Por José María Posse
Abogado / escritor / historiador
Cuando los vientos de la desmalvinización comenzaron a amenguar, y de a poco se fue levantando el velo de la verdad sobre lo ocurrido en la guerra de 1982, comenzaron a salir a la luz las historias de héroes olvidados o no reconocidos. Finalizando el mes de Malvinas, conoceremos a una de esas heroínas anónimas, quienes merecen nuestro respeto.
Estado de guerra
El de la guerra es el peor estado por el que puede franquear un hombre o una sociedad. En cada conflagración, la humanidad pierde su esencia, abriéndose espacio a horrores inimaginables. Al iniciar el combate, en el momento mismo que el acero se mezcla con la carne, comienzan a girar una serie de eventos que sin duda marcarán a sus protagonistas; no sólo en las heridas físicas, sino también en las no visibles, que a veces son las más dolorosas y duraderas.
Aquellos que han visto los horrores de la guerra, nunca dejan de sentir en el profundo silencio, los gritos de quienes suplican por ayuda. Los médicos y enfermeras que atendieron a los heridos y moribundos que llegaban a los hospitales, son piezas esenciales de esa maquinaria bélica, que deben ser reconocidos y honrados. Ellas recibían a esos jóvenes héroes, quienes regresaban del valle de la muerte, con horribles quemaduras, con miembros mutilados; a veces la piel quemada se desprendía de la carne… y el olor que de ello emanaba, se fijaba para siempre en la memoria olfativa de quienes a veces con impotencia, intentaban cuanto menos aplacar el dolor de los dañados.
Muchas enfermeras dieron su sangre en transfusiones directas, cerraron los ojos de los fallecidos, o se quedaron noches enteras acariciando las cabezas de aquellos sufrientes quienes imploraban por sus madres, entre ayes y súplicas al Señor.
En el lugar necesario
De las enfermeras que participaron en la contienda, rescatamos el testimonio directo de la cabo principal Silvia Fátima Santucho.
“Solo tuvimos seis meses de adiestramiento militar en el Hospital Naval Puerto Belgrano (en adelante HNPB), porque éramos Enfermeras Universitarias y se respetaba nuestro título. Siento una gran satisfacción y felicidad por ser parte de las 800 mujeres que ingresamos ese 16 de febrero de 1981 y abrimos las puertas grandes de una Armada que solo era de hombres y preparada para ellos. En esos meses trabajamos en las diferentes especialidades del HNPB. Al tener la especialidad materno infantil me designaron a las Salas de Pediatría y Neonatología como ayudante de Cargo del (Suboficial enfermero) SSEN Coronel, un gran hombre consciente del cambio, que me enseñó a moverme dentro de Marina con todo lo que debía aprender y más. Era correcto, me respetaba y lo respetaba, recuerdo cuando me llamaba la atención por comportarme como civil. En medio de una lógica resistencia ante nuestra presencia. Era un mundo de hombres. También, como militar hacíamos guardia de 24 horas en la Guardia Médica. El 9 de julio, al egresar, nos separaron entre los hospitales HNPB y (Pedro Malli) HNPM, en el Puerto Belgrano (HNPB). Quedamos cinco enfermeras, y en la Escuela de Sanidad tres enfermeras.; tuve que trabajar muy duro para demostrar que podía ser buena mujer, buena enfermera y buena militar”.
El anuncio
“El 2 de abril en formación nos comunicaron que habían tomado las Islas Malvinas a la madrugada de ese día. Aproximadamente a las 2 de la mañana comenzó la ‘Operación Rosario’. Nuestra habitación daba hacia el frente; unos días antes, a la noche nos despertó la vibración de los vidrios, nos levantamos asustadas, miramos a través de la persiana y observamos que estaban entrando al cuartel base hacia la zona reservada los tanques, las orugas y camiones con personal de Infantería de Marina. No entendíamos nada ni presentíamos que se estaba gestando una toma de las Islas y mucho menos una Guerra”.
“La incertidumbre y la curiosidad por saber como iba a seguir la guerra, comenzó a gestarse un estrés que me acompañó el resto de la vida. La Sala de Pediatría, de la cual era Supervisora, se reconvierte: el ala derecha para los pacientes con pie de trinchera, y el ala izquierda, pacientes con esquirlas en diferentes partes del cuerpo. Neonatología siguió trabajando como tal, porque en el Hospital Municipal de Punta Alta atendían a nuestras pacientes embarazadas, esposas de militares. Hubo partos prematuros por la angustia y dolor de sus madres. Al fondo de la Sala se prepararon dos camarotes que eran de Oficiales para los niños que se internaron por pánico, angustia, estrés, asma, bronquiolitis por la pérdida y partida de sus padres. Preparábamos mucho material, todas las salas lo hacían para ayudar a esterilización”.
“Entre mis funciones, estaba la de recibir cuando estaba de guardia los mensajes navales con los nombres de médicos y enfermeros que debían embarcar. Recuerdo tocar sus puertas si estaban de guardia, y comunicarle la noticia. Todos teníamos los bolsos preparados, en especial ellos, y me recomendaban que avise a sus esposas, siempre recibí un silencio del otro lado del teléfono. Nosotras sabíamos que no íbamos a las Islas porque el Almirante Jorge Anaya, desembarcó del buque hospital Bahía Paraíso (buque polar adaptado como buque médico), a las CPEN Silvia Adriguetti, Isolina Graciela y aspirantes y cabos estudiantes de enfermería, que armaron con los hombres del referido buque, diciendo que él no mandaría mujeres a la guerra”.
“Para nosotras fue una gran desilusión, porque estábamos preparadas y hubiéramos sido muy útiles como enfermeras en el Hospital de Malvinas, trabajando con nuestros propios médicos o a bordo de los buques. Comenzaron mis amigos tucumanos a ir al hospital a despedirse y a encargarme a sus familias, sus bienes, etcétera. ¡Que carga Dios Mío! Al momento de recordar sus caras y situaciones no dejo de emocionarme hasta las lágrimas”.
Primeros heridos
“Con los días comencé a recibir heridos que venían de las Islas. Aprendí a curar pie de trincheras con los médicos y luego enseñarle a las enfermeras y estudiantes a cargo. Debíamos tratar por todos los medios esas heridas o piernas quemadas por el hielo y el agua, que no entraran a quirófano para ser amputados, sino para hacer limpieza (toilettes) en las zonas bajo anestesia. Me dedicaba exclusivamente a cepillar con cepillo de dientes gastados y blandos, los bordes para recuperar esas heridas. Me sentía conforme cuando granulaban porque era esperanza de curación. Me acuerdo de varios pacientes, pero en especial de dos que lloraban muchísimo porque realmente les hacía doler”.
“Eran tan jóvenes pero yo solo tenía 24 años y los consolaba como podía. Hablábamos de nuestras provincias, de donde iríamos a bailar cuando volviéramos a ellas, en especial con los tucumanos. A Dios gracia, hace unos años encontré y me encontró en una formación, Malvinizando con los Buzos Tácticos en la Escuela de Andalhuala, en la provincia de Catamarca, con un conscripto que al verlo renguear empezamos a charlar y me reconoció por las curaciones minuciosas. El señor Veterano Raúl Díaz dice que fui la mujer que más lo hizo llorar, pero que está eternamente agradecido y yo feliz de haberle sido útil”.
“El 2 de mayo salí a ver a mi amiga Chichi y a sus dos pequeños niños por si necesitaban algo y fuimos a Bahía Blanca a comprar elementos personales y a ver luces, porque Punta Alta estaba totalmente a oscuras. La gente ponía frazadas en sus ventanas; pasaba la patrulla y no debía ver luces en ninguna casa, a riesgo de ser sancionados. Los autos tenían cubiertos los faros con papel azul o celeste. En el hospital -que es en H, o sea, los pabellones se comunican por pasillos con patios internos- se pintaron los vidrios al exterior de negro y cruces rojas en el techo. Solo se trabajaba con luz blanca en Clasificación de Heridos, la Guardia, el Quirófano y las Terapias; el resto con la luz azul. En Clasificación de Heridos procurábamos poner vías endovenosas para facilitar a las Salas que trabajaban con luz azul”.
“A los heridos que llegaban, se los clasificaba si eran de los nuestros venían en camillas para poder subir en ascensor, pero los pacientes de Ejército venían en camillas de campaña largas y no entraban en los ascensores y se camillaba por las escaleras hasta los sectores en donde serían atendidos. Me tocó camillar con médicos, enfermeros, conscriptos afectados a este sector, que solo se abría cuando llegaban las ambulancias desde la Base Aeronaval Comandante Espora, que traían los heridos que llegaban en los aviones procedentes de Comodoro Rivadavia y Ushuaia”.
El General Belgrano
“Una noche nos asomamos por la ventana y vimos las lucecitas de todas las ambulancias, una detrás de otra, que traían los heridos, en la inmensidad de una noche muy oscura. Nos enteramos por la radio del auto en el que habíamos ido a Bahía Blanca, acerca del hundimiento del A.R.A, Crucero General Belgrano y volvimos de inmediato, con la certeza que íbamos a enfrentarnos con situaciones límites. Cuando llegué al hospital empecé a escuchar lo mucho y poco que se sabía sobre el hundimiento. Nunca pude, no puedo y no podré describir con palabras lo que sentí en ese momento, porque era todo en uno, dolor, angustia y tristeza. Lo que si supe, que mi vida cambió para siempre en lo personal y profesional”.
“Allí estaba embarcado mi amigo Roque Quintana de Santa Rosa de Leales, entre otros tucumanos. No paré de ver y averiguar de él hasta que llegó la última lista que me mandaba otro tucumano que estaba en el Comando de Operaciones donde se asentaban las informaciones”.
“Llegaron finalmente los pacientes del Crucero Belgrano; se habían preparado las salas con diferentes consultorios de Oftalmología, Odontología, Clínica médica, Cirugía, Psiquiatría, Radiología, donde pasarían y alojarían los supuestamente sanos; yo era una de las encargadas de ‘clasificarlos’, según la gravedad de sus heridas. La mayoría fueron a Cirugía y a Quemados, que se instaló en la Sala de Parto. Sacaron las duras (camas de sala de parto) y pusieron tinas, como recepción de Neo. Los gritos y llantos del quemado eran desgarradores; recuerdo un suboficial electricista alto, un hombre robusto que lloraba muchísimo cuando lo bañaban y lo cepillaban, porque todo su cuerpo estaba cubierto (de una costra empetrolada), con su piel quemada; a pesar de estar medicado, gritaba de dolor”.
“No se cuanto pasó pero un día que iba a almorzar a la camareta, ví comó los tripulantes sanos del Crucero los traían en formación de cuatro desde la Sala 6ª, con sus overoles verdes y zapatillas blancas. Desde que se supo del hundimiento, los familiares se empezaron a juntar fuera del hospital en el alambrado. Cuando ellos venían a la altura entre la Guardia Militar y cantina del HNPB, levantaron las barreras; de nuevo lloro porque tengo esos rostros inexpresivos en mi mente cuando sus madres, esposas e hijos los abrazaban y yo rezaba por ellos y por mi amigo para que volviera”.
Agujas de colchonero
“Los aviones llegaban generalmente en la noche y trabajábamos mientras ayudaba a acomodar los pacientes en mi Sala con gran cuidado, sobre todo los de esquirla porque los fragmentos se meten entre la piel y la dermis, lo que hace doler mucho las heridas. Cualquier mínimo movimiento, hacía sentir al herido como traspasado por agujas de colchonero. Sentía como en la cafetería batían para hacer las comidas las mucamas, como la señora Marta Díaz, cuyo esposo Suboficial estaba embarcado sin saber dónde, lo que la llenaba de congoja; y otras hacían tortas, masitas, para los chicos recién llegados, y por ahí un cafecito cuando terminaba nuestra tarea. Ellas también repartían las cosas ricas que traían los civiles de Punta Alta para los pacientes”.
“Pasaba mucho tiempo en el hospital. Cuando comenzaron a llegar Oficiales heridos, se inauguró el pabellón 7 para, de un momento a otro, donde fue designada mí otra compañera CPEN Mirta Balcedo, que estaba en Terapia, como Supervisora de ese pabellón. Como un ala no estaba terminada para pacientes, nos dejaba bañarnos ahí porque a veces no teníamos tiempo de ir a nuestras casas”.
Silencio
“Cuando nos dijeron del cese de fuego, empezaron a llegar nuestros propios pacientes, enfermeros, médicos abatidos, en sus rostros tenían el dolor de sus almas. Estaba de guardia cuando aterrizó en el último avión el personal que trabajó hasta último momento en el hospital de las Islas. Los trajeron primero al hospital y ese hall que ya se había levantado la clasificación de heridos; lloré y lloraron sin decir nada para poder ir a sus casas y abrazar a sus familias, más tranquilos y con el silencio de la guerra que se marcaba en sus rostros”.
“Recién mucho después nos dieron licencia, y codo a codo CPEN con Carrizo Adriana, fuimos a conocer Mar del Plata, como si eso aplacara nuestro dolor. De ahí a Buenos Aires a ver a nuestras camadas. El 1 de diciembre de 1982 nos destinaron a diferentes lugares. Cuando íbamos a formación, muchos de nuestros compañeros ya no estaban. A algunos no los volví a ver más. Nos mandaron a Ushuaia a abrir camino nuevamente, fuera del rechazo con el que nos recibieron por ser mujeres me impactó el silencio de la guerra, nadie hablaba de eso. Allí conocí a mi esposo, Veterano de Guerra Alberto Aníbal Bilbao, Suboficial mayor buzo, quien había prestado servicio en el Aviso ARA Comodoro Francisco Gurruchaga SMBU. Él estuvo en el salvamento de 365 náufragos del Crucero Ara General Belgrano”.
Remembranzas
“Cada año acompaño a mi esposo a las formaciones junto con mis hijos y mi nieto. El 2 de mayo, desde que volví a Tucumán y fui a ver a la mamá de mi amigo, nunca supe qué decirle, solo la escuchaba lo que me decía ella, que no quería morir sin tener el cuerpo de su hijo en los brazos para enterrarlo. No pude decirle que él había tomado la guardia a las 16 en el sollado de electricidad y el torpedeo fue a las 16.05, no pudo salir, porque las puertas se cierran para la condición de estanqueidad”.
“Es el día de hoy que voy a acompañar a sus hermanos, sobrinos y nietos. Estuve también cuando murió la abuela Elvira, su madre, recé para que su hijo Roque la esperara en el cielo”.
“Estuve cuatro años en el Régimen Militar en donde fui participe de una guerra aeronaval de características únicas, y tengo el legítimo orgullo de haber contribuido en abrir las puertas de la Armada, a las futuras generaciones de mujeres que a no dudar, honrarán el uniforme de una Patria libre y democrática”.