El sistema educativo argentino debería tener igual división en todas las provincias: tres niveles. Primario, secundario y terciario o superior. Eso se da y está bien. Ahora, cómo se divide la cantidad de grados o cursos, es distinto. Buenos Aires, entre otras, tiene séptimo grado y luego cinco años de secundaria. Tucumán, por ejemplo, tiene sexto grado y sexto año. Se podría pensar que es lo mismo, y que la diferencia así planteada no tiene importancia. Podría afirmar que la tiene, ¡y mucho! Lo digo lisa y llanamente: se quita un año de infancia a la niñez. Y en lo que a ellos les toca vivir, es un año menos de juegos, de travesuras, de recreos con pelotas de papel; de niñas con pelo recogido en una o dos partes con moños; de comunicación y contención más cercana con sus docentes. El último año de la primaria quizás sea el momento que los reúne a todos por última vez. Muchos continuarán viéndose, otros no. Terminar en sexto y no en séptimo los adelanta en muchas cuestiones que mucho tienen que ver con su madurez emocional. Experiencias gratas o ingratas innecesarias aún. ¿Que muchos rendirán con eficacia en la secundaria? No me cabe la menor duda. Pero esa misma eficacia la pueden lograr en un segundo nivel que arranque un año más tarde. Muchos coincidirán en que la niñez es el tiempo que queda grabado en nuestro corazón. El tiempo de las “seños”, de los actos patrios en la escuela, con San Martines y Belgranos que se representan y no se olvidan, con bailes patrios en los que muchos quieren lucirse, con fiestitas a las que van todos. Y los papás, los abuelos, los hermanos, acompañándolos como no pasará después en el otro ciclo. Y luego, el “viaje de egresados”. Muy niños para disfrutarlos como niños. De repente “crecen” inusitadamente. Quieren boliche, ropa especial, un poquito de maquillaje; nada malo... ¿pero no es adelantarlos, hacerlos grandes a la fuerza? Además está eso de querer imitar a los líderes para sentirse “parte de”. Y esos líderes no siempre actúan como para ser imitados. En todos lados se lee: “Con los niños, no”; “A los niños hay que cuidarlos”. ¿Los cuidamos de verdad quitándoles un año más de inocencia y sano disfrute? Está planteado así, me dirán. Mientras muchas cosas cambian. ¿No podría cambiar esto también?

María Estela López Chehin 

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