“No saques conclusiones”. ¿Cuántas veces hemos dado o recibido esta sugerencia? Y es que en casi todas las personas existe una fuerte tendencia a juzgar las situaciones rápidamente y opinar, sin detenerse demasiado a pensar o a informarse. Nos apuramos en sacar conclusiones y de esa manera nos quedamos tranquilos y cerramos el tema (aunque a menudo esa conclusión apunte a una mirada negativa y limitante de los hechos). Ocurre que la indefinición, las situaciones abiertas o inciertas… nos incomodan demasiado. No queremos esperar. Lo antes posible queremos volver a la seguridad de saber a qué nos enfrentamos.

Este sesgo o distorsión cognitiva se denomina “salto a conclusiones” y es responsable de buena parte de nuestro sufrimiento y también de los conflictos vinculares. “Ya sé lo que estás pensando”, “Ya me imagino lo que me vas a decir”, “Vas a ver que ocurre tal cosa”, “Lo hiciste de gusto”, “Eso es porque no me querés”, etcétera. Nos hemos acostumbrado a clausurar la realidad de manera arbitraria, teniendo en cuenta unos pocos datos.

Un pacto

En esta misma línea, el escritor mexicano Miguel Ángel Ruiz, en su libro “Los cuatro acuerdos”, propone, como el tercero de estos pactos: “No hacer suposiciones”. Pero… ¿qué tiene de malo suponer? Como sostiene el autor, al hacerlo creemos que lo que suponemos es cierto, juraríamos que es real. Lo que es una fuente de problemas. El proceso suele ser éste: hacemos una suposición, comprendemos las cosas mal, nos lo tomamos personalmente y acabamos haciendo una tragedia de la nada. ¿A quién no le resulta familiar esta secuencia?

Sostiene que casi toda la tristeza y los dramas que hemos experimentado -“el sueño del infierno”- tienen sus raíces en las suposiciones que hemos hecho y en las cosas que nos tomamos personalmente.

¿No sería mejor pedir una aclaración, corroborar lo que estamos pensando, confrontar nuestra percepción con la otra mirada? Es como si tuviéramos miedo de conducirnos así. Además de que, por supuesto, nos encanta tener razón. Para esto llegamos a veces a defender lo indefendible y a buscar argumentos que confirmen nuestra interpretación de la realidad. En suma: creamos sufrimiento.

Hacer suposiciones en las relaciones conduce a muchas peleas, dificultades y malentendidos con las personas que supuestamente amamos. “Si los demás nos dicen algo, hacemos suposiciones, y si no nos dicen nada, también las hacemos para satisfacer nuestra necesidad de saber y reemplazar la necesidad de comunicarnos. Incluso si oímos algo y no lo entendemos, hacemos suposiciones sobre lo que significa, y después, creemos en ellas”.

¿Mejor no preguntar?

Las suposiciones ocurren con gran rapidez y de una manera inconsciente porque hemos establecido acuerdos para comunicarnos de esta forma: hacer preguntas es peligroso y la gente que nos ama debería saber qué queremos o cómo nos sentimos. Y de paso, con frecuencia suponemos que los demás ven la vida del mismo modo que nosotros. Ojo, también hacemos suposiciones sobre nosotros mismos, y esto nos genera muchos conflictos internos. Todo ese relato que nos contamos acerca de quiénes somos, qué podemos y qué no, cómo nos ven los demás… tiene, obviamente, un profundo impacto en nuestra vida.

Don Miguel Ruiz nos alienta: “Imagínate tan sólo el día en que dejes de suponer cosas de tu pareja, y a la larga, de cualquier otra persona de tu vida. Tu manera de comunicarte cambiará completamente y tus relaciones ya no sufrirán más a causa de conflictos creados por suposiciones equivocadas. Una vez que escuches la respuesta, no tendrás que hacer suposiciones porque sabrás la verdad. Éste es el camino hacia la libertad personal”.