Tucumán es una tierra en la que se entrelazan la fe y el deporte. Aquí, en los cerros que rodean la provincia, la vida religiosa y la práctica deportiva se cruzan de manera casi natural. Uno de los protagonistas de esta peculiar unión es el padre Tomás Larrosa, un sacerdote cordobés de 32 años que hace cuatro decidió hacer de Tucumán su hogar y el domingo participó de su segundo Trasmontaña.

Desde su llegada, guía a su comunidad en el camino espiritual, pero también encontró en el ciclismo de montaña un espacio para la reflexión, la meditación y el desafío personal. El domingo participó por segunda vez en el Trasmontaña, la icónica carrera por las montañas tucumanas y que pone a prueba tanto el cuerpo como el espíritu.

Junto a su compañero Tomás Poviña, el padre “Tomi” se dio el gusto de ubicarse en el segundo lugar del podio en su categoría.

Nacido en Córdoba, Larrosa dejó su casa a los 20 años para seguir el llamado del sacerdocio, estudiando en Buenos Aires antes de llegar a Tucumán, en donde actualmente sirve en el movimiento “Fasta” (en Tucumán tiene dos colegios, el Fasta Reina de la Paz y el Colegio Fasta Angel María Boisdron). Sin embargo, su historia va más allá de la fe; es también la de un apasionado del ciclismo que, a pesar de las limitaciones de tiempo y las exigencias de su vocación, encontró en los cerros tucumanos un lugar donde conectarse con Dios a través de la bicicleta.

“Para mí, la bicicleta es mi cable a tierra mediante el cual descargo las tensiones del día a día. Eso sí, no es mi prioridad”, explica.

Dentro de las actividades que debe cumplir como sacerdote resaltan el acompañamiento a enfermos (todos los 14 de cada mes por la noche), los campamentos y las actividades con los jóvenes, las confesiones, las visitas y los acompañamientos a grupos de matrimonios. Además, es capellán del colegio y preside misas, bautismos y responsos.

Tomás asegura que su vida como sacerdote le lleva mucho tiempo, con horarios que no siempre le permiten dedicarse al ciclismo. “La siesta, que para los curas muchas veces es sagrada, la sacrifico para salir a andar en bici por el cerro”, dice con una sonrisa. “No es mi prioridad, pero lo hago en la medida de lo posible sin dejar de lado mis tareas como cura”, aclara.

Es en esas horas, cuando el sol empieza a descender y las sombras se alargan sobre los senderos, es cuando encuentra un momento de paz y equilibrio.

La preparación para un Trasmontaña no es sencilla. Entre misas, confesiones y el trabajo pastoral, el tiempo para entrenar es limitado. Aun así, su determinación lo llevó a participar una vez más en la carrera, demostrando que cuando hay pasión todas las barreras se superan.

META CUMPLIDA. Larrosa y su compañero Tomás Poviña celebran su participación el Trasmontaña.

El Trasmontaña es famoso por sus exigencias físicas: tramos empinados, descensos vertiginosos y terrenos irregulares ponen a prueba incluso a los ciclistas más experimentados. Para Tomás, cada kilómetro recorrido es una lección de humildad y perseverancia. “Lo más importante para mí es disfrutar de estas experiencias y vivirlas con alegría. A Tomás (su compañero en la competencia) lo conocí a través de la bicicleta; después tuve el honor de casarlo con su esposa Macarena y además bauticé a su primer hijo, Felipe. Por eso, correr con él fue especial”, comenta.

“Sé que esto que hago tiene un impacto sobre el sacerdocio y la Iglesia. No es lo que busco, pero sí es verdad que los sacerdotes tenemos nuestras ilusiones, nuestros gustos y todo eso lo ponemos a los pies del Señor, y se lo entregamos. En la medida que uno puede llevarlas adelante, estas cosas hacen bien”, reflexiona.

El deporte siempre estuvo en su vida. “Cuando estaba en Buenos Aires no tenía bicicleta y entonces salía a correr. No me podía anotar en las carreras porque no tenía plata, pero me sumaba a los 100 metros de la largada y participaba a mi manera. Obviamente no agarraba todas las cosas que le daban a los competidores durante la carrera porque eso hubiera sido robar (se ríe). Pero participaba de esa manera. También me gustaba jugar al fútbol. Me gustan mucho las montañas; hice cima en el volcán Lanín, en Neuquén (tres veces) y en el nevado del Chañi, en Jujuy. Lo escalé el año pasado; tiene 6.000 metros de altura”, resalta.

Este año, al igual que en su primera participación en el Trasmontaña, compartió su experiencia en las redes sociales. Sus seguidores, tanto feligreses como amigos ciclistas, lo apoyaron desde el primer momento, admirando su capacidad para equilibrar dos mundos que, a primera vista, parecen opuestos. “Para muchos, tener a un sacerdote como amigo es raro”, dice pero a su vez remarca que la fe y el deporte pueden integrarse de manera sorprendente y enriquecedora.

EN EL PODIO. Poviña y Larrosa festejan la medalla que recibieron en el Trasmontaña. Foto gentileza de Tomás Larrosa.

Tomás no planea dejar de participar en eventos como el Trasmontaña, ya que para él cada carrera es una oportunidad de crecer como deportista, como persona y como sacerdote. “La Iglesia fue asumiendo esta cercanía que tenemos los sacerdotes jóvenes a las redes sociales. Yo intento llevar la palabra del Evangelio a ese mundo enorme, pero sí te da un poco de vértigo esa exposición. Hay muchos comentarios, tanto buenos como malos. Los haters siempre están y sus comentarios te afectan. Muchas veces reflexiono si debo estar ahí o no y por ahora lo manejo bien. Cuando es un mensaje feo, a veces les escribo por privado; algunos me responden bien, otros no”.

Para los jóvenes de los colegios en los que se desempeña como religioso, Tomás es un ejemplo vivo de que es posible seguir un camino de fe sin abandonar las cosas que uno ama. “Recibí muchos comentarios positivos, algunos agradeciendo por el ejemplo que es para los jóvenes”.

La competencia con su coequiper

“Tenemos un grupo de amigos que andan en bicicleta, al cual me sumé en 2021, y ahí estaba Tomás -recuerda el sacerdote. En una de las vueltas quedamos andando solos en la avenida Perón y nos pusimos a charlar de la vida. Para la persona que no tiene un acercamiento a la Iglesia no es normal estar con un sacerdote, entonces preguntan muchas cosas. El me pidió si podía predicar en su matrimonio y luego nos empezamos a conocer más y terminé casándolos. Luego participé del bautismo de su hijo; es una hermosa amistad que empezó por el deporte”.

En esta edición del Trasmontaña la pareja de bikers participó en la categoría E-Bikes (eléctricas) con una bicicleta prestada. “Yo no tengo una propia; me la prestaron y fuimos tres veces a hacer el circuito para conocerla un poco. Es muy diferente, requiere esfuerzo para andar fuerte y mucho manejo porque es una bicicleta que baja muy rápido, como la de descenso o enduro. Es muy distinto pero lindo, fue una buena experiencia. Hoy es una bici muy cara, pero creo que vamos camino a que se vuelva más popular y quizás más accesibles desde el punto de vista económico”.

Luego de hablar de su compañero, el sacerdote volvió a hacer hincapié en la relación entre su amor por el deporte y su vocación. “Para mí la bicicleta no es algo separado del sacerdocio; soy una persona con historia, gustos, proyectos y un montón de sueños. Para mí, la bicicleta es un espacio de descanso y descarga de tensiones, pero sobre todo me ayuda a crecer en valores importantes para la sociedad como el de la amistad; además, ayuda a sobreponerse al cansancio, y a compartir. Yo soy cura pero me gusta andar en bici sobre todo en Tucumán, que es el Disney de las bicicletas”, remata.

Al final de la competencia, el domingo cerca del mediodía, Larrosa celebró una misa en La Sala. “Estaba prevista para cuando llegara, pero no sabía el horario y si no me iba a pegar un palo. Cuando llegué, me cambié, tomé aire y me crucé a la capilla de San Francisco Solano a oficiar una misa. Se acercaron algunos familiares de participantes y fue muy lindo”, recuerda.

Predicando con el ejemplo, Larrosa demostró que cuando se vive con autenticidad se puede iluminar todos los aspectos de nuestra vida. Así, con su bicicleta y su fe inquebrantable, es un testimonio vivo de esta verdad.