Quizás al lector le parezca exagerado o hasta le suene a blasfemia una comparación de este tipo, pero el accionar administrativo que el papa Francisco puso en marcha en la Ciudad-Estado del Vaticano casi desde que se hizo cargo de la Iglesia ha tenido muchos elementos en común con el ajuste que pregona Javier Milei, ya que en ambos casos queda en claro una muy férrea pasión común por el cuidado de la caja, por la búsqueda del equilibrio fiscal y, sobre todo, por apuntar a racionalizar las respectivas burocracias para darle así mayor transparencia a la actividad del Estado y, en el caso de la Argentina, mayor competitividad a la economía.

Lo notable es que Milei desde la teoría libertaria y el Pontífice desde su educación de hijo de inmigrantes, ambos bastante populistas por cierto, han ido por el mismo camino a la hora de hacer política: ajustar sí o sí al Estado y desregular para ponerle un torniquete al despilfarro. “Cuidar el mango”, se dice en los barrios de Flores y Villa Devoto. Donde el desacuerdo en sus vidas y procederes ha sido seguramente total y con diferencias insalvables, es en cuanto a la respectiva concepción sobre la distribución de la riqueza bajo dos premisas contrapuestas: la libertad económica genera prosperidad individual y colectiva (Milei) vs la justicia social debe estar por encima de la eventual eficiencia del mercado (Francisco).

Seguramente, este fue el punto que el presidente argentino atacó en una entrevista televisiva antes de asumir, cuando expresó que el papa Francisco era "el representante del maligno en la Tierra" debido a sus diferencias ideológicas, especialmente en torno a la justicia social, algo que Milei suele asociar con el comunismo (disidencia central).

Estas palabras generaron tensiones entre la Argentina y el Vaticano en ese momento, aunque algunos emisarios –y la apertura mutua de las mentes- lograron encarrilar la relación.Ha dicho Milei que luego Francisco perdonó ese “pecado de juventud”, pero la predisposición del Presidente al insulto fácil sigue presente, sobre todo cuando de vapulear a opositores y a periodistas se trata. La experiencia del Pontífice le daba una cintura política que el presidente argentino no tiene y no tanto por una cuestión de edad, sino porque también en eso encarnan naturalezas muy diferentes: la caridad cristiana, metida en el corazón del Papa y la disrupción permanente de Milei que cae contra todo y contra todos y olvida para mal el concepto de la tolerancia que es músculo del liberalismo.

En cuanto a las semejanzas en la acción, las reformas que encaró Francisco en la Iglesia se han destacado por tener un enfoque más profundo y estructurado en comparación con iniciativas de sus antecesores porque, tal como le pasó a Milei (segunda coincidencia), seguramente la situación que encontró de arranque fue bastante peor.

Apenas llegado, el Papa creó el secretariado para la Economía e implementó desde allí cambios sistémicos y auditorías, destinados a garantizar la transparencia y la sustentabilidad financiera.Este organismo de revisión de gastos superfluos y de estructuras anquilosadas (símil de Federico Sturzenegger) supervisó de allí en más todas las finanzas, cerró 5.000 cuentas sospechosas en el Banco del Estado y realizó un inventario detallado de las propiedades de la Curia. Toda esta batalla bien terrenal de Francisco reflejó esencialmente su compromiso personal con un manejo más ético de los recursos, en su caso para equilibrar el déficit crónico vaticano y para garantizar la viabilidad de un controvertido fondo de pensiones que enfrentaba pasivos significativos.

En consonancia, el presidente argentino llama casi a lo mismo “obligación moral” (otra línea común) ya que su concepción es la de remover los obstáculos que inhiben los deseos de inversión: "En nuestra gestión siempre planteamos la política desde ese costado y un ejemplo claro es el cepo. Desde analista a diputado y luego como Presidente, siempre dije que el cepo era inmoral porque el Estado imponía el control y afectaba a las decisiones de la gente”, dijo antes de partir hacia Roma.Suele señalar también el presidente de la Nación que “las regulaciones matan el crecimiento” y que la principal fuente del auge económico es desregular y siempre desregular, para que eso sea lo que incentive genuinamente la inversión.

También Milei ha prometido, de modo grandilocuente, “el shock desregulatorio más grande de la humanidad, lo que yo llamo el ‘Digesto’, para sumar reformas a las ya hechas y tirar a la basura todo lo que traba y no se usa”.Como frutilla del postre antiburocrático, lo que puso nerviosos a muchos en la Iglesia, también Francisco redujo salarios y profundizó esfuerzos anteriores de lucha contra el lavado de dinero con políticas anticorrupción más estrictas y con sanciones claras y, además, redujo salarios. Pero el Papa fue más allá y retiró los bonos que percibían los cardenales (la “casta”, según Milei). Y hay otra línea común, ya que el presidente argentino se dice un “reformista”, el término con el cual se puede catalogar el papado que acaba de finalizar, también desde lo pastoral.

En el renglón espiritual, Francisco priorizó la Misericordia como pilar central de su Pontificado y, en sintonía, criticó el “descarte”. Por eso, buscó dejar una institución más chica, pero más activa y comprensiva con aquellos que se sienten pobres, pero sobre todo marginados, incluyendo a los más necesitados, a los presos, a las personas LGBTQ+, a los divorciados vueltos a casar y a otros más. El Papa “de todos” también elevó su voz en defensa de los migrantes, de los refugiados y de las víctimas de la injusticia social y económica y puso a la Iglesia a desempeñar un papel activo en la promoción de la igualdad y el cuidado del ambiente.

En varios de estos puntos, si se compara la postura de Francisco con el discurso que Milei hizo en Davos, lo que resultó para él un fenomenal traspié fuera de toda lógica política, también las distancias son enormes.Hasta los 76 años, el Papa que ya no está fue Jorge Mario Bergoglio, jesuita, docente de valía y Arzobispo de Buenos Aires. A medida que fue escalando en la jerarquía, aquel curita aferrado a su familia e hincha de San Lorenzo, quien asistía a la Capilla del Colegio de la Misericordia, donde tomó su primera comunión o a la Basílica de San José de Flores, donde descubrió su vocación sacerdotal, nunca dejó de lado la admisión de sus raíces.

En ese crecimiento, el padre Jorge convivió con un contexto social y político influenciado por el peronismo, aunque siempre negó haber militado allí. Igualmente, la grieta le colgó el cartel de “Papa peronista”, especialmente por su énfasis por la justicia social y por la atención a los más vulnerables, principios que el peronismo tomó de la Doctrina Social de la Iglesia y no al revés.Una vez que llegó al trono de Pedro, la conjunción ‘padre Jorge + papa Francisco’ tuvo su minuto cero. Y no fue en una homilía, ni en una Encíclica, sino que sucedió en medio del memorable discurso del 25 de julio de 2013, durante la Jornada Mundial de la Juventud. En esa ocasión, el nuevo Papa habló en la Catedral Metropolitana de San Sebastián (Río de Janeiro) en un encuentro con jóvenes argentinos que habían viajado hasta allí y les avisó sobre lo que iba a venir, cuando les dijo “hagan lío" como una forma de hacerse oír para empujar las transformaciones que él visualizaba para la Iglesia y la sociedad.

Ese puntapié inicial, surgido de sus deseos de cambio para sacar del pantano a una institución achanchada, luego el Pontífice lo fue consolidando en acciones.Así, el argentino que por primera vez fue llevado a la silla de San Pedro en Roma por “mis hermanos que me han ido a buscar al Fin del Mundo”, introdujo cambios significativos en el pensamiento y en la política interna de la Iglesia con palanca en el progresismo de base y con las críticas del ala conservadora de la jerarquía, marcando un estilo distintivo en comparación con sus predecesores. Haber pasado con tanta firmeza el tamiz durante 12 años, tanto en temas terrenales como también en cuestiones espirituales, le generó al Santo Padre tensiones internas y, tal como sucede en todos lados, los más perjudicados pusieron el grito en el Cielo y lo resistieron.

La voluntad de mando del Papa fallecido los arrinconó políticamente y ahora los más conservadores van a ir por la revancha en el cónclave. Seguramente, el apoyo que él hubiese esperado en lo inmediato es que se elija finalmente a alguien que siga su línea, pero ocurre que muchos de aquellos aferrados a esquemas y privilegios de vieja data, con toda seguridad se van a oponer férreamente a quien quiera seguir por el camino drástico de renovación que Francisco les marcó. Y aunque la fumata blanca la inspirará el Espíritu Santo, en la Capilla Sixtina prevalecerá la “rosca”. Salvando todas las distancias también, más o menos igual que en la política casera.