El Hospital Laura Bonaparte, cuya historia se remonta al siglo XIX, ha sido un pilar fundamental en la asistencia de problemáticas de salud mental en la Ciudad de Buenos Aires. Durante los años setenta funcionó como el Centro Nacional de Reeducación Social (Cenareso), y en la década de los 80 su enfoque se amplió, asumiendo un rol cada vez más crucial en la atención de pacientes con padecimientos mentales. En 2016, recibió el nombre de la psicóloga Laura Bonaparte, una figura emblemática en la defensa de los derechos humanos. Este hospital no solo ha brindado atención, sino que también ha sido un refugio para las comunidades más vulnerables, incluyendo la comunidad Lgtbiq+, destacándose por su inclusión de trabajadores trans mucho antes de la implementación de la Ley de Cupo Laboral Trans. El reciente anuncio de la reorganización de los servicios del hospital, percibido por muchos como un cierre inminente, ha generado una profunda preocupación en la comunidad médica y en la sociedad en general. El Hospital Laura Bonaparte es el único centro especializado en problemáticas de consumo en la Ciudad de Buenos Aires, brindando tratamientos de salud mental a miles de pacientes, entre ellos niñas, niños y adolescentes. En un momento en el que las crisis de salud mental, especialmente entre los adolescentes, están en aumento, el cierre de este tipo de instituciones puede ser devastador. Uno de los aspectos más alarmantes de esta crisis es el aumento de los suicidios en adolescentes, una problemática que no podemos ignorar. La adolescencia es una etapa especialmente vulnerable, marcada por conflictos emocionales, cambios profundos y, en muchos casos, trastornos mentales no diagnosticados o mal atendidos. El suicidio es la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años a nivel mundial, y cada pérdida es un llamado urgente para mejorar nuestro sistema de atención y contención. Los servicios de guardia y la posibilidad de internación, que se ven amenazados por esta reorganización, no son solo cuestiones de logística; son derechos fundamentales que pueden salvar vidas. Para muchos pacientes, la rapidez en la intervención durante una crisis es lo que marca la diferencia entre la vida y la muerte. El impacto de no contar con estos servicios es inmenso. La falta de camas para internación y la ausencia de guardias especializadas en salud mental representan un riesgo altísimo para los pacientes en situación de crisis. Las familias quedan desamparadas, los profesionales de la salud sin herramientas suficientes, y, lo más grave, los pacientes enfrentan la desesperación sin el apoyo que necesitan. No podemos permitir que se siga profundizando esta brecha en la atención, ni que los hospitales y centros especializados, que son la última línea de defensa para estas personas, se vean reducidos o reorganizados en detrimento de quienes más los necesitan. Este panorama nos obliga a reflexionar sobre una realidad cruda y dolorosa: en nuestro país, muchas personas que sufren padecimientos mentales no tienen acceso a los recursos necesarios para ser atendidas dignamente. La falta de instituciones, de servicios adecuados y de una red de contención efectiva nos expone a todos a una crisis silenciosa pero letal. No se trata solo de números o estadísticas, sino de vidas humanas que, sin el cuidado adecuado, pueden apagarse sin que nadie lo impida.

Silvina Lazo y Pedro Pablo Verasaluse

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