Por José María Posse
Abogado, escritor, historiador.
El doctor Carlos Páez de la Torre nos enseñaba que siempre era conveniente analizar los acontecimientos históricos a la luz de la perspectiva que da el tiempo transcurrido desde que ocurrieron, con un espacio no menor a 50 años. Ello se basaba, según su criterio, en que era el tiempo prudencial requerido para que, bajada la efervescencia de los involucrados, se pudiera analizar de la manera más objetiva posible los hechos y las circunstancias que los provocaron.
En el caso que nos ocupa, a pesar del período cumplido, las heridas continúan abiertas en más o en menos, ya sea en los protagonistas de aquellos años de la década de 1970 o en sus hijos. Todos ellos tienen sus razones: los hijos de las víctimas de la subversión, porque entienden que no se hizo aún justicia con sus padres; los de los desaparecidos, porque claman por conocer el lugar donde depositar una flor a sus seres queridos. Es tiempo ya de contar las cosas con positiva claridad, alejada de ideologías y partidismos, para que las nuevas generaciones no vuelvan a cometer los errores que llevaron a que nuestro país se bañara en sangre argentina, más allá de las posiciones políticas de los bandos enfrentados. Coincido con el politólogo Rosendo Fraga: “es necesaria la distancia en el tiempo para poder asumir la historia”.
Crónicas del viejo Tucumán: escenas cotidianas en los siglos XVIII y XIXMuchas veces me ha tocado responder las preguntas de jóvenes que no pueden entender la matriz de tanto odio, de tantas aberraciones cometidas por los bandos en pugna, como la tortura llevada a los límites de la inhumanidad (brutalidades cometidas por subversivos y paramilitares), el asesinato premeditado de niños (tal el caso de la familia Viola) o el robo de bebés por quienes tenían la orden de reprimir a los que violentaban el orden constitucional pero no vulnerar derechos humanos primarios. Las desapariciones, que comenzaron años antes del Operativo Independencia y del golpe militar de 1976, fue el detonante de la virulencia que llega hasta hoy. Necesariamente debemos regresar en el tiempo, para entender el contexto en el cual se desarrollaron aquellos hechos que marcaron a fuego para siempre la historia argentina.
De los 50 a los 70
La imprescindible obra del periodista Ceferino Reato sobre aquellos tiempos puede -de alguna manera- sintetizarse en la siguiente idea: “en esos años, verdadera orgía de sueños, ideales, sangre y muerte, vieron desfilar tres patrias por una misma nación: la socialista, que nunca llegó a nacer; la peronista que se hizo añicos en poco tiempo; y la militar, cuyos horrores aún estremecen… buena parte de lo dicho y escrito sobre los 70 lleva impresa la marca de la simplificación maniquea que presenta al pasado como una sucesión de episodios en el que batallan buenos y malos. En búsqueda de consuelo o justificación, unos y otros construyen su relato y, de ese modo, le hacen flaco favor a la historia. Y a la sociedad porque ¿puede alguien arrogarse el monopolio del sufrimiento?”. Al igual que Reato, considero que no.
Desde los finales mismos de la Segunda Guerra Mundial, el mapa mundial comenzó a dibujarse de manera diferente, lo que se fue polarizando en dos facciones: los países bajo la órbita comunista y aquellos que de alguna manera orbitaban (con sus más y sus menos) en el occidente democrático. Estados Unidos emergió como una colosal potencia militar y económica con sus aliados. La Unión Soviética y China eran las potencias comunistas que enfrentaban, en lo que se llamó “La Guerra Fría”, aquel rol hegemónico norteamericano. Entre 1952/53 la Guerra de Corea fue de alguna manera “subsidiaria” de aquel conflicto. Los coreanos del norte fueron desembozadamente armados por la URSS y China, mientras que los coreanos del sur, apoyados por las Naciones Unidas y los EEUU quienes enviaron tropas y todo tipo de ayuda militar. La guerra terminó en un “armisticio”, no en un verdadero tratado de paz; razón por la cual aún hoy existe una permanente tensión en la frontera entre ambos países. La cuestión no quedó allí: el escenario de la guerra fría se trasladó hacia Vietnam, donde también se desarrolló un sangriento teatro de guerra entre 1954/1975. El líder comunista Ho-Chi-Minh intentó unificar todo el territorio vietnamita bajo el ala comunista, llevando adelante una guerra de guerrillas lideradas por el Vietcong. Se repitieron los mismos aliados que en Corea, sólo que en esta guerra los horrores fueron aún peores y ambos bandos utilizaron al país como un campo de práctica de nuevos y letales armamentos, caso del Napalm y el agente defoliante naranja, entre tantos. Más de dos millones y medio de muertos y un estado desvastado fue la consecuencia de aquel espanto. Fue además la peor derrota de EEUU en su historia.
El Che
La paradisíaca isla de Cuba en la década de 1950, florecía por el comercio, los casinos y playas, visitadas principalmente por sus casi vecinos norteamericanos, quienes además tenían importantes intereses económicos en la zona. En 1952 un golpe de estado encabezado por el general Fulgencio Batista, dio por tierra al gobierno democrático del presidente electo Socarrás. Se inició entonces una dictadura que empobreció a los cubanos; mientras, Batista junto a un grupo de acólitos se enriquecía a costa de sus gobernados. La reacción comenzó en 1953 cuando un grupo de jóvenes insurgentes comandados por Fidel Castro y su hermano Raúl; Camilo Cienfuegos y el argentino Ernesto Guevara de la Serna, conocido como el Che Guevara, realizaron una serie de ataques a cuarteles e iniciaron desde la Sierra Maestra, una guerra de guerrillas que fue desgastando el poder de Batista y ganándose la simpatía del pueblo. Finalmente el primero de enero de 1959, los revolucionarios entraron a paso triunfal a la Habana y tomaron el control del poder de la isla. Inicialmente, Fidel se había manifestado ante la prensa internacional que el suyo era un movimiento de liberación nacional y que no comulgaba con el comunismo. A poco andar mostró su ideología marxista-leninista y comenzó una era de terror contra todos aquellos que se opusieran a sus mandatos o hubieran sido colaboradores o partícipes del régimen derrocado.
A nuestros días ha llegado la figura idealizada de Ernesto Guevara de la Serna como el guapo héroe romántico que dio su vida por la libertad de los oprimidos. Sin duda alguna, y eso puede leerse en sus diarios de viaje por la Latinoamérica profunda, las desigualdades, injusticias y deplorables condiciones de vida de muchos de nuestros hermanos sudamericanos era pavorosa. Tempranamente comenzó a percibir que la ÚNICA forma de terminar con todo aquello era por medio de la lucha armada, de la violencia y aniquilación de todo aquel que no pensara como él. Su encuentro con los hermanos Castro y su épica lucha guerrillera le dieron fama mundial, cuando entraron triunfantes a La Habana y Santiago de Cuba los jóvenes líderes combatientes. Fidel se erigió en la cabeza del gobierno y envió a Guevara a la estratégica fortaleza de La Cabaña, desde donde desplegó una actividad que borra su figura heroica para convertirlo en un verdugo despiadado a cargo de un verdadero campo de exterminio. Desde allí se pergeñaron “juicios sumarios” que no duraban más de 24 horas y el acusado, prácticamente sin defensa, sabía ya de antemano que le esperaba la muerte.
Durante su mandato en la comandancia de La Cabaña, se llevaron adelante más de 1500 fusilamientos por directo mandato del argentino y él mismo ajustició a por lo menos un centenar de ellos. El Che llegó a escribirle a su padre: “Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar”. Por supuesto que esto llevó a la condena internacional, a lo que Guevara respondió dando la cara ante la comunidad mundial. El 11 de diciembre de 1964 en la asamblea de las Naciones Unidas, en Nueva York, pronunció un discurso en el que respondía a las insistentes preguntas sobre las ejecuciones. Sus declaraciones son famosas: “Fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario”. El Che afirmaba en esos días: “es lógico que en épocas de tensión excesiva no podamos proceder con debilidad. Hemos encarcelado a mucha gente sin saber con seguridad si eran culpables. En la Sierra Maestra, fusilamos a mucha gente sin saber si eran totalmente culpables. A veces, la Revolución no puede detenerse a conducir una investigación, tiene la obligación de triunfar”.
Durante la Crisis de los Misiles (octubre de 1962), estuvo a favor de desencadenar la guerra nuclear para “construir un mundo mejor sobre las cenizas del capitalismo y de la civilización”. Pocas semanas después, furioso por la “traición soviética” de haber retirado los misiles, le dijo a un periodista británico que, si hubieran estado bajo control cubano, ellos los hubieran lanzado. La vida de millones de personas, principalmente estadounidenses, rusas y cubanas, era un precio que estaba dispuesto a pagar para lograr su objetivo mayor, el triunfo del comunismo. Luego vino su aventura revolucionaria fallida en el Congo y su muerte trágica en Bolivia, donde no pudo levantar en armas al campesinado y fue traicionado por el propio Partido Comunista Boliviano. Con los años, su figura fue adquiriendo ribetes fantásticos convirtiéndose en una suerte de paradigma de la Revolución Social que necesitaba el mundo para volverse equitativo, desde la óptica comunista, claro está.
El ERP
Uno de los jóvenes argentinos que había idealizado la figura de Guevara fue el santiagueño Mario Roberto Santucho, quien mucho tendría que ver con la violencia desatada en la Argentina en años posteriores. Recibido de contador público nacional en la UNT, fundó el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) en 1965, y fue fundador y comandante del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), desde 1970 hasta su muerte en 1976.
La izquierda revolucionaria siempre necesita de un conflicto y en la Argentina, desde 1967 se venían gestando grupos insurgentes tales como el Ejército Revolucionario del Pueblo, que nació formalmente en 1970. Por entonces gobernaba el país el general Juan Carlos Onganía (1966/70), quien había disuelto los partidos políticos. De triste recuerdo entre los tucumanos ya que fue quien ordenó el cierre de 11 de los 27 ingenios azucareros tucumanos de manera abrupta, dejando en la miseria más absoluta a miles de familias, sin un plan de contención social que los protegiera. Fue también quien introdujo la doctrina de seguridad nacional que llamaba a la lucha contra el comunismo internacional. Así, se sembró la idea de que las fuerzas militares “estaban llamadas” a la lucha anticomunista. Incluso se envió a un grupo de oficiales del ejército argentino al teatro de operaciones de Vietnam para que aprendieran la metodología contrainsurgente. Claramente, las condiciones estaban dadas para que las organizaciones filocomunistas pasaran a la acción directa. No olvidemos que Onganía fue parte del grupo militar que derrocó al presidente Arturo Humberto Illia, cuyo gran pecado, según ellos, fue levantar la proscripción política del peronismo. Todo estaba alineado entonces para dar los siguientes pasos. En 1970 se presentaron en la vida pública los dos principales grupos terroristas. El 29 de mayo de ese año Montoneros secuestró y asesinó al Teniente General Pedro Eugenio Aramburu, iniciando una espiral de violencia que fue en ascenso. Por medio del “entrismo”, se habían infiltrado en el movimiento peronista, por entonces en la clandestinidad, y bregaban por el regreso de Perón al poder; aunque eran otras las intenciones de estos “jóvenes revolucionarios”. Mientras tanto, el 28 de julio nació el ERP, otro grupo radicalizado de izquierda comandado por el referido Santucho.
El santiagueño tenía obsesión por la guerra de Vietnam. Escribió: “Nuestro partido no puede olvidar ni por un momento la experiencia vietnamita, que nos indica que en el actual grado de desarrollo de la revolución mundial es imposible tomar y mantener el poder en un país aisladamente”. El escenario elegido para llevar adelante la lucha armada fue Tucumán. El periodista Juan Bautista Jofre relata la arenga de Santucho: “en Tucumán, el sector de vanguardia lo constituyen los obreros azucareros directamente ligados al proletariado rural y, a través de éste, al campesino pobre… su situación geográfica hace que el eje estratégico de la lucha armada pase por allí en sus formas iniciales de la guerrilla rural… en la primera etapa, la lucha armada se reducirá a Tucumán, pero posteriormente se irá extendiendo por todo el Norte hasta llegar a enlazar áreas cercanas a regiones urbanas como Córdoba, Rosario, Santiago del Estero, Catamarca, Chaco, Formosa, norte de Santa Fe, etc”.
Documento cubano
Tanto Montoneros como el ERP adherían al documento que se había firmado en Cuba en 1967, y que sintéticamente planificaba: “El primer objetivo de la revolución popular en el continente es la toma del poder mediante la destrucción del aparato burocrático militar del Estado y su reemplazo por el pueblo armado para cambiar el régimen social y económico existente… dicho objetivo sólo es alcanzable a través de la LUCHA ARMADA… los hechos ocurridos demuestran que la guerra de guerrillas, como genuina expresión de la lucha armada popular, es el método más eficaz y la forma más adecuada para librar y desarrollar la guerra revolucionaria en la mayoría de nuestros países… el proceso violento hacia el comunismo es inevitable y exige la existencia del mando unificado político y militar como garantía de su éxito”.
El escenario estaba listo para la insurrección armada: los militares cumpliendo funciones de gobierno para las cuales no estaban preparados; los partidos políticos fraccionados y sin líderes de fuste para cohesionarlos y el peronismo proscripto, pero activo en sus bases; la situación económica y social en crisis por los errores cometidos en la política productiva del país. Todo ello conformaba un polvorín que tarde o temprano estallaría, llevándose la vida de miles de inocentes y también la de los tirios y troyanos combatientes quienes, en sus métodos de lucha, sobrepasaron todos los límites imaginables. El horror se avecinaba.