En una semana muy terrenal, en la que muchas personas en todo el mundo han tomado conciencia de modo brutal que, tras las explosiones masivas de aparatos electrónicos las guerras ya no se hacen más en los campos de batalla, sino que hasta pueden llegar hasta las propias casas, la Argentina siguió adelante y a los tumbos con su revulsiva agenda doméstica, tras la presentación de la metodología de elaboración del Presupuesto que hizo el Presidente en el Congreso, la reaparición de Cristina Fernández de Kirchner y la implosión manifiesta que se advierte en la UCR.
Antes de su viaje a Nueva York, donde Javier Milei se mostrará como el hacedor de una nueva Argentina y a partir de aquel discurso de domingo por la noche, la política de entrecasa tuvo sus chisporroteos ya pensando en los alineamientos legislativos para 2025, mientras los mercados respaldaron la visión fiscalista del ajuste y surgió con furia recíproca la pelea con los gremios por Aerolíneas Argentinas y su potencial venta, más el mal trago de la eventual retirada como inversor de la empresa Petronas, en la construcción de la planta de GNL con YPF.
Toda esta fatigante realidad del día a día doméstico se dio hasta que apareció la figura del papa Francisco con un mensaje a los movimientos sociales de su país que –ya lo dirá el tiempo- podría haber estado destinado a justificar políticamente por qué no vendrá a la Argentina este año. O quizás, especulando con una jugada elucubrada por el Pontífice, que haya sido un aviso sobre, si finalmente viaja, a quién verá y a quién no.
Mal que le pese a Milei, el Papa es actualmente el argentino más importante del mundo. Por su influencia y porque su prédica atañe a 1.300 millones de personas nada menos, cerca de 15% de la población mundial, Jorge Bergoglio está hoy en lo más alto del podio y sus enseñanzas sobre la fe y el camino a recorrer exceden cualquier prédica no religiosa. No se puede borrar dicho record, pero es casi una paradoja ver cómo, cada vez que él baja al llano de la ideología y se mete a hacer política en relación a su país, por ejemplo, este tipo de posturas empequeñecen su labor pastoral.
En medio del ecumenismo que implica el cargo, el barro del toma y daca lamentablemente lo deja habitualmente bastante mal parado a Francisco ante miles de católicos que profesan su misma fe en la Argentina y entre ellos, miles también que desean verlo como el Papa “de todos” este mismo año, si es posible. En este sentido, es evidente que el proceder de haber elegido en nombre de la prédica eclesial de “Tierra, Techo y Trabajo” como interlocutores privilegiados a varios dirigentes que, para muchos argentinos son reconocidos réprobos que se aprovechan de los dineros públicos en nombre de los pobres, no ayuda para nada a cerrar la grieta.
La influencia papal en este tipo de cuestiones tiene sus bemoles, ya que transporta la autoridad moral de la Iglesia a esferas que van más allá de lo puramente espiritual, lo que efectivamente puede inspirar un cambio positivo en temas críticos como la pobreza, la paz mundial y los derechos humanos, pero que a la vez es algo que genera tensiones, ya que hay quienes consideran que la institución debería mantenerse al margen de los asuntos del día a día, cuanto más en cuestiones políticas y sociales que hoy en la Argentina están en debate. Es verdad que el Papa siempre va a quedar expuesto a críticas de todos los costados, pero su participación en estos temas es vista por muchos como un desafío a la neutralidad.
Por otra parte, sería difícil pedirle al Pontífice que diga cosas que vayan a contramano de la postura social que tiene la Iglesia, la misma que siguen y difunden los obispos a rajatabla. A los 87 años de una persona, lo único que se puede hacer es describir la situación, pero no cambiarlo y más en un hombre público de tal calibre que tiene seguramente prejuicios arraigados, tal como las reservas que ha tenido siempre la Iglesia con el liberalismo, principalmente porque éste enfatiza la autonomía del individuo y la separación entre la fe y la política. No parece ser éste el caso de Milei, precisamente.
De ese mismo sesgo podrían ser los dichos de Francisco sobre Julio A. Roca, un ídolo para el actual presidente, a quien la Iglesia no le perdona haber establecido en 1884 un marco de leyes que promovieron la educación laica y la libertad de cultos, lo que provocó la ruptura de las relaciones diplomáticas y la expulsión del entonces nuncio apostólico. Más allá de estos resquemores, lo cierto es que no se puede escindir al sacerdote que pide por los necesitados, a quien la realidad de su país le genera llagas en el corazón, que se aparte de decir que el gas pimienta no “paga” o que sienta que no se hace lo suficiente para frenar situaciones de violencia, aunque sí se lo podría criticar políticamente por juntarse con algunos que poco favor le hacen.
“Traduttore, traditore” se dice en italiano para enmarcar cómo a veces una expresión se puede malinterpetar por la acción de un traductor literal que, quizás sin quererlo y por no conocer demasiado de localismos, se comporta como un traidor al idioma. La mención del papa Francisco al verbo “pagar”, en relación al gas pimienta que se utilizó para dispersar a personas que pretendían incidir con violencia en una discusión que se estaba dando dentro del Congreso, ha tenido muchas interpretaciones, pero ninguna de ellas se preguntó por las motivaciones del Pontífice o por el contexto en el que fueron dichas.
Ante los párrafos que utilizó, parece más que evidente que Francisco usó el verbo pagar con la connotación del modismo que se utiliza en muchos barrios del Conurbano sobre todo, pero no para hablar de preferencias, sino de consecuencias. “El Gobierno se puso firme y en vez de pagar justicia social, pagó el gas pimienta” fue la traducción que surgió del portal de información de la Santa Sede, el “Vatican News” una de las patas del multimedios que generó el propio Francisco en el año 2015.
“Pagar” fue interpretado en esa versión como un sinónimo de gastar, pero también significa en muchos lugares de la Argentina “preferir” y eso no alude para nada a un gasto sino a una opción. En la jerga de todos los días en la Argentina, el término puede implicar también “sacar mayor rédito” de algo, una crítica que alcanza a la vocación de todos los gobiernos de disfrazar la realidad pintando la propia con un “somos los mejores” porque eso “paga”.
Más allá de la semántica, en su juego político, Bergoglio marcó la cancha durante toda la semana, sobre todo invitando a la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello a visitarlo durante la tarde del mismo día que recibió a la CGT. Se supone que la funcionaria, quien dice el Presidente que es su mejor amiga, llegó a Santa Marta con la venia de Milei y con la misión de explicar algo que está expresado en los presupuestos (en el actual y en el próximo) en la columna del gasto: cómo el Gobierno recorta de todos lados, pero no toca la asistencia social. El FMI pidió eso y en este punto no puede soslayarse el acercamiento que tiene Kristalina Georgieva con Francisco.
El Papa sabe muy bien, entonces, que por ese lado no se puede criticar a la actual Administración y todo indica que buscó equilibrar la cancha, con algo de veneno político también, ya que la reunión con la ministra no tuvo fotos, ni tampoco se registraron comentarios, tal como sucedió con los popes sindicales. La especulación es que, seguramente, Pettovello le explicó cómo se han cortado las intermediaciones y la posibilidad de que haya vivillos en el medio que se lleven a su bolsillo el dinero de los pobres.
Pero, 48 horas después y para desequilibrar el tablero, llegó la reunión con los movimientos sociales y con Juan Grabois –uno de los “perjudicados” por las normas impuestas por Pettovello/Milei- y con esos dichos papales que tanto ruido hicieron en relación al gas pimienta que mandó a usar otra ministra, la de Seguridad, Patricia Bullrich quien fue el blanco explícito de las críticas: “me mostraron un video…”, explicó para justificar el comentario. En esa misma reunión, probablemente con algo de sibilina imprudencia, el Papa habló de una supuesta coima en la Argentina pedida por el secretario de un ministro, sin decir de qué gobierno ni de cuánto.
Si se pasa más aún el peine fine sobre la letra papal, en dos instancias de ese discurso el Pontífice pareció aludir a Milei; uno, cuando dijo que el Papa “no puede sustraerse a la centralidad de los pobres…” y que eso es “Evangelio puro” y no “comunismo” como le gusta definir al Presidente y dos, cuando explicó que, por “mirar desde lejos o mirar desde arriba… se gesta la violencia”, ya que “el silencio de la indiferencia habilita el rugido del odio”. Es evidente que la palabra “rugido” debe haber pasado también por la lupa de los analistas del Gobierno.
Si el juego de estocadas de Francisco corrió por ese lado, lo cierto es que con bastante lógica el gobierno argentino prefirió hasta el momento hacer un prudente silencio sobre el tema y se ha cuidado muy bien de apuntarle, más allá de una mención indirecta de Milei dentro de sus dogmas tuiteada por X, sobre que “la mejor política social es el equilibrio fiscal”. En el fondo, todo se trata de una sorda pulseada sobre el destino de esta carambola a varias bandas que quizás, para definir su viaje, ha surgido del siempre calculador temperamento de Bergoglio, algo que parece ser una marca registrada de toda su actuación en la Iglesia.