Franco Colapinto dijo “no soy ítalo-argentino, soy argentino. Tengo el pasaporte italiano nada más, pero soy argentino”, demostrando una absoluta ignorancia de su condición o reconociéndose víctima de una afirmación racista muy inculcada y repetida en nuestro país por generaciones. Vayamos a los hechos, casi el 60% de los argentinos somos ítalo-argentinos porque al reconstruir nuestro árbol genealógico encontramos entre nuestros antepasados a un nonno o nonna que dejó su lugar de nacimiento en Italia para radicarse, solo o en familia, en la Argentina. Descarto aquí hechos como la posible naturalización (que fue forzada en algunos momentos y contextos) o que los descendientes puedan o no solicitar la ciudadanía italiana (porque deberíamos hacer un análisis detallado de cada caso para determinarlo) ya que la condición de ítalo-argentino es una referencia exclusiva al lugar de nacimiento de un ascendente. La posesión del pasaporte italiano reafirma su condición ítalo-argentina porque ningún país del mundo puede otorgarle ese documento a quien no tiene reconocida su ciudadanía. Sin embargo, quiero retomar la otra perspectiva de sus dichos y ver a Franco como una víctima perfecta del sistema que afirma que “Argentina es un crisol de razas”, lo cual lamentablemente nos llevó a la destrucción de las identidades étnico-culturales como un precio necesario a pagar por “todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino” para inculcar una identidad nacional única.

Marcelo Daniel Castagno 

marcelocatagno@yahoo.com.ar