“‘Truquía’ es un personaje de Tafí del Valle, así me conoce casi todo el pueblo”, afirma este hombre de 70 años sobre sí mismo. Todo indica que es cierto; en la entrada de su casa hay carteles que rezan: “Truquía, el más capo de todos” y se deben a su popularidad en la región.

Su nombre en realidad es Jorge Alberto Gutiérrez. Le debe su apodo tan particular a una partida de truco, que no supo pronunciar bien cuando era niño.

Su nombre es sinónimo de la cultura de la región de los Valles Calchaquíes, que defiende, reivindica y cultiva para “mantenerla viva, que la conozcan las nuevas generaciones y no se pierda”. “Uno no tiene la vida comprada así que haré esto hasta que me muera”, comenta un personaje inquieto, de muchas ocupaciones, que recibe siempre a los turistas y a los medios de comunicación. Conocedor de su fama, no lo intimida una cámara de televisión. Cuenta que es consultado siempre por lo que hace, que es la síntesis de una existencia agitada. “A lo largo de mi vida me dediqué a varios rubros. Fui albañil en los 80; también bailarín, ahora hago tallado en piedra, chuscha y todo lo que es cultural de la región”, explica.

CON SU CABALLO CHANGUITO. Jorge Alberto Gutiérrez obtiene la materia prima de sus propios animales, que cuida como parte de su familia. la gaceta / Foto de Matías Vieito

Tan representativa es la chuscha en la zona que tiene su propio festival, que tendrá lugar hoy desde las 19, en el Complejo Democracia (ver “Música y jineteada”). La fiesta, que llega a su 13° edición, lo entusiasma. “¡Con estos espectáculos florece Tafí!”, exclama el artesano. Pero los visitantes tienen una pregunta recurrente: ¿a qué se le rinde homenaje?

La chuscha es una cuerda retorcida fabricada con la crina o con la cola del caballo usada habitualmente por los ancestros vallistos antes de la industrialización de la piola. Él es el experto de la zona en su fabricación; es lo que tiene entre manos “Truquía” mientras habla con LA GACETA y enseña con entusiasmo, de forma detallada, cada paso de su fabricación.

“Traigo el tijerón para mostrar cómo se empieza”, grita desde lejos y levanta el elemento que se usa para cortar la cola del caballo y darle vida a esta soga artesanal. “Se necesita una cuarta de pelo para empezar. Desde el dedo meñique hasta el pulgar; menos de eso, no”, afirma y hace la demostración con la mano. Agrega que para lograr ese largo, que equivalen a unos 20 centímetros, se debe esperar un año de crecimiento.

Lo que sigue después es ir “tisando” lo que se corta; es decir, separar pelo por pelo para armar cada hilo llamado “ramal”, todo esto antes de empezar a trenzar. “Se pueden mezclar distintos colores de pelo de caballo. Con una herramienta que se llama tarabilla o torcedor, se tuercen los ramales. Son dos vueltas para la derecha y una para la izquierda, y se necesita la ayuda de otra persona de frente”, remarca al tiempo que hace la demostración con una de esos artefactos, que lleva en su familia cerca de 100 años.

EL PRODUCTO FINAL. El trenzado terminado puede tener entre ocho y nueve metros de largo y es preexistente a la aparición de la cuerda.

Una vez terminado cada ramal de cinco brazadas -así, puede llegar a medir de ocho o nueve metros de largo-, se une en una trenza con otros dos o tres más de la misma extensión para confeccionar una chuscha, que puede ser más o menos resistente, según las necesidades de cada persona.

El artesano explica también que, como el oficio se hace al aire libre, el momento oportuno para trenzar es cuando el pasto está verde, porque el seco se pega en los ramales y es difícil sacarlos.

Herencia familiar

Daniel Romano era su abuelo, el que le enseñó este oficio. “Me sentaba junto a él para que me explique, porque tenía que ayudarlo”, recuerda mientras acomoda los manojos de crimas que tiene de sus dos caballos, Pulguita y Changuito.

“No quiero que cuando yo muera, digan que no dejé nada. No quiero ser una sombra que alguna vez pasó por Tafí”, remarca. “Si vienen 10 personas a ver lo que hago y solo una se interesa por hacer lo mismo, mi trabajo ya está hecho”, agrega y sigue trenzando.

¿Con qué Tafí sueña?

Gutiérrez es un nostálgico de épocas de antaño. “El Tafí de antes se ha transformado con el progreso -reflexiona-. Debemos recuperar lo bueno y cuidar el agua porque estamos a 2.000 metros de altura y cada vez nos cuesta más tenerla”, recomienda y rememora las enseñanzas de sus antepasados que valoraban la naturaleza.

Pero su mirada no queda anclada en el pasado, sino que disfruta a pleno el presente. Además de hacer artesanías en piedra que talla a mano durante meses y deja para su venta en el museo de la villa turística (también tiene puntas de lanza y collares de los pueblos originales de la zona), se dedica a la música. “Estoy en un conjunto familiar tucumano que se llama Los Taquilleros de la Cumbia. Toco el timbal, a veces el güiro y animo las fiestas”, comenta mientras está junto a sus caballos.

En estos shows, el grupo homenajea a Don Carlos, el Monarca del Norte, el recordado acordeonista de música tropical que falleció en 2023 a los 87 años. En el repertorio aparecen guarachas, pasos dobles y chamamé, todo muy bailable para el disfrute de la concurrencia a sus shows.

“Truquía” es, así, un puente cultural que une las distintas realidades del Valle Calchaquí: la tradición que persiste y se sostiene de generación en generación; lo cotidiano como parte de un presente que lo tiene de protagonista, y el futuro al que mira con expectativa.