Descansa en la paz de Dios el corazón de Francisco, que latió al compás de los abrumados, oprimidos y excluidos. Sus pasos cansados que visitaron todos los lugares en los que podía mitigar el dolor de los inmigrantes, exiliados, de los descartables de un mundo donde la globalización de la indiferencia avanza sin reparos. Descanse su voz que clamó y pidió tanto a los poderosos y gobernantes para que cesen las guerras; su voz que intentó atravesar las paredes altas de esta “cultura de muros” detrás de la cual se amontonan los desechables del mundo. Siga entonando su Laudato Si, alabando una creación signada por el descarte y la compulsión al consumo desenfrenado, que impacta sobre los que apenas pueden comprar el pan que comen cada día. Su voz seguirá pidiéndonos que cuidemos la casa común! Descanse su mirada profética que amparó todos los desamparos, acogió todas las condiciones existenciales sin exclusiones ni desdenes, sin avergonzarse de ningún hermano, siguiendo los pasos de Jesucristo y su mensaje de amor universal. Descanse su cuerpo que visitó a enfermos, presos, a corredores humanitarios donde reinaba la crueldad y el abandono. Descanse su cuerpo en brazos de María, Madre universal, de quien aprendió la humildad y la sencillez que lo hizo estar al lado de los trabajadores, como San José, y luchar por la dignidad humana, amenazada ante el crecimiento de un mercado signado por la deshumanización. Descansa Francisco, ¡llenaste el mundo de bien y de esperanza y tu camino de bien será un Norte en nuestro desamparo!
Graciela Jatib
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