Mi padre, médico, solía contar que uno de sus hermanos, al año de edad, falleció de un bronconeumonía producida por el sarampión. Los de mi generación -nacidos entre 1950 y 1965- creo que lo padecimos la gran mayoría, o tuvimos contacto con el virus. Porque en esa época el sarampión asolaba la humanidad y portaba una alta contagiosidad. Año a año aparecía y se cobraba aproximadamente 2,5 millones de vidas en todo el mundo. Hasta que un buen día, en 1963, dos científicos norteamericanos, John Enders y Thomas Peebles (¡en EEUU, cuando no!) elaboraron la vacuna contra este flagelo, y esta cambió la historia para siempre. Significó un antes y un después. Surgió también así la vacuna MMR (triple vírica para el sarampión, rubéola y papera) a la cual se incluyó en el calendario de vacunación, una decisión excelente: al año y a los cinco años el refuerzo, con masiva aceptación. Nuestro maestro de Medicina Infantil (de la Fac de Medicina de la UNT) el Dr Manuel López Pondal nos enseñaba hace unos años: “es la enfermedad mas contagiosa que existe sobre la Tierra. Con una incubación de 10 a 12 días, un primer periodo de congestión, nasal, conjuntival y de garganta cursa después con una etapa eruptiva (o exantemática) de máculas que se extienden de arriba a abajo o de la cabeza a los pies. Pudiéndose complicar con formas graves neurológicas o respiratorias que pueden llevar a la muerte. El exantema dura cinco o seis días, aunque cada enfermo tiene su manera de “engañar” al médico”. En estos días visualizamos con asombro que esta enfermedad que se consideraba erradicada y olvidada en países como EEUU volvió a despertarse. Justamente fue en Texas donde apareció, con 48 casos, en una comunidad menonita y fue el retorno de una vieja enfermedad en un país del primer mundo. ¿Y por qué entonces si existe una vacuna muy efectiva contra ella vuelve a aparecer? Pues bien, porque la vacuna debe ser suministrada y administrada, y el mundo se relajó a nivel global con la pandemia y esto no solo sucedió en el tercer mundo. La pandemia provocó contratiempos en la vigilancia, se suspendieron vacunaciones y millones de niños quedaron vulnerables al sarampión. La enfermedad resurgió en países donde se había logrado eliminarla o se estaba cerca de conseguirlo y se calcula que la vacuna contra el sarampión evitó, entre el 2000 y el 2023 cerca de 60 millones de muertes. Vacunarse es la mejor manera de evitar esta enfermedad o contagiarse. Las políticas públicas deben tener sustentabilidad y ser masivas. Hubo muchos rumores sobre la credibilidad en las vacunas y la pobreza con el hacinamiento creció, también hubo guerras, y todo esto contribuyó a generar casos. Hasta uno se interroga con este oxímoron: “¿los beneficios de la vacuna han sido una desventaja?”: dice la doctora Ivonne Maldonado (de la U. de Stanford) que: “si, ya que la gente no las considera hoy a las vacunas como una intervención relevante (¿?)”. En fin, como bien nos enseñaba el Dr López Pondal: “no debemos bajar la alerta nunca, porque con estas enfermedades infectocontagiosas no hay que ser displicentes”. El sarampión fue causa de muchas epidemias y las vacunas salvaron vidas. Cuando se vacunó cayeron “en picada” los casos y sobre todo en regiones con escasez de recursos. Una caída de la inmunización de niños y adultos expone a la comunidad toda a enfermedades prevenibles. Ya lo decía el Dr Houssay (Premio Nobel nuestro): “no te dé vergüenza por no saber y sí por no querer aprender”.

Juan L. Marcotullio

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