Las formas expresas de comunicación tienen dinámicas vertiginosas y se hace presente la necesidad de reflexionar sobre sus múltiples usos. El rubro de los letreros es uno de los más peliagudos. Existen infinitos géneros de carteles, así como hay infinidad de juegos. Sin embargo, en varias ocasiones generan más confusión que soluciones.

Un caso paradigmático son los llamados a la reflexión sobre la higiene en bares. “No se puede creer que sea tan sucio, sucio, cochino, asqueroso. ¿En su casa tiran papel en cualquier lado?” Nótese el despectivo “tan” y la referencia al hogar, que no debe entenderse como un simple pedido de igualdad de trato entre ambos baños, el privado y el público. Es más sutil: le está diciendo que usted y su familia son roñosos, y que su mugroso clan quedará en evidencia si actúa como suele hacerlo.

Al mal tiempo: “Más cohetes que el año pasado”

Por otro lado, somos de las pocas culturas que aclaran lo que no venden: “No vendemos Ciudadana. No cargamos saldo.” Paradójicamente, estos avisos suelen aparecer en lugares que antes no vendían cospeles. Con la expansión de las formas de pago y pedido, se han generado nuevas restricciones sorprendentes. Ejemplos como: “No recibimos transferencias, tarjetas ni QR. No atendemos llamadas, solo mensajes. No entregamos mercadería a cadetes.” Sólo falta: “Recibimos pepitas de oro por whisky y pistolas.”

Uno de los casos más increíbles es una carambola de errores tremenda: en las inmediaciones del hipermercado mileísta de la Av. Kirchner (¡?), un cartel rezaba hasta hace un año: “Prohibida la venta de sandías y frutas.” Se corrigió hace poco el cartel, pero solo para potenciar el error. Los comerciantes de sandías y frutas hicieron un acuerdo para borrar la palabra “prohibido” y promocionar sus actividades. Esperemos que no haya problemas entre los capo-fruta y los capo-sandía, y no terminemos con una yakuza de platabanda.

De todos modos, el clásico más debatible es el “animismo” vehicular. Los autos son un lugar recurrente de proyección de personalidad. A los descuidados se les recrimina con un “Lavame sucio” . Otras veces no son palabras, sino pintadas subidas de tono para que de esta manera el dueño se avergüence de andar por el barrio con el auto ploteado por la academia de andrología. Esto explica por qué la moda del #dirtycarart que propone el ruso Nikita Golubev no sería bien recibida en Tucumán. Este artista, conocido como Proboynick, utiliza autos sucios como lienzo para sus ilustraciones efímeras. Como describe Infobae: “Desde la Mona Lisa a La última cena, pasando por paisajes y retratos hiperrealistas que encuentran en las superficies de coches polvorientos un lienzo en blanco. Así es el fenómeno internacional 'dirty car art', en el que los coches en tonalidades oscuras y el polvo se convierten en el tándem perfecto para lucir efímeras obras de arte.” Con más de 65.800 seguidores en Instagram, su obra es reconocida mundialmente. ¿Quién va a lavar un auto con una Mona Lisa en el parabrisas? Es probable que el dueño especule con una fortuna por su pintura, mientras algún vecino agregue un garabato indecente a la enigmática sonrisa de la Gioconda que arruine todas sus perspectivas.

Finalmente, están los carteles de venta de autos en primera persona. Remiten a tiempos oscuros de la humanidad. Nos referimos a cartelitos como: “Me venden. Tengo diez mil kilómetros y todos los services.” Es un golpe bajo: uno se acerca al auto y quiere preguntarle: “¿Y por qué te venden, bebé?”

Al mal tiempo: ¿se viene la Edad Media?

El primer letrero de la historia fue probablemente el Código de Hammurabi, un conjunto de leyes escritas alrededor del año 1750 a.C. en la antigua Babilonia. Estas inscripciones, talladas en piedra, buscaban establecer reglas claras para la vida cotidiana, desde el comercio hasta la justicia, asegurándose de que los ciudadanos no confundieran, por ejemplo, frutas con sandías. Tal vez no resolvieron todos los problemas, pero marcaron el inicio de la larga tradición de poner carteles para ordenar el caos humano. Parece ser que está cayendo en desgracia.