Por José María Posse

Escritor, abogado, historiador

Dicen los sabios que la patria de un hombre es su niñez. Los primeros años de nuestra infancia y las experiencias de la temprana adolescencia marcan nuestras vidas con tinta indeleble.

Juan Bautista Alberdi vino al mundo en San Miguel de Tucumán el 29 de agosto de 1810. Vio la luz de la vida junto con la patria. Quizás este hecho señaló su predestinación hacia los altos ideales que forjaron el rumbo de su existencia.

Era hijo del vasco Salvador Alberdi, quién ilustró a la juventud de la época en las ideas libertarias que llegaban de Europa, y por su madre, doña Josefa Aráoz, descendía de una prominente familia, cuna de próceres de la talla del Gobernador Bernabé Aráoz, del Congresal Pedro Miguel Aráoz, o del general Gregorio Aráoz de La Madrid, entre otros de esa estirpe que figuran en los primeros planos de nuestra historia.

Doña Josefa Aráoz falleció a los pocos meses de su nacimiento. Obviamente, Alberdi no alcanzó a conocer a su madre; al respecto, el jurista tucumano escribió: “Mi madre había cesado de existir, con ocasión y por causa de mi nacimiento. Puedo así decir, como Rousseau, que mi nacimiento fue mi primera desgracia”.

Ese fue el clima en el que se crió Alberdi, rodeado de próceres, con el recuerdo reciente de los heroicos momentos vividos durante la batalla de Tucumán, testigo de las jornadas igualmente heroicas del Congreso que en 1816 nos dio libertad e independencia. Siendo su tío Bernabé, a quien tanto admiraba, figura central de todo el movimiento cívico y militar que rodeaba a aquel pueblo patriota, cuna de la independencia y sepulcro de la tiranía monárquica.

VIDEO. Recordaron a Alberdi a 214 años de su natalicio

Recordaba haber jugado de niño en las rodillas del General Manuel Belgrano, amigo de su familia, sostenedora de sus ejércitos patrios; evocaba al prócer haciéndolo jugar con los cañoncitos que servían para clases de academia en el Ejército del Norte. Fue testigo de los desórdenes institucionales producidos en las luchas intestinas entre sus parientes Aráoz y su mentor Javier López (casado con su prima hermana Lucía Aráoz). Sus ojos niños fueron espectadores de luchas, revoluciones y asonadas, de fusilamientos y confiscaciones. En suma, del caos germinal del cual emergería una Nación.

El huérfano

De allí quizás su empecinamiento por el orden y su intolerancia para con los hábitos violentos de nuestras prácticas políticas vernáculas.

De allí quizás, sumado a su temprana orfandad (a sus 12 años perdió también a su padre), su abstracción que se confundía con timidez, su bonhomía que pasaba por superficialidad y su amor por la belleza de la música y de las artes, como forma segura de sanar su alma mancillada por penas prematuras.

Vivió en un tiempo en que el espíritu de la Revolución Francesa y la Revolución Industrial desplegaban por el orbe su influjo transformándolo todo y moldeando las nuevas generaciones.

El niño huérfano quedó al cuidado de sus hermanos mayores y mimado por su familia materna.

Temprano marchó a Buenos Aires con una beca que le consiguió su pariente político, el gobernador Javier López. En Buenos Aires, pupilo en el célebre colegio de Ciencias Morales, comenzó su afición por la música y por la lectura. Allí trabó una entrañable amistad con Miguel Cané, cuya familia le dispensaría el calor familiar de su lejana aldea natal.

Al poco tiempo, el joven Juan Bautista se convirtió en un personaje apreciado por la sociedad porteña, siendo un invitado infaltable de las tertulias literarias y musicales de la célebre Mariquita Sánchez de Thompson.

Trabajaba como dependiente de una tienda que era propiedad de un viejo amigo de su padre. Fue cuando decidió dejar sus estudios, cosa de la cual pronto se arrepentiría. Gracias a su tío Jesús María Aráoz, de paso por Buenos Aires, consiguió su reincorporación, y allí sí, comenzaría un estudio sistemático de los grandes clásicos, que lo fueron convirtiendo en el erudito que llegó a ser.

Concluidos sus estudios prelimares, Alberdi inició su carrera de derecho en los claustros de la universidad. En esos años comienza a componer sus primeros valses y minués que alcanzarían pronto gran popularidad.

Una última visita

En 1834 volvió por última vez a su Tucumán; venía además de visitar a sus parientes y amigos, a culminar unas cuestiones sucesorias. El entonces gobernador Alejandro Heredia, a quien había frecuentado mucho en Buenos Aires, cuando representaba a Tucumán y le había dado clases de latín; conociendo el nivel intelectual del joven, lo autorizó por decreto a ejercer como abogado a pesar de no haber concluido por entonces sus estudios. Pero Alberdi, habituado a la vida mundana, las delicias de la aldea tucumana ya no le resultaban atrayentes. Fue entonces que decidió regresar a Buenos Aires. No imaginaba entonces el largo camino que recorrería por el resto de su vida.

Alberdi volvió a Buenos Aires con una recomendación del gobernador Heredia para el caudillo Juan Facundo Quiroga, a los efectos de que éste lo becara para una estadía de estudios en EEUU, lo que finalmente no pudo concretarse.

Juan Bautista encontró fascinante al riojano, una personalidad avasallante, sin duda alguna. Su asesinato posterior, sumado al de Heredia, dio comienzo a una etapa de crueles desencuentros entre los argentinos. Pero Alberdi nunca olvidaría el trato que le dispensaran los aludidos caudillos.

Joven rebelde

Concluyó sus estudios bajo el poder creciente e ilimitado de José Manuel de Rosas en un ambiente de opresión, sumamente hostil e intolerante. También comenzó a publicar sus ideas. Miembro activo del salón literario, colaboró en la redacción de periódicos, mientras publicaba la primera “Memoria Descriptiva sobre Tucumán”.

En la figura de Juan Bautista Alberdi se conjugan dos lenguas: la jurídica y la literaria, imbuidas de un humanismo profundo, sutilmente trabajado.

Por entonces trabó amistad con Juan María Gutiérrez y Esteban Echeverría quién lo imbuyó en las novedades literarias del romanticismo europeo; éste último fue el introductor en el Río de la Plata de las ideas que entonces llamaban socialismo o ciencia social. Estaban inspiradas en el liberalismo de Claude de Rouvroy, que propiciaba una transformación de la sociedad, basada en la educación y la promoción del progreso técnico.

El estadista

En ese contexto febril, Alberdi comenzó a pergeñar su ideario, es así como publicó su fragmento preliminar al estudio del derecho donde expresó los problemas para organizar el país y los lineamientos básicos de tal organización.

En esos escritos comenzó a aparecer el Alberdi estadista, quién imaginaba una Nación organizada democráticamente, libre, soberana y orgullosa. Diagramó entonces un proyecto de Nación con identidad propia. Para el tucumano, se debía instrumentar el estudio de la organización institucional del país sin plagios ni imitaciones de soluciones extranjeras.

Su prédica tuvo eco en el salón literario de Marcos Sastre donde brilló junto a José Mármol. Allí tuvo el escenario propicio para comenzar su lucha en favor de la organización nacional.

Pronto el gobierno de Rosas censuró esas reuniones e inició una feroz persecución en contra de esa juventud romántica.

Alberdi fue parte de una organización secreta llamada “Asociación de la Joven Argentina”, decididos en pasar de la acción intelectual a la acción política. Enterado Rosas del movimiento al que consideró sedicioso, ordenó arrestos entre el grupo de intelectuales. Ante esto, Alberdi decidió exilarse en Montevideo para continuar desde allí su lucha en pos de la organización nacional.

El ausente

La emigración absorberá su vida. En Uruguay, Alberdi se sumó al movimiento de los emigrados y colaboró activamente con varias publicaciones combatiendo al régimen rosista desde las columnas periodísticas. Entre los que escuchan su prédica estaban Juan Lavalle y su amigo de la infancia tucumana, Marco Avellaneda, ambos encabezarían la insurrección contra la tiranía y ambos pagarían con sus vidas esta decisión.

Deshecho el Ejército libertador, las fuerzas de Rosas marcharon a Montevideo iniciando un sitio que duró varios años. Alberdi decidió emigrar a Europa donde se nutrió de los pensamientos filosóficos en boga por entonces.

Con ese caudal, optó por radicarse en Chile, donde además de ejercer exitosamente la profesión de abogado, se dio tiempo para bosquejar su gran legado. También allí tuvo grandes desavenencias con su compatriota Domingo Faustino Sarmiento, las que se hicieron públicas en las famosas “Cartas Quillotanas” donde ambos personajes demostraron su genio de estadistas y la acidez de sus plumas.

En 1852 publicó “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina“, trabajo que llevaba adjunto un proyecto de constitución. Designado Urquiza Director Provisorio de la Confederación, nombró como su ministro del interior a Gutiérrez, el amigo de Alberdi. A través de él el mandatario se interesó en la obra de nuestro comprovinciano. Su libro de “Las Bases…” se convertirá en el dogma que luego se plasmaría en nuestra Constitución Nacional.

Desde Chile partió a Europa como representante diplomático de la naciente República Argentina. Los episodios políticos posteriores en la Argentina llevaron a Alberdi a un exilio voluntario que le tomará prácticamente toda su vida.

ESTATUA DE LOLA MORA. En la plaza que lleva el nombre del ilustre tucumano se luce la escultura en su honor.

Amor a Tucumán

A Alberdi, como a los amantes que se separan, el exilio le enseñó un más profundo amor a la patria. Se carteaba regularmente con sus familiares Aráoz, especialmente con la única hermana que le quedaba viva, doña Tránsito Alberdi de García y sus sobrinos Colombres García Alberdi. Estaba al tanto de todo cuanto acontecía en una provincia que se transformaba por la fiebre del “Oro Dulce”.

Cuenta el biógrafo Jorge Mayer que, en 1863, Alberdi se puso nostálgico ante las noticias de su provincia que le llevó a París el empresario Esteban Rams. Bajo tales impresiones contestó a Tucumán -el 21 de agosto- la carta de su hermana Tránsito. “Tu carta -le decía- ha sido un nuevo motivo para que el reciente 15 de agosto, día de tu santo, te recuerde como ningún año te dejo de recordar. Yo soy para ti, aunque vivo, como el alma de nuestros padres: no te escribo, no te hablo, pero no ceso de recordarte y de quererte. Mi destino siempre incierto y a menudo contrariado, ha querido que no volvamos a vernos desde 1834”. Continuaba: “Ver a Tucumán y verte a ti, es un sueño querido que no abandono. Con estos sentimientos no es imposible que el sueño se realice un día. Antes me entristecía la idea de no hallar en Tucumán sino tumbas queridas, sobre las que derramar dulces lágrimas. Pero me hablas de toda una posteridad viviente, joven y linda, que lleva la sangre de nuestros padres y hermanos, y esto cambia ya en un aspecto consolador la visita de nuestro querido Tucumán“. Siguió pasando el tiempo. En 1867, el 7 de julio, en otra carta a Tránsito volvía a asegurarle: “Yo iré a Tucumán para hacerte una visita y conocer a todos mis parientes, así que la paz me lo permita”. Pensaba que “el ferrocarril a Córdoba debe simplificar ese viaje, que yo hice en mi niñez con una tropa de carretas, y más tarde en una galera”, pero “en relación alegre, pues llevaba de compañero de viaje a (Marco) Avellaneda”. Como se sabe, la promesa nunca pudo ser cumplida.

Tributo de los tucumanos

Tucumán consideró siempre como hijo predilecto a Juan Bautista Alberdi, incluso cuando aún vivía. Bautizó con su nombre la calle que lo lleva hasta hoy. La misma ya en 1883 se denominaba “boulevard Alberdi”. Era una arteria importante, y había sido empedrada porque conducía al flamante Hospital Mixto “Nuestra Señora de las Mercedes” (hoy Padilla).

El tributo de Tucumán a Alberdi se completaría el 25 de setiembre de 1904, cuando se descubrió en la plaza de su nombre la magnífica estatua, obra de Lola Mora, construida por ley provincial de 1889. .Años antes, en 1879, el autor de las “Bases” había sido elegido diputado por Tucumán al Congreso Nacional, junto con Lídoro J. Quinteros. Pero el carácter fundacional de su pensamiento y de su obra se contraponía a la ruptura del accionar político de los hombres que lo rodeaban.

Su regreso lo habría catapultado, a no dudarlo, a los primeros lugares de nuestra política provincial o nacional, tal el caso de sus comprovincianos Marcos Paz, Nicolás Avellaneda o Julio A. Roca. Tenía el prestigio, las conexiones y la destreza; sin embargo prefirió su autoconfinamiento del otro lado del Atlántico. Hasta qué punto y no lo acompañó hasta el final, cierta sensación de culpa en el destino trágico de sus dos grandes amigos de la infancia, Marco Avellaneda y Brígido Silva, asesinados por defender ideales que él agitaba en cartas que les enviaba desde su temprano exilio.

Remembranzas

Esto motivó su partida (esta vez definitiva), nuevamente a Europa, donde murió en Francia en 1884. Desde allí continuó con su vinculación epistolar con sus amigos y parientes de esta provincia. Tucumán fue su primer amor, inolvidable y puro. Siempre llevó consigo los olores, sabores y colores de su niñez de huérfano. Quizás en ello encontremos la respuesta a su tenaz resistencia en regresar. Probablemente se agolparan los fantasmas de esperanzas no colmadas; quizás no soportaba la idea de ver a esa nueva ciudad, pujante, industrial, edificada sobre las tumbas de los seres que más amó.