Por Carlos Duguech, analista internacional


Y menos lo será a partir de ahora que se muestra al mundo. Y dentro de casa,  a un “presidente” que no puede ni podrá exhibir títulos que avalen esa condición, resultado de unos comicios de julio de 2024 que le fueron demasiado adversos. El contrincante Edmundo González Urrutia -que arrasó con los votos obtenidos (67%)- no pudo ser consagrado como debió haber sucedido. Atentó contra ello un enjambre de avispas políticas chavistas que clavaron los aguijones en todo el tejido social y político del país sudamericano. Aguijones que desconocían la contundencia de los números electorales y las actas que distintos medios del mundo constataron. En su lugar se montó una parafernalia lindante con lo grotesco en términos políticos. Todo el mundo requería que se publicasen las actas electorales y éstas no aparecían. La única constancia de la expresión voluntaria de los venezolanos en las urnas. No podía haber otras. El empecinamiento de Maduro y el de sus fieles y constantes acólitos  se empeñaron en hacer trizas los resultados electorales reales suplantándolos por dibujados guarismos. Éstos posibilitaron -a todas luces inventados- el mismo rastro del que las hizo y la proclamación ilegal.

El “triunfo” de Maduro

Era necesario en el proceso previsto por las leyes y disposiciones electorales de Venezuela que el Consejo Nacional Electoral (CNE) produjera su informe oficial para consolidar los resultados. No otra exposición era admitida por el oficialismo -a la luz de todo el andamiaje montado previamente al acto electoral con acciones represivas a candidatos de los de la vereda de enfrente y hasta proscripciones injustificadas. Entre ellas, la de la líder opositora María Corina Machado. La abundante información neutral disponible de medios y organizaciones venezolanas no oficialistas e internacionales especificas dan cuenta, inequívocamente, del burdo maniobrar del oficialismo que no reparó -a la luz del entendimiento y a pleno día- en utilizar todos los medios y  falacias para demostrar que 2 más 2 no es 4. El organismo que debe velar por la transparencia del proceso electoral, el CNE, sin asomo de una mínima pátina de vergüenza, proclamó cifras que consagraban el triunfo de Maduro. Todo sin exhibición de las actas electorales donde radican los resultados.

Y como necesitaba Maduro que su consagración tuviera los requisitos jurídicos del caso, decidió acudir al Tribunal de Justicia en razón de los planteos de la oposición. Quiso mostrarse sometido al rigor de la Justicia. En rigor, sin apego a las  normas que se plasman en el universalismo de la palabra “derecho”. Y ese mostrarse “Urbi (de Caracas) et orbi”, conforme pretendía instalarse apegado a la ley y al derecho con su elaborada (y demasiado evidente torpeza intelectual) obtuvo de “su” Tribunal Supremo de Justicia  de Venezuela el favor de que las elecciones le habían consagrado como el triunfador en la contienda electoral. Un fallo que “falló” ante todo el mundo en su intento por “hacer” justicia. Ese Tribunal Supremo -con su pronunciamiento tipo “delivery”- le entregó servido en bandeja de sometimiento absoluto para satisfacer el apetito de más y  más poder del “dueño” de Venezuela. A la vez mostraba al mundo jurídico cómo interpretar y decidir sobre el derecho cuando se “imponen” (nunca tan encumbrado este significante) “razones de estado”. Del que se depende como “a su servicio”, al modo “cueste lo que cueste y caiga quien caiga” y punto. Punto negrísimo para la democracia en Venezuela.

Se tejen recursos y acciones con diversas urdimbres en procura de abrir un cauce apropiado para que fluyan aguas de verdad y transparencia que permitan una solución en el más breve plazo, habida cuenta de que ya Maduro instaló -cuasi “manu militari”- el inicio del tercer periodo consecutivo de su gestión. Conviene enfatizarlo con una expresión que cobra sentido más allá del literal: “al mando” de su país.

Subsisten los casi inaudibles reclamos del presidente electo Edmundo González Urrutia que se empeña en lograr un espacio válido donde jurar el cargo de presidente, consagrado por la voluntad popular en julio de 2024 con una mayoría del 67% que oscureció el 30% de Maduro. Nada podrá hacer el presidente verdaderamente electo frente a una realidad teñida con la tinta rojo sangre de la violencia del régimen de Maduro.

Rusia, China

Sólo para el lector desprevenido puede no resultar una contundente demostración de rechazo a las pretensiones alcanzadas por el autoproclamado vencedor electoral que le acompañaran en la asunción escandalosa a la presidencia de su país sólo los presidentes de Cuba y Nicaragua. En esa negativa de apoyo internacional, y particularmente latinoamericano, hacen de Maduro un solitario entre pares. Es de señalar, sin embargo, el “apoyo” de los  primeros  ministros de Antigua y Barbuda y de la República Árabe Saharaui.

Pero en el juego de las demostraciones políticas internacionales en un mundo donde se hace notar la puja de países que aspiran a que no se quiebre el multilateralismo, aprovechando la circunstancia, las mismísimas Rusia y China se hicieron presentes con delegaciones especiales para el caso. No pierden la oportunidad, sea lo que fuere el motivo convocante, de hacerse presente en cualquier escenario Latinoamericano sin importar la valoración que reviste el acto al que se suman como espectadores en plateas numeradas. Tienen número permanente. Está en la naturaleza de su vocación participativa. Claro que ya no como en los tiempos de Stalin y los otros de la gerontocracia del Kremlin previa a Gorbachov ni en los de Mao Tse-Tung de China.  En esos tiempos se exportaba, principalmente, ideología, para alcanzar playas desde donde operar en todo. Hoy, con el advenimiento de una Federación Rusa, distante de lo que fue la URSS, y una China “comutalista” ni a Putin ni a Ji Xinping les interesa otra cosa que ganar poder comercial internacional y participación en la torta del poder internacional. Esta vez, sí, militar, estratégico y comercial. No más ni menos que eso, frente a un competidor, EE.UU. con vocación jamás delegada de ejercer la unipolaridad estratégica y en los mercados.

“Se busca”, EE.UU.

A la hora de imaginar cómo provocar la reversión a una democracia legítima y operativa en Venezuela, y a partir de la “jura” de Maduro,  surgieron por doquier acciones y medidas coercitivas y condenatorias del régimen venezolano y de la nación misma. El gobierno de Biden que ya había instalado públicamente el clásico “Reward” (u$s15 millones) para el que logre aportar los datos para la captura de Nicolás Maduro Moros, inmediatamente de la jura el 10 de enero, elevó la “recompensa” a u$s25 millones. Torpe e ingenua maniobra del gobierno de quien se está yendo dejándole ese legado a Trump, por ninguna simpatía. Si la búsqueda para lograr detener a Maduro era por su pertenencia a un cartel de droga, el aumento de la recompensa a horas del “juramento” pone en evidencia otras razones. Y por esas otras razones nada podrá hacer EE.UU., desde lo legal, a la vista la soberanía de un estado, sea quien fuere el venezolano buscado.

La UE y la OEA

Las otras sanciones de la Unión Europea contra el país y algunos de los funcionarios del régimen venezolano tienen características económicas pero no de sanción penal, imposibles de demandar, independientemente de los motivos que las originarían. El aporte de la OEA, más relevante es su severo y detallado informe de las maniobras criminales del régimen para asegurar la continuidad. El pronunciamiento de la Comisión Interamericana  de Derechos Humanos (CIDH) de la organización de 35 miembros es de una contundencia irrebatible.

La Unión Europea, esa sólida y activa organización regional continental, creada a partir de1992 por el “Tratado de Maastricht”, conviene expresarlo, en la Europa de las dos peores guerras mundiales de toda la historia, es una verdadera conjunción de países y funciona a pleno. Vale citar sólo tres logros excepcionales, “europeos”: pasaporte, moneda y parlamento. No pasa en la OEA, muy deliberativa. 32 miembros y 77 años de vigencia. Era mucho más fácil, por razones de idioma y de procedencia (ex colonias europeas), iniciar aquí un “Maastricht” americano.

Lo peor es que nadie, nadie, puede alegar que lo prevé. Ése es el hueso del drama venezolano. Y de los 7,8 millones de personas que emigraron de su país.