Por Gisela Colombo
Para LA GACETA - BUENOS AIRES

La primera vez que la vi, entró en una de esas aulas mínimas que tenía “Bartolomé Mitre”, donde funcionó durante años la Facultad de Filosofía y Letras de la UCA. Era mi cuarto año de la carrera de Letras. Un día frío, irrumpió con su boina y un tapado, meticulosamente combinados, con un estilo diferente al del resto de las docentes.

Ella no buscaba impresionar a nadie. Saltaba a la vista. Sólo expresaba lo que era; que no estaba dispuesta a ninguna impostura.

Con el tiempo entendí que Graciela Maturo era, lo que los estudiantes de la UBA habían bautizado con involuntaria verdad, “la pitonisa”. Un oráculo en tantos aspectos…

Ella era diferente. No hacía falta más que verla para saberlo. Lo que yo no comprendí en ese momento fue hasta qué punto esa diferencia quebraría mi tiempo en dos. Antes y después de Graciela Maturo.

Yo había llegado hasta ahí, cuarto año de la carrera de Letras, llevada por algo impreciso que luchaba por decirse, a pesar de las clases de mis profesores. Todas esas lecciones habían sido un documentarme para disentir en mucho, pero con pretendido nivel. Por eso, bastó que ella abriera la boca para que yo escuchara ese mudo canto angélico de cuando, por fin, damos con lo que buscábamos. “Eureka” habrían dicho los sabios griegos. Y sí, eureka…

Desde entonces fui oyendo lo que ella entendía por literatura, poesía, razón poética, humanismo, crisis moderna, vacío de sentido, identidad cultural latinoamericana, etc., etc.

Su pensamiento se fue mostrando tan amplio y profundo como nunca antes vi. Era la misma sensación que uno tiene frente a un genio como Umberto Eco. Lo sabía todo, pero desde una coherencia tan honda, tan radical, que nada de lo que ella manejaba quedaba suelto. Todo se relacionaba intrínsecamente a un punto de unidad increíble. Como si ella misma fuera muestra viva de un universo que, innegablemente, tiene orden.

Si tuviéramos que mencionar en pocas palabras los enormes aportes que ha hecho Graciela Maturo podríamos resumirlos así:

-La difusión de una antropología humanista y teándrica que busca integrar a los estudios culturales, una dimensión del hombre silenciada por el racionalismo que prevalece desde la Ilustración.

-La fundación de una serie de “escuelas” de investigadores en torno de la hermenéutica fenomenológica, cuyo soporte en Husserl, Dilthey, Heidegger, Gadamer, Ricoeur, Batjín, Merlau-Ponty, Jung, Eliade, Kusch, Bachelard y Van der Leew, para establecer, entre otros conceptos, el de la “lectura fenomenológica”.

-El estudio de una serie inmensa de autores fundamentales como Garcilaso de la Vega, Rubén Darío, Marechal, Cortázar, García Márquez y tantos otros.

-Un pensamiento equilibrado y espermático, sumamente documentado y profundo, sobre la transculturación de América a partir de la mestización entre la cultura precolombina y la traída por los españoles durante la Conquista.

La autora transitó la literatura como sujeto reflexivo de su naturaleza, extendiéndose incluso a cuestiones extraliterarias. En ese ejercicio, no habló jamás desde la fría comodidad de un observador externo. Su propio espíritu poético y el compromiso con la realidad, le confirió a su trabajo la pasión y la comprensión profunda del misterio creativo que opera en el arte. Especialmente en el universo poético.

Escribe Julio Cortázar, en una carta fechada el 24 de agosto de 1969, y dirigida a Graciela Maturo: “Su poesía me ha parecido siempre muy de nuestro tiempo aunque eluda las experiencias muchas veces fascinantes en otras latitudes y quizá también en la suya; de todos modos, me gustaría leer esos poemas ‘coléricos’ de que me habla; todo lo que usted escribe me interesa. Por cierto que uno de los textos de Último Round titulado ‘Uno de tantos días de Saignon’ cuenta una jornada en mi rancho, jornada en la cual ocurren muchas cosas, y entre ellas la llegada de una carta suya, y la lectura de sus poemas, de los que cito un fragmento. Me alegró hacerlo, y espero que para usted también sea una prueba de afecto esta incorporación de sus versos en prosa”.

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Gisela Colomba- Profesora de Letras de la UCA.