Su historia es un relato de resistencia. Una joven siciliana del siglo III, un gobernador encaprichado, un edicto imperial que exigía sumisión y un desenlace escrito con sangre.
Según la Passio Santa Agathae, un documento del siglo VI basado en la tradición oral, Águeda nació en Catania hacia el año 230. Hija de una familia noble, bella hasta la exasperación, decidió consagrarse a Dios, algo que en su tiempo era más un acto de desafío que de fe. Quiso ser dueña de su cuerpo y su destino. No la dejaron.
El gobernador Quintianus la vio y la deseó. Intentó seducirla, sobornarla, doblegarla con la ayuda de Afrodisia, una proxeneta de la época. Nada funcionó. Entonces, la llevó a juicio. Le bastaba con que arrojara unos granos de incienso en un pebetero para quedar libre. No lo hizo. Entonces, Quintianus desató el infierno.
Fue azotada, encerrada, mutilada. Le quemaron los pechos y luego se los arrancaron con tenazas. “Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar el mismo seno del que te alimentaste de niño?”, le espetó Águeda. Desde el calabozo, según la leyenda, San Pedro la curó milagrosamente. Pero al día siguiente, la joven estaba otra vez frente a Quintianus. “¿Quién te ha curado?”, preguntó él. “Jesucristo”, respondió ella. No dijo nada más. No pidió clemencia. No negocó su libertad. La arrojaron sobre brasas ardientes. Mientras moría, rezó.
Su cuerpo fue enterrado en Catania y, un año después, el volcán Etna entró en erupción. Se dice que los habitantes invocaron a la joven mártir y la lava se detuvo. Desde entonces, Santa Águeda es la patrona de la ciudad y también de las mujeres que sufren enfermedades en los senos. También es la santa de los incendios, de los partos difíciles, de los cuerpos que resisten al poder.
En Roma, en la iglesia de Santa Águeda, una pintura de su martirio decora el altar mayor. En Malta, la veneran porque su intercesión, dicen, salvó la isla de los turcos. En España, el 5 de febrero, su día, se escuchan cánticos en Euskadi y procesiones en Segovia, Zamora, Madrid y Teruel. En Catania, la catedral que lleva su nombre resguarda sus reliquias. El pueblo nunca la olvidó. Ni a ella, ni a su historia, ni a su gesto de insubordinación absoluta.