El fondo del proceso económico que lleva adelante Javier Milei es francamente loable, una experiencia que la Argentina no se da desde hace tantísimos años y que probablemente sea la Piedra Filosofal tan buscada por varias generaciones, la que es probable que le permita a los ciudadanos de las siguientes sacar un poco la cabeza por afuera del agua.

Lamentablemente, lo que impacta de modo brutal por estas horas en la vida coyuntural de los argentinos es la hojarasca, las formas que el Presidente ha elegido para hacerse respetar, regidas por una intolerancia nada liberal por cierto y fogoneadas por aprendices de brujos, antes que por profesionales de la comunicación.

Hace dos días, cuando ya habían pasado la discusión de la Ley de Financiamiento Universitario en las dos Cámaras y hacían mucho ruido todavía las dos voluminosas marchas en la calle en defensa de la Educación Pública, justo cuando el Congreso se alistaba para el rechazo porque el veto ya había sido proclamado y con todo el desgaste de la situación encima de las espaldas del Gobierno, el portavoz presidencial Manuel Adorni dio la sorpresa y aseguró que “la discusión se termina” si se abren los presupuestos y los rectores demuestran en qué se gasta el dinero y cuánto se necesita.

¡Oh, sorpresa!, ¿así que la cosa era entonces que hay unos cuantos vivos que no se dejan controlar? ¿Para qué dejar que la sangre haya llegado al río, tal como llegó, si la explicación era tan sencilla? Decía Juan Perón que “el hombre es bueno, pero si se lo controla es mejor”. El caso con las Universidades es que sus autoridades dicen que la Ley impide que sean auditados y que ese control se lleve a cabo. Con razón, el Gobierno, quiere que no salga un centavo más de lo que entra y que se rinda todo y como no puede hacerlo, una vez más se quedó a mitad de camino sin hablar de frente y enredándose en explicaciones paranoicas.

Más que los magros sueldos docentes, que habrá que solucionar rápidamente sobre todo si salen de los fondos que hoy no se saben adónde se aplican, qué interesante hubiese sido aprovechar el tema para poner arriba de la mesa lo que parece que le incumbe poco a todas las partes: la excelencia y la posibilidad de discutir cierto arancelamiento para darle becas objetivas a los más pobres que se las merezcan por sus cualidades.

“Esto fue usado por la vieja política para meternos en un debate que no es, porque el 100% de los argentinos estamos de acuerdo con la Universidad Pública”, añadió Adorni que, como miembro del Gobierno, en todo caso dejó que lo metan en esa puja dialéctica que resulta ahora que enmascaraba la realidad.

La situación es apenas una muestra del actual dislate comunicacional del Gobierno ya que, en ese aspecto, le han fallado todos los manuales a Milei & Cia. La Casa Rosada nunca fue capaz de explicar con cierta coherencia que la pelea es contra quienes se han encaramado en el poder universitario sin rendir cuentas y amparados en controles que nunca se hacen. Ha preferido enredarse en la Ley de Administración Financiera y en la interpretación que para cada nuevo gasto hay que encontrar financiamiento que en exponer el meollo del asunto, algo sencillo aunque nada épico por cierto.

Tantas broncas y teorías conspirativas de por medio para llegar al punto central que explicitó Adorni, el de la no rendición de cuentas, el que atenta contra el equilibrio y discurre hacia bolsillos de no se sabe quién. Quizás de nadie, pero como no dejan que se los controle... ¿Parece un atentado a la educación pública esto o es un derecho de la ciudadanía verificar dónde se van los recursos que pone todos los meses? Y tras cartón, vino la jetoneada del “no lo vamos a acatar”, siguiendo la lógica de la no lógica, ya que como Economía es el dueño de la lapicera, los fondos se van a entregar de acuerdo al criterio de equilibrio y, si tienen algún problema, que acudan a la Justicia.

El tema del equilibrio fiscal es una bandera francamente loable, pero también lo es la de la transparencia y a esto aludía el Gobierno, cuando la goleada en contra ya había sido consumada.  El chapucero manejo de este caso tan sensible ha mostrado lo que parece evidente ya que, tras casi 10 meses de gobierno, al presidente de la Nación se le dificulta cada vez más dos tareas críticas: a) la de conducir y no tanto por las magras minorías legislativas que lo acompañan, sino porque está obsesionado en que no se haga patente la debilidad objetiva que lo acosa, tarea que le ocupa buena parte de su tiempo y que, paradójicamente, lo debilita aún más y b) la de comunicar, un mamarracho de grueso calibre.

Se sabe que Milei es alguien disruptivo, pero a la vez predecible y eso hace flaquear su también su estrategia, sobre todo cuando debe exteriorizar los costos del ajuste. “Gobernar es explicar”, decía Jovellanos y lo parafraseaba Fernando Henrique Cardoso dos siglos después. Este Presidente prefiere ladrar. El resultado es que cada vez queda más que claro que al gobierno nacional le ha comenzado a fallar más seguido el cálculo de la carga que se le pone a cada plato de la balanza, ya que siempre es mayor el peso que se debe reponer del otro lado para equilibrarla. Lamentablemente para él, en ese cansancio, Milei no deja de pegarse perdigones en el pie y es como el boxeador “zapallero”, que echa los bofes tirando y tirando hasta que lo frena un “cross” y lo pone en situación de realidad. Si se prefiere el ejemplo del ajedrez, el presidente de la Nación es hoy como el jugador que desarrolla pacientemente una estrategia, pero que finalmente “no la vé” y chau partida. Cierto tobogán en las encuestas dan cuenta de todo ello.

Si bien el auditorio partidario era quizás el más propicio para meterle fervor a los fieles, lo sucedido en Parque Lezama teniendo a los periodistas de punching-ball fue de una pobreza inaudita. Como referencia de lo nefasto de este tipo de acciones, vale rememorar la historia y hoy, todo parece indicar que los gritos, insultos y diatribas presidenciales, en medio del fenomenal ajuste que sufre la sociedad van en sentido contrario a lo que se necesita para edulcorarlo, porque esas actitudes cada día aburren más a los de afuera y muestran a un Presidente más dedicado al envase que al contenido. Es esa actitud la que lo deja cada vez más expuesto a Milei, con la guardia baja y con el mentón a tiro.

Un primer diagnóstico sobre lo sucedido en estos días en el tema universitario es que quienes lo asesoran la están pifiando feo. Lo mandan al Presidente (o dejan que se mande) a librar batallas que no puede ganar o directamente lo enredan. Por ejemplo, ¿a qué genio se le habrá ocurrido que para meter miedo había que instalar la imagen del “tren fantasma” de los muertos-vivos del kirchnerismo, sindicalistas y otras yerbas que reaparecieron lo más orondos –algunos mate en mano- en la marcha universitaria del pasado miércoles?

Es lamentable para él, pero el Presidente debe saber que quienes lo asesoran en materia de comunicación lo han expuesto mal y han logrado que se diga que todos esos dirigentes que volvieron lo más campantes a la escena del crimen, llegaron a visibilizarse otra vez exclusivamente por su grandísima culpa. Casi como le pasó a Mauricio Macri.