En la vastedad del panteón yoruba, una figura se eleva desde las aguas con la potencia de un mito vivo: Yemayá. Orisha del pueblo egba, diosa de la fertilidad, protectora de las aguas y madre de todos los orishás. Su culto, nacido en las corrientes de Nigeria, encontró refugio en Abeokuta y, con el tiempo, se deslizó por las venas de los ríos y mares del Nuevo Mundo. En Brasil, en Cuba, en el Caribe, en el eco de las migraciones forzadas, Yemayá se transformó, se sobrepuso a otras divinidades, absorbió influencias europeas y se hizo símbolo.

En la Santería, en el candomblé, en la umbanda, su nombre resuena con la fuerza de los elementos. Yemayá, Yemọya, Iemanjá, Dona Janaína: un mismo espíritu que se adapta y se reinventa. En Ifé, la reconocen como hija de Olokun, señor de los mares. En Brasil, se la invoca en las playas con flores y ofrendas. En el sincretismo de la esclavitud, en la resistencia de los cultos africanos, fue adquiriendo atributos hasta convertirse en la Madre del Mundo.

"Representa el poder progenitor femenino", escribe D. M. Zenicola. "Nos hace nacer. Es la divinidad de la maternidad universal".

Pero Yemayá no es solo madre. Es fuerza, es justicia, es dualidad. En su figura coexisten la ternura y la furia, la protección y la condena. En algunas versiones, es la seductora, la sirena que encanta y devora. "Ella ama a los hombres del mar y los protege. Pero cuando los desea, los hunde y los hace suyos en el fondo del océano".

En Montevideo, una estatua de Yemayá observa el horizonte. En Salvador de Bahía, miles se visten de blanco y le ofrecen presentes cada 2 de febrero. En La Habana, en Nueva Orleans, en Buenos Aires, su imagen persiste. Reina del mar, madre de los peces, dueña de las aguas.

Su historia es un cauce que fluye y se bifurca. Algunos la llaman Yẹyẹ omo ejá: "Madre cuyos hijos son peces". Otros la asocian con la mitología asturiana, con la Iara de los guaraníes, con la Virgen María. En los mitos, en los cantos, en las danzas que la invocan, Yemayá es un símbolo mutable, un reflejo en la superficie del agua que nunca es el mismo.

Se dice que su culto se debilitó con las guerras, que sus historias fueron olvidadas o tergiversadas. Que los primeros registros escritos la desdibujaron, la mezclaron con figuras ajenas. Pero en el Nuevo Mundo, Yemayá se reinventó. En Brasil, se hizo esposa de Obatalá. En Cuba, madre de todos. En el Caribe, se entrelazó con Mami Wata, con La Sirène.

Aún así, en cualquier de sus formas, en cualquier ritual, hay algo que se mantiene: su relación con el agua. Río o mar, madre o sirena, Yemayá es el flujo de la historia. Un mito que no se detiene.