Casi 17.000 kilómetros y 11 husos horarios distancian Tucumán de Singapur, enclavada en el sudeste asiático y caracterizada por su vegetación. Hasta allí viajará Alejandro Contreras Moiraghi; pero no lo hará solo, sino que estará acompañado por sus flores y “tipitos” en la muestra individual “El vértigo de la existencia”, en la cual habla de los desafíos de las sociedades contemporáneas y su relación con el pasado, el presente y el futuro en vínculo con la naturaleza.

El artista tucumano ya terminó de armar “un paquetote de dos metros de largo por un metro de ancho y por un metro de profundidad, que pesa aproximadamente 330 kilos”. La inauguración será en la galería White Space Art Asia el 21 de febrero y estará hasta el 10 de marzo. Además, se están gestionando los permisos para hacer una intervención de un día en el espacio público Gardens by the Bay, “lo cual es muy difícil de conseguir porque son muy estrictos y muy cuidadosos, pero que lo planteamos como algo muy interesante”.

“Voy a mostrar un total de 52 obras, muchas de gran formato. Las disciplinas incluyen objetos e instalaciones, marcando la primera vez que no incorporo pinturas en una exposición individual. Aunque he tenido la suerte de exhibir mis trabajos y viajar con ellos a Sudáfrica, Colombia, EEUU, Puerto Rico, Chile y otros países, esta experiencia se siente diferente, lleva una carga emocional mucho mayor”, reconoce.

TESTIMONIOS. La serie “Calzados” fue hecha con zapatos y zapatillas.

El proyecto comenzó hace más de un año. La galería que no recibe ya conocía su trabajo, porque les enviaba pequeños cuadros en un tubo. “Cuando vieron en Instagram una foto de una instalación de margaritas en la pared, me propusieron esta exhibición. Tuvimos decenas de reuniones virtuales para trabajar en los aspectos técnicos y conceptuales de cada obra. En el proceso, recibí la gran ayuda de Vicky Rouges en la traducción y asesoramiento técnico; una genia total. Me intriga saber si la idea general de la exposición será comprendida”, admite.

“La exposición es un guiño a la realidad de las sociedades contemporáneas, en las que los individuos parecen navegar en un mundo cada vez más acelerado y complejo; este vértigo, que puede resultar abrumador, sirve como telón de fondo para una reflexión más profunda sobre la condición humana actual. A diferencia de una crítica social directa, la exposición propone un acercamiento metafórico, utilizando la ironía como un vehículo de comunicación que invita a la reflexión sin imponer un juicio ético”, afirma para LA GACETA, y cita un escrito del crítico Jorge Taverna Irygoyen del que sacó el nombre de su propuesta.

En su obra, juega con el caos y la incertidumbre “no solo como un desafío, sino también como una oportunidad para la creación y el florecimiento de nuevas identidades culturales”. En su trabajo abundan las flores, “que simbolizan la belleza efímera y el ciclo de vida, muerte y renacimiento que caracteriza tanto a las culturas como a los individuos y refleja el dinamismo y la resiliencia de las sociedades”. “Se convierten en un hilo conductor que entrelaza las narrativas de la Argentina y Singapur, destacando cómo ambas culturas comparten la capacidad de adaptarse, reinventarse y prosperar en un mundo en constante cambio a pesar de las diferencias”, agrega.

En el despliegue final, la muestra tendrá distintas series, como las instalaciones de diferente tamaño, “Los que cargan flores”, “Las rutas”, “Calzados” y “Sueño compartido (con Vincent)” (ver por aparte las descripciones del artista). “La producción de esta exposición me ha demandado a mí y a mis colaboradores y familiares jornadas diarias de 14 horas; o sea, fue mucho, mucho laburo, mucho esfuerzo durante dos meses para encarar una producción de esta magnitud”, subraya.

La presentación que hizo son fundamentalmente renders de cómo quedarán sus trabajos. “No son aún obras de arte, porque ninguna está firmada todavía; son partecitas para armar allá la obra final, por lo que hasta eso es algo nuevo. Cuando llegue a destino, tendré 11 días para ensamblar y armar, y terminar de pintar absolutamente todo. Voy acompañado a mi esposa, Virginia Serrano, que también es artista (los hijos en común quedaran en Tucumán), y vamos a trabar en una oficina cedida por la Embajada argentina en Singapur, que nos está ayudando mucho”, anticipa.

Alejandro defiende cuando habla en plural pese a ser una exposición individual: “todo tiene que ver mucho con el trabajo colaborativo” y enumera al diseñador a cargo del catálogo y la página web; la compleja logística (desde aprender a embalar hasta saber dónde fumigar la madera de embalaje que protege las obras y conseguir permisos especiales del Senasa para que pueda salir del país); la autoría de los textos curatoriales; los alumnos y alumnas de su taller que lo ayudaron a pintar, modelar y otras tareas; el herrero que soldó las estructuras de las instalaciones y una larga lista de otras manos, como la ayuda de una empresa local de transporte o un hotel en la Capital Federal.

“Es emocionante, me conmueve la cantidad de prestaciones que se consiguen a través de canjes por obras. Está bueno saber que aún en las situaciones tan complicadas económicamente, donde nunca hay plata de nada, hay opciones. Los artistas siempre tenemos muchas obras, y por ahí a alguien le puede interesar para canjearla por algo que necesitamos en vez de comprarlas”, puntualiza

Y concluye: “al artista es a quien se le ocurrió un proyecto, pero la producción siempre involucra a mucha gente, a muchas personas que colaboran para desarrollar una idea”.

“Sueño compartido (con Vincent)”

Esta instalación de gran tamaño, elaborada artesanalmente con masilla epoxi, metal, madera y acrílico, presenta una escena en la que los personajes están desfasados en escala respecto a los girasoles que los rodean, todos compartiendo un único sueño colectivo. Este sueño se manifiesta en un desborde de plantas y flores. La cama es tomada de la pintura del cuarto de Vincent Van Gogh y de sus girasoles. La obra se interpreta como un sueño del artista, un momento de paz y felicidad compartido, una felicidad colectiva vivida por múltiples personas. Además, la instalación incluye 60 personajes soñando, simbolizando los 60 años de independencia de Singapur.

Instalaciones: el simbolismo de las flores

Cada una de las obras -que están en proceso de realización- tiene 10 personajes, de 15 centímetros de altura cada uno, acompañados de 600 flores (fueron elegidas por su simbolismo y lo que ellos portan estará profundamente relacionado con ese sentido). Las piezas están siendo realizadas de manera artesanal, con masilla epoxi y acrílico. El montaje emplea un plano inclinado, colocando al espectador en una posición de “vuelo”, como si observase desde lo alto la instalación.

Los que cargan: sin una visión del futuro

En esta serie, los “tipitos” cargan una abundancia de flores, tantas que su visión hacia el futuro está obstruida. Llevan la esperanza y el florecer, sin preocuparse por el camino que siguen ni por lo que está por venir. En cambio, esos personajes no están en la instalación con calzados (algunos los usé por bastante tiempo y también hay de mi madre, esposa e hijos): son el paso del tiempo y testimonian mi caminar. La acumulación de los zapatos y zapatillas en mi baúl simboliza la resistencia a deshacerme de ellos por si tuviesen algo valioso.

Las rutas: el caos, al inicio o al final

La ruta se convierte en la protagonista; comienza de manera tranquila, pero pronto se vuelve un caos absoluto. En otra obra, la vía comienza en el caos, pero transita hacia una superficie más plana, como diciendo: “Lo peor ya pasó”. A través de la forma y el movimiento, junto a la posición de los personajes, se busca que la ruta misma cuente una historia de forma autónoma.

Punto de vista

Una experiencia “frenética”

Por María Carolina Baulo, crítica e historiadora del arte

En la obra de Alejandro Contreras Moiraghi vibran detrás de sus diminutos seres uniformados en cuerpos idénticos, de aspecto enérgico y sonrisa un tanto “inquietante”, una cantidad de señalamientos a conductas sociales que invitan, como mínimo, a pasar el umbral de la empática simpática, para hacer una lectura del trasfondo cultural que condensa su obra.

Metáfora e ironía acompañan “El vértigo de la existencia”, donde aborda temas transcendentales en el imaginario del ser humano: la incertidumbre de la vida, el caos, el equilibrio entre los distintos reinos que demanda la existencia misma para poder habitar un mundo que nos pertenece a todos, la inmediatéz que nos desborda y propone una velocidad que muchas veces aceptamos a sabiendas de su peligro pero que, de ninguna manera, cuestionamos no transitarla. Y allí radica la esencia de este trabajo: con sutileza, escasos recursos materiales y la búsqueda consciente de un impacto visual que pulsa el botón de las emociones, el artista propone una crítica positiva y enriquecedora.

Las instalaciones de pared toman en plano pictórico para ofrecer una lectura 3D. La superpoblación de personajes arremete, vuelan, se mueven como mariposas o abejas que inspeccionan flores, hacen un guiño a la necesidad de armonizar las convivencias. Otras piezas abordan quiebres, la fragilidad de los estados mentales y emocionales, la necesidad de un “stop” ante la desmesura en la serie Rota. Las flores son el factor común: siempre presentes, representan el ciclo de la vida y la muerte, la transmutación, el cambio que no se detiene, la resiliencia.

Alejandro sabe usarlas para “edulcorarnos” un relato de fracturas y pesares, o para presentarnos un escenario de un grado de abundancia capaz de nublar la perspectiva, tapándolo todo, creando una pared enorme que no siempre es necesariamente mejor. En “Los que cargan las flores”, el bosque queda vedado ante un árbol obstinado que no deja de crecer. Las ironías se multiplican en “Las rutas”, con esquemas imposibles por su incoherencia: empiezan accesibles y se transforman en abismos, o seducen con una promesa de calma, con una superación del caos que emergerá con el tránsito. Es entonces una doble dinámica: aquello que se complejiza y de lo cual no tenemos ni conocimiento -o a pesar de tenerlo, lo negamos desafiantes- y aquello que nace de un desafío casi imposible y, sin embargo, lo abordamos con la esperanza de haber dejado el trago amargo atrás.

Uno de los trabajos más íntimos es la instalación “Calzado”, donde la nostalgia se hace presente bajo la metáfora del tiempo: aquello que se acumula, que se deja de usar, donde del polvo nacen flores; zapatillas y zapatos que son testigos de lo que fue y ya nunca será y también actúan como testigos del andar -propio o del otro- y de los recorridos compartidos.

La obra “Sueño compartido (con Vincent)” es el cierre conceptual perfecto para sintetizar la posibilidad de repensar nuestros vínculos con el entorno, la naturaleza, los otros y nosotros mismos. A partir de un soñar común, deseos y temores individuales y colectivos, se puede elaborar un cambio donde seamos capaces de observar nuestros límites y desbordes, tan difíciles de establecer y dominar.

Punto de vista

Ofrenda a la “Ciudad Jardín”

Por Gloria Zjawin de Gentilini, crítica de arte tucumana

Alejandro Contreras Moiraghi tiene, entre otras condiciones, la capacidad de asombrar. Cuando uno menos lo sospecha, aparece la novedad.  Decidió llevar de viaje a sus icónicos personajes y emprender la aventura de transitar una nueva ruta. El destino, cruzar el océano para arribar a Singapur. Sus protagonistas transportan como ofrenda de amistad enormes racimos de flores para la famosa “Ciudad Jardín” y, además, tienen un deseo a cumplir, el de conocer a la bella Vanda Miss Joaquín.

En Tucumán, lugar alabado por locales y extranjeros por sus bellezas naturales y en especial por su frondosa vegetación, habita y crea Contreras Moiraghi. Rodeado de numerosas clases de enredaderas, que se elevan sobre tarcos, tipas, cedros, lapachos, entre otros frondosos árboles, que sostienen lianas y perfumadas orquídeas silvestres, nace el repertorio de imágenes que dan vida a las obras del artista.

Sin desconocer los aportes de la tecnología, él reivindica el rol de la artesanía como un modo de transmitir a la materia el impulso vital con el que crea y modela sus diseños. Un laborioso trabajo, en el que cada personaje que sale a enfrentar los desafíos que el mundo le depara, comparte con cada flor, cada medio de transporte, cada zapatilla, el placer que genera la conjunción entre idea, forma y color.

Numerosas flores, girando alrededor de un centro o reunidas en ramos, contienen un significado específico, un código determinado por su forma y color. Portadoras de mensajes y modos de comunicación entre los humanos, de saberes que las culturas del mundo atesoraron a través del tiempo. Los enormes racimos florales transportados en vehículos, hechos a la medida del hombre, conducidos por sus típicos “personajes”, se ponen en movimiento por rutas que llevan a un destino, en un mundo en el que las transformaciones se aceleran y el vértigo no cesa.

Los cambios climáticos, demográficos y el uso de las nuevas tecnologías incitan a desarrollar estrategias alternativas en todos los campos del quehacer humano y abren numerosos interrogantes que nos interpelan. ¿Qué rol tendrán los “humanos sintéticos”? ¿Qué vínculos se generaran entre máquinas inteligentes  y “humanos-humanos”? ¿Qué experiencias desarrollarán los artistas frente a las nuevas realidades? ¿Qué nuevas relaciones existirán entre Naturaleza y Tecnología? ¿Serán dos caminos que se bifurcan?

Los personajes de Contreras Moiraghi, asombrados ante el nuevo panorama en el que la realidad y la ficción juegan un nuevo juego, decidieron visitar la “Ciudad Jardín” de Singapur, conocer su cultura, llevar un mensaje de amistad, de convivencia intercultural, de loas a la naturaleza y a la tierra que los cobija.

Como lo afirmé en otro momento, Alejandro no es sociólogo, ni antropólogo, ni etnólogo, ni filósofo, ni psicólogo; es un artista visual que tiene la capacidad para construir una obra que puede leerse como escenas de la vida contemporánea. Ahora me pregunto: ¿Será, además, un “vidente”?