Las harinas refinadas son altamente consumidas y suelen ser imprescindibles en nuestros menús diarios. Pero, ¿qué sucede si dejamos de incluirlas en nuestras dietas? Según estudios de la American Journal of Clinical Nutrition y de la Universidad de Harvard, reemplazar este componente por integrales sería de gran ayuda para evitar un deterioro de nuestro organismo.

Las harinas blancas poseen ese color porque son ultrarefinadas y con ello los nutrientes, vitaminas y minerales que posee el trigo y los diferentes cereales con los que se preparan son menos. En su lugar, se introducen ingredientes que a la larga podrían tener injerencia en diferentes funciones del cuerpo, como los niveles de azúcar en sangre y la grasa acumulada.

Delicia de chocolate: solo dos ingredientes, sin horno y sin harinas

La sociedad argentina tiene como uno de sus mejores aliados al pan blanco, ese que acompaña en cada almuerzo y cena. Una vieja costumbre que aún perdura, al igual que las facturas, las galletitas, las tapas de pascualina, las pastas, pizzas, postres, etc.

A la hora de consumir harina, se ingieren carbohidratos en exceso y almidón, que está presente también en la papa y otros tubérculos, en el arroz blanco, el maíz y el azúcar. Es por ello que se recomienda disminuir la ingesta diaria de alimentos procesados que lo posean, ya que como explica la revista de investigación Archivos Latinoamericanos de Nutrición, este polisacárido, en su estado no resistente, pierde todos los beneficios nutricionales y aportan un aumento de las microbiotas en el intestino.

¿Qué le sucede al cuerpo si dejo de comer harina blanca?

La American Journal of Clinical Nutrition realizó una investigación en 2009 en donde comparó dos grupos de personas: las que consumían harinas blancas refinadas y las que adoptaron la harina integral.

Los resultados del estudio evidenciaron que las personas que consumían en mayor medida alimentos hechos con harina blanca, aumentaban su masa adiposa, es decir, un 90% grasa y un 10% de minerales y agua. Por su parte, quienes cambiaron por la versión integral vieron disminuida su masa corporal y notaron un aumento de la fibra. Incluso, se percibió más saciedad y, por ende, menos necesidad de seguir comiendo.

Otro de los beneficios de abandonar la harina blanca es el descenso de peso y la hinchazón por la disminución del consumo de carbohidratos. Por fuera de lo estrictamente estético, la reducción puede ayudar a prevenir la diabetes. 

El pediatra J. Rodríguez Delgado realizó un análisis bajo la tutela del Centro de Salud de Alpedrete en Madrid, España y explicó que los azúcares añadidos al igual que los hidratos de carbono representan un riesgo a largo plazo para nuestra salud.

“La posible relación entre el consumo elevado de azúcares añadidos y los hidratos de carbono con elevado índice glucémico con enfermedades crónicas no transmisibles sigue siendo motivo de controversia. Paralelamente, distintos organismos e instituciones a nivel internacional han ido asumiendo esa relación, recomendando limitar la cantidad de azúcares en la dieta”, remarcó.

Algunos cambios perceptibles:

Menor energía en los primeros días luego de abandonar la harina, ya que contiene azúcar y carbohidratos.

El hígado dejará de producir más grasa por la reducción de los hidratos de carbono y solo hará lo necesario para nuestro funcionamiento vital.

Se estabilizarán los niveles de azúcar en sangre y del colesterol.