En términos evangélicos creemos que Dios hace salir el sol sobre buenos y malos y llover sobre justos e injustos. En cuanto al avance escabroso de la ludopatía y las nuevas formas de adicciones sin sustancia, parece que el mal recae con más facilidad sobre los más vulnerables y desprevenidos. Esta deducción se desprende de una noticia reciente según la cual los dueños de redes sociales hegemónicas como TikTok, Instagram, X, envían a sus hijos a colegios donde les prohíben llevar celulares. Esta sería una buena sugerencia para los padres inadvertidos: Copiar lo que ellos hacen porque, sin duda, quieren lo mejor para sus hijos, aunque los hijos de los demás sean rehenes para el crecimiento económico de sus plataformas. Estos cuantos pícaros, dueños de gigantes de Internet que ahora tienen acceso y facilidades para el submundo de las apuestas, dejan a niños y jóvenes tan indefensos, dirá Eduardo Galeano, como a esos niños pobres que deambulan por las calles de la miseria. Una película sobre el holocausto nazi me parece ejemplificadora de un pensamiento profundamente cristiano y que hasta sería el alegato de por qué hay que amar al prójimo como a uno mismo y a los hijos de los otros, como a los propios. En “El niño con el pijama a rayas”, un niño judío y un niño alemán, hijo de un general nazi, se hacen amigos a través de un alambrado y por curiosidad y por amor, el niño nazi ingresa al Campo y es exterminado en la cámara de gas junto con el niño judío. El que había ordenado el exterminio, no puede detener el operativo y a los gritos clama por su hijo, mientras había ordenado la matanza de tantos otros niños y lo seguiría haciendo, o no. No lo sabemos. ¿Tiene que alcanzarlos el mal para que entendamos que cada día es bueno dar la vida por los otros, aunque no sean nuestros hijos?
Graciela Jatib
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