A muchas mujeres les cuesta alcanzar el orgasmo. De hecho, varias nunca lo han experimentado. Al igual que ocurre con otras dificultades sexuales, diversas cuestiones pueden explicar el por qué de este problema. Entre ellas, suele advertirse un temor a “dejarse llevar”. Ocurre que el orgasmo, así como genera un gran placer, puede resultar apabullante para algunas personas, llegando a impedirles entregarse a la intensidad de las sensaciones, a la pérdida de control, a la disolución -aunque sea por unos segundos- de los límites del yo. Por nombrar unos pocos “síntomas” de esta vivencia de características únicas.

Al respecto, la doctora Julia R. Heiman, sexóloga y psicóloga estadounidense -fue también directora del Instituto Kinsey- propone un ejercicio para conectar con ciertos pensamientos o prejuicios que en varias mujeres pueden estar asociados al clímax sexual. El ejercicio se denomina “representar el orgasmo”. Consiste, ni más ni menos, en imaginar un orgasmo intenso y actuarlo, hacer “como si”.

Es necesario contar con un tiempo de tranquilidad y privacidad de entre 30 minutos y una hora. Comenzar con una autoestimulación habitual -como en la masturbación- en los genitales y demás zonas erógenas. Luego de un rato, antes de excitarse demasiado, la consigna es... ¡desplegar la actuación! “Revuélvase, tense los músculos, túmbese rígida, balancee la pelvis, haga ruido; en definitiva, cualquier cosa que le parezca extrema”. Gemir, arañar, dar golpes en la cama, llorar… cuanto más exagerado, mejor. Está permitido interrumpir la autoestimulación mientras se representa el orgasmo: el objetivo principal es en realidad conectar con esta respuesta a la manera de una actriz, de la forma más convincente y apasionada que uno pueda imaginar.

La sexóloga advierte que lo más probable es sentirse rara con esta práctica, al menos la primera vez, por lo que sugiere repetirla hasta tomar confianza y llevarla a cabo con facilidad. Es importante recordar que esta performance no equivale al estilo que la persona adoptaría o debiera adoptar al tener un orgasmo. Se trata de actuar, como si fuera la protagonista de la más intensa fantasía orgásmica.

Luego de hacer el ejercicio, Heiman sugiere plantearse algunas preguntas: ¿He tenido algún pensamiento o sensación que me perturbe? (hay personas, por ejemplo, que tristemente asocian el hecho de ser orgásmicas con el de ser “promiscuas”). Cuando pienso en el hecho de ser sexualmente activa y desinhibida ¿qué imagen me viene a la mente? ¿Tengo miedo de que vayan a producirse cambios radicales en mi vida? ¿Temo, por ejemplo, estar pensando siempre en sexo o querer tener relaciones sexuales todo el tiempo? ¿Por qué esto sería un problema? Estos y otros temores nacen de experiencias tempranas que enseñaron a muchas mujeres que el sexo era malo y que las sensaciones relacionadas con él podían descontrolarse con facilidad. Por eso tener una sexualidad despierta significaba a veces mantenerla en secreto y sentirse culpable. Durante nuestra etapa de crecimiento a muchas nos advirtieron contra el sexo y nos enseñaron a preocuparnos por nuestra reputación. Ser una persona sexualmente activa se identificaba con ser “fácil”, con ser el tipo de persona al que los demás no respetan. No ser sexualmente activa se asociaba con ser una “buena chica”, alguien a quien los demás respetan y valoran. Muchos pensarán que es improbable que hoy una mujer se sienta condicionada por este tipo de pensamientos… ¿están seguros?

“Ya no somos niñas, pero es posible que aún sintamos algunos de los conflictos que en aquella etapa despertaba la sexualidad. Dado el tipo de educación que la mayoría de nosotras recibió, es normal tener sentimientos encontrados por querer cambiar. Puede que le preocupe lo que pensará de sí misma o lo que pensará su compañero/a o los demás. Es útil volver la vista atrás hasta los días de la adolescencia y ver que lo que sentía con relación al sexo por aquel entonces no tiene porqué ser lo mismo que lo que siente ahora”.

De manera que podemos decidir cómo sentirnos sexualmente en la vida adulta. El sexo y la propia sexualidad son, definitivamente, algo positivo: fuente de goce, salud y felicidad en la vida. Y si esta realidad no está incorporada, siempre se puede aprender.