Cuando éramos chicos y corríamos carreras. Al más chico lo poníamos varios pasos adelante. Le dábamos cancha. Tantos más pasos cuando más chico era el corredor. Así es la vida del discapacitado, necesita, tiene derecho a varios o muchos pasos adelante de los otros para correr en igualdad de condiciones. No le concedemos nada, reconocemos en ellos un derecho elemental de los más elementales de los derechos humanos. Para poder ganarse la vida, el ciego, el amputado, el débil mental por cualquier causa, el sordo, el mudo, requieren muchos pasos de ventaja. Puede un sordo, un mudo, un ciego manejar una computadora? Pues enseñémosle y que lo hagan como el mejor, con orgullo, pero enseñémosle. No quieren limosna, no quieren favores, quieren ejercer el derecho elemental a trabajar. Quieren ser capaces de sostenerse a sí mismos y sostener una familia. Digo computadora como podría decir mil cosas distintas. Desde traducir Braille a estudiar una carrera independiente. Desde música a artesanías pasando por distintos profesorados. Cuando tenemos el problema en casa recién reaccionamos. Cuánto cuesta una operación de ojos o de oído o de cerebro, cuánto cuesta una pierna ortopédica o una silla de rueda especial? Conocemos a genios que se levantaron sobre sus disminuciones físicas o mentales por que tuvieron los medios para hacerlo. A cuánto de ellos perdemos, desperdiciamos? De cuantos cerebros nos privamos? No es caridad, es obligación la de velar por ellos, como por los niños y las madres necesitadas y los ancianos. Todos estamos obligados a socorrer las deficiencias físicas congénitas o adquiridas, de nuestros semejantes. Es un deber de solidaridad, exigido por la naturaleza. Aun cuando no tengamos responsabilidad sobre la suerte del otro, la religión y el amor nos impulsa hacia él por el mero hecho de ser un prójimo con el que nos une la caridad. En el uso corriente la caridad suele confundirse con limosna y así se rebaja a protección humillante la más excelsa de las virtudes, la que mejor expresa el señorío del hombre sobre el dolor y la suerte. Es que cuando el que recibe da, la idea de favor desaparece. Siempre es posible enfrentar a las adversidades y ganarle. Siempre es posible mejorar. No creo que Tata Dios justifique a un pueblo que olvida a los débiles.

Jorge Bernabé Lobo Aragón 

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