La violencia -en sus diferentes formas- en el deporte, especialmente en el fútbol, se presenta como un tema recurrente. Los últimos hechos ocurridos en el estadio Ingeniero José María Paz colocaron a Tucumán en el foco de las críticas. Las agresiones que sufrieron los jugadores de Sportivo Guzmán por parte de los simpatizantes de Atlético Concepción estuvieron a punto de transformarse en una verdadera tragedia. 

En este contexto, Javier Izquierdo, psicólogo clínico especializado en Psicología Aplicada al Deporte, analizó esta problemática desde una perspectiva multifactorial y plantea una reflexión sobre sus causas y posibles soluciones. “La agresividad es inherente al ser humano y necesaria para competir, pero debe mantenerse dentro de ciertos límites. El problema surge cuando esta agresividad traspasa el ámbito deportivo y muda en violencia”, afirma Izquierdo que sostiene que de ninguna manera la violencia y el deporte van de la mano, de hecho sostiene que el deporte debería servir como una forma de canalizar.

El fútbol, al ser el deporte más popular en Argentina, ocupa un lugar central en el análisis de este fenómeno. Izquierdo señala que, si bien no es el único ámbito donde ocurren episodios violentos, su masividad y la atención mediática lo convierten en un foco visible. “Esto genera una percepción de que el fútbol es más violento, aunque no necesariamente sea así, también pasó con el caso de Fernando Báez Sosa, en donde se sostenía que el rugby es un deporte violento. No es así, el deporte es sinónimo de valores y aprendizajes”, explica.

El psicólogo también destaca la relación entre la violencia en el fútbol amateur y el contexto social, cultural y económico. “Es más probable que haya episodios de violencia en contextos donde la educación y la cultura no funcionan como mecanismos para canalizar la agresividad. Esto se refleja más en el fútbol amateur, donde las estructuras organizativas son más débiles y los recursos para prevenir estos episodios son limitados”, sostiene. Además, menciona que la identificación del hincha con su club puede intensificar las reacciones violentas: “Cuando el equipo pierde, la frustración no queda limitada al juego. Es como si el hincha también estuviera perdiendo, y eso genera reacciones emocionales desproporcionadas”, agregó.

El especialista también se refirió al rol que juega la masculinidad en este escenario. Aunque reconoce que los paradigmas de género están cambiando, la asociación entre el fútbol, la masculinidad y la violencia sigue siendo fuerte en muchos sectores. “Históricamente, se ha vinculado el fútbol con una idea de masculinidad que tolera o incluso celebra comportamientos agresivos. Esto ha contribuido a naturalizar ciertos actos de violencia en el ámbito futbolístico”, reflexionó Izquierdo.

Desde su experiencia, el psicólogo considera que las soluciones pasan por trabajar tanto en la prevención como en la educación. “Freud, el siglo pasado, decía que la cultura y la educación son claves para canalizar la agresividad. Lo que ahora nos falta son programas preventivos que promuevan la resolución de conflictos dentro del marco deportivo”, señala. Asimismo, enfatiza la importancia de aplicar sanciones claras y consistentes: “Si no hay consecuencias, es difícil que las personas internalicen que ciertos comportamientos son inaceptables”, aclaró el psicólogo.

El profesional también subrayó la creciente apertura del deporte hacia la salud mental, un cambio que considera fundamental para abordar estas problemáticas. “En los últimos años, hemos visto a muchos deportistas de alto rendimiento hablar abiertamente sobre la necesidad de trabajar en su salud mental. Esto ayuda a normalizar el diálogo sobre emociones como la frustración o la agresividad, permitiendo canalizarlas de manera saludable”, comenta. Para Izquierdo, esta tendencia debe extenderse a todos los niveles del deporte, incluidos el amateur y las divisiones juveniles, donde la presión puede ser igual de intensa. Para Izquierdo, muchas veces la violencia comienza desde el deportista hacia el espectador, aunque también se da el camino contrario.

Además, el psicólogo puso en evidencia la responsabilidad de los medios de comunicación en la percepción de la violencia deportiva. “Muchas veces, los medios tienden a simplificar la relación entre deporte y violencia, atribuyéndole a una disciplina características que no le son propias. El deporte, en esencia, debería ser un espacio para prevenir la violencia, no para fomentarla”, argumentó.

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A pesar del panorama complejo, Izquierdo es optimista sobre el impacto positivo que pueden tener los psicólogos en el ámbito deportivo. “Hoy en día, cada vez más clubes están incorporando psicólogos en sus equipos, tanto en divisiones inferiores como en planteles profesionales. Esto no solo ayuda a los deportistas a gestionar mejor sus emociones, sino que también contribuye a crear una cultura deportiva más saludable”, remarcó.

La violencia en el deporte, y en el fútbol en particular, no es un fenómeno aislado ni exclusivo de este tiempo. Sin embargo, su visibilidad y las crecientes demandas de ayuda psicológica en el ámbito deportivo abren la posibilidad de un cambio. Como concluye Izquierdo, poner en palabras lo que ocurre es el primer paso para trabajar en soluciones efectivas. “El deporte debe ser un espacio para aprender, crecer y canalizar nuestras emociones de manera constructiva”, cerró el profesional.