A Daniel Moyano no le hace falta una tarjeta de presentación. Tampoco una bio de Instagram demasiado elaborada. Le alcanzaría con una frase sencilla cada vez que le preguntan a qué se dedica: “Tengo una escuelita de fútbol en mi barrio, y juego en Tucumán Central”. Pero si alguien raspa un poco más la superficie, va a descubrir que en realidad se trata de mucho más que eso: Moyano es un tipo que transformó su propia historia —llena de obstáculos, rechazos y momentos de oscuridad— en una red de contención para los pibes del este tucumano que sueñan con jugar al fútbol. 

No suele dimensionar el impacto de lo que hace. Pasó por clubes como Arsenal de Sarandí o Villa Mitre de Bahía Blanca, donde fue figura en tandas de penales por Copa Argentina. Sus atajadas fueron tan vistas en redes que en Finca Mayo, su lugar de origen, se volvieron virales. También lo hicieron famoso los “machetes” que pegaba en las botellas para recordar por dónde pateaban los rivales.

Su llegada a Tucumán Central fue una elección con peso emocional. Rechazó ofertas de categorías superiores y mejores sueldos. "Tenía propuestas de otros equipos donde me iban a pagar más, pero gracias a Dios, en Tucumán Central arreglé todo en un solo día", cuenta con picardía.

El club refleja mucho de lo que Moyano valora. Además de Arsenal y Villa Mitre, jugó en Douglas Haig, Huracán Las Heras, Atlético Concepción, El Linqueño y San Jorge, donde fue parte del equipo que protestó en la final por el ascenso en 2019. “Tucumán Central está al nivel de los clubes de punta del Federal A. Tienen compromiso, no solo con el fútbol: los directivos están todo el día en el club”, destaca.

Pero su regreso a la provincia tiene un trasfondo más íntimo. Durante su etapa en Arsenal, Moyano perdió a un hijo recién nacido. “No me incomoda hablar de él”, dice con una entereza conmovedora. "Por eso volví y me quedé". Ese dolor, en casa, se lleva distinto. Pese al apoyo inicial, en el club no aceptaron su pedido de rescisión. “Pensaban que era una estrategia para irme. Yo tenía 17 años, me habían subido a Primera", sostiene. 

De Arsenal se llevó aprendizajes. Gustavo Alfaro lo subió al primer equipo y fue clave en su formación. “Siempre queremos victimizarnos. Para mí, si un jugador no juega, es responsabilidad del jugador. Nunca me enganché con eso de buscar culpables”, reflexiona.

Esa mirada lo llevó a nuevos desafíos. Aunque antes no se veía como técnico, cambió de idea desde que empezó a trabajar con los más chicos en su escuelita. “Me gusta estar con ellos. Me siento identificado con Becaccece: camino, vivo el partido, aunque con los nenes no me pongo tan loco. Pero esa pasión me gusta”, admite.

LA GACETA / OSVALDO RIPOLL

La escuelita, ubicada en Finca Mayo a 30 minutos de la capital tucumana, es su proyecto más ambicioso. “La cancha no está alambrada, es de todos”, dice con orgullo. El espacio lo construyó con su primo Cristian y su tío César durante la pandemia. “Estoy seguro de que es tan buena como la de Tucumán Central”.

El compromiso comunitario es clave. “Los papás cortan el pasto, hacen rifas. Son una máquina”, celebra Moyano. Él también se involucra: vive en Los Ralos con su pareja Melina y sus hijos, Adair y Angelina, y suele llevar a los chicos en su auto. A veces son cinco, seis los que entran en su Corsa chiquito. "Si se rompe, lo arreglo con alambre. Se llama auto, es lo mismo”, dice entre risas.

Desde noviembre, la escuelita ya tiene más de 100 chicos. “No siempre van todos. Si alguno anda mal en la escuela, se queda a estudiar", cuenta. Pero el ausentismo por ese motivo es bajísimo, en esta época las faltas se ocasionan por el frío. Para Moyano, el fútbol no se opone a la educación, sino que la acompaña.

Está convencido de que en los pueblos hay un talento especial. “Los chicos del interior son más aguerridos. Se forman entre ellos”, dice. También apunta contra ciertos vicios del sistema: “Hay jugadores en Atlético que están solo porque pagan la cuota. Eso les digo a los míos: no se crean menos”.

La cuota de su escuelita es simbólica. “Pagan 3.000 pesos. Es para que los padres se comprometan. Con eso compramos pelotas”, explica. Pese al crecimiento del proyecto, el apoyo externo es escaso. “Pensé que me iban a llamar, a ayudar. Pero ni una pelota me alcanzaron”, lamenta.

Aun así, se mantiene firme. Cree en la disciplina más que en el talento. Y está convencido de que, en unos años, de su escuelita saldrán grandes jugadores. 

El gol que cambió su vida y la fortaleza de la Liga Tucumana

Un gol de tiro libre, en un partido entre UTA y Atlético, marcó un antes y un después. César Gorosito, que aún hoy es su representante y amigo, lo conectó con Arsenal. "Jugaba para UTA. Fue un golazo. Le pegué como el ‘Pipa’ Benedetto, fuerte, seco. ‘Bueno, andá’, me dijo el DT. Ya en el entrenamiento me había salido", recordó Moyano. 

Para Daniel, la Liga Tucumana tiene un nivel altísimo. “Es como un Federal A. Hay jugadores muy buenos. Para mí, la liga de Tucumán es muchísimo mejor que la bahiense. Aquí cada equipo tiene entre cuatro o cinco futbolistas de gran nivel”, comparó. 

La sentada de San Jorge y la realidad del ascenso

También habla de la recordada "sentada" de San Jorge en 2019. A pesar de las consecuencias negativas para el club, Moyano considera que fue una experiencia que lo marcó. “Tengo la sensación de que, en el Federal A, más o menos se sabe quiénes van a definir los ascensos”, disparó. Aquel día fue suplente en el equipo dirigido por Nazareno Godoy, que enfrentaba a Alvarado de Mar del Plata. El árbitro, Adrián Franklin, expulsó a dos jugadores tucumanos en el primer tiempo y convalidó un gol polémico, entre otros fallos discutidos. Finalmente, el partido se le dio por ganado a Alvarado, que terminó ascendiendo.

Esa experiencia contrasta con la liga local: “En Tucumán, cualquier equipo le gana a cualquiera”, remarcó. 

Palermo, la pandemia y la fortaleza interior 

El paso por Arsenal le permitió compartir entrenamientos con Martín Palermo. “Él me puso como segundo arquero en Primera”, contó. Su salida no tuvo que ver con lo deportivo, sino con una situación personal. 

La pandemia también lo puso a prueba. Como a tantos otros, lo golpeó económicamente. “Fui a cortar limón y a plantar caña de azúcar. Si no pasaba la pandemia, no lo hubiera hecho”, admitió. No le gustó, pero lo hizo.

Moyano es mucho más que un arquero. Es formador, líder comunitario y ejemplo de superación. Su historia late al ritmo del fútbol tucumano y del arraigo a su tierra.