Por Presbítero Marcelo Barrionuevo

“Se acercó uno de los escribas, y le preguntó: ‘¿Cuál es el primero de los mandamientos?’. Jesús respondió: ‘Es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos’. Y le dijo el escriba: ‘¡Bien Maestro!, con verdad has dicho que Dios es uno solo y no hay otro fuera de El; y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar al prójimo como a si mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios’. Jesús le dijo: ‘No estás lejos del Reino de Dios’. Y ninguno se atrevía ya a hacerle preguntas” (Marcos 12,28-34).

- ¿En que consiste este amor? El Cardenal Luciani -quien sería Juan Pablo I-, comentando a San Francisco de Sales, escribía que “quien ama a Dios debe embarcarse en su nave, resuelto a seguir la ruta señalada por sus mandamientos, por las directrices de quien lo representa y por las situaciones y circunstancias de la vida que Él permite”.

- Lo determinante de nuestra vida, lo que aparta todas las tinieblas y tristezas, es el hecho de que Dios nos ama. Llena el corazón de esperanza y de consuelo. La Encarnación es la revelación suprema del amor de Dios por cada uno de sus hijos. ¿Cómo no vamos a corresponder a un amor tan grande? El Señor nos pide que le amemos con obras y afectos de corazón: confianza de hijos, especialmente cuando nos sintamos más necesitados; agradecimiento alegre por tanto don que recibimos; fidelidad de hijos, allí donde nos encontremos. ¡Tantas veces necesitaremos decirle: Señor, te amo, pero enséñame a amarte!

- Amamos al Señor cumpliendo los mandamientos y nuestros deberes, evitando toda ocasión de pecado, ejerciendo la caridad en mil detalles..., y también en esos gestos que pueden parecer pequeños pero que van llenos de delicadeza y cariño para el Señor: una genuflexión ante el Sagrario, la puntualidad en nuestras normas de piedad, una mirada a una imagen de Nuestra Señora. Todo lo que hacemos por el Señor es sólo una pequeñez ante la iniciativa divina.

- Jesús se dirige a nosotros para preguntarnos como a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Es hora de responder: ¡“Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo! ¡Ayúdame a amarte más, auméntame el amor!” (J. Escrivá de Balaguer, Forja).

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.