente.

La abuela fue de las primeras licenciadas en Bioquímica y después estudió el profesorado en Historia y Geografía.

-Pasame un libro de la biblioteca, sé buena. Lois Menand, “El club de los metafísicos” se llama. Ah, perdón, está en inglés. Thank you.

Le agradeció y abrió el libro más o menos por la mitad. -El problema son las coincidencias totales. Mirá, la mujer más rica del mundo del siglo XIX era una que le decían «La bruja de Wall Street», o por su apodo, Hetty. El tema es que era usha como ella sola. El hijo de ella perdió la pierna porque no lo quería internar para no gastar. No usaba agua caliente para ahorrar gas y usó años el mismo vestido negro. Usaba los calzones hasta que se le caían de rotos. Fue incluida en el libro Guinness de los récords como la más tacaña del mundo, no te miento.

-Abu, ¿qué tiene que ver?

-Esperá. La vieja usha esta se entera de que una tía, muy rica también, le dejó en el testamento como herencia la mitad de su fortuna que igual era un fangote. Sumado a que era ya igual sin herencia la mujer más rica del mundo. La bruja se fue a los tribunales y dijo que al testamento le faltaba una hoja, la que decía que era todo para ella. Mirá lo que era la Hetty. Tenía supuestamente la firma de la difunta, pero sin testigos.

En el derecho anglosajón el testamento, la voluntad de quien deja el legado es lo más importante, no es como aquí. O sea que esta casa puedo dejarle a quien yo quiera, o a mi gato o a quien quiera. De ahí todas esas películas que vemos de testamentos. Gran tema la herencia, pensá en Esaú y Jacob, en Rómulo y Remo…

-Vieja, ¿voy pelando las papas?

-Sí, dale. Volvamos a la insaciable avara. Aquí es donde entra en escena uno de los filósofos más inteligentes de todos los tiempos: Charles Sanders Peirce.

-Se pone linda la historia.

-Peirce y su padre se abocaron a hacer un peritaje de la firma que traía la sobrina. Usaron otros papeles con la firma original autenticada. Se dieron cuenta de que el documento de la firma era idéntica en cada rasgo y tenía todos los marcadores de la firma legalizada ante testigos de la tía. Eran perfectas. Usaron cientos de otras firmas y ninguna era tan idéntica como la de la vieja usha. Demasiado. Escuchá:

“La probabilidad de que Sylvia Ann Howland pudiera haber producido dos firmas en las que coincidieran es una entre… dos mil seiscientos sesenta y seis millones de millones de millones de veces, o 2.666.000.000.000.000.000.000”. Semejante cifra, advirtió al tribunal, trasciende la experiencia humana. Una improbabilidad tan grande es prácticamente una imposibilidad. Una sombra de probabilidad tan evanescente no puede pertenecer a la vida real.”

-¿Y eso a qué viene?

-Andá a buscarle un defecto a ese chico si no es una mentira, un playback. ¡Ah y que si hubiera testamento capaz que estarían todos despiertos tempranito ayudando o le dejaba mis cosas al Frody!