Lo que comenzó como una simple fotografía entre seis chicos de nueve años y un jugador de Primera división terminó convertido en un escándalo que pone en cuestión los valores que transmite el deporte. La decisión de Newell’s de Rosario de sancionar a sus jóvenes jugadores por haberse retratado con Ignacio Malcorra, futbolista de Rosario Central, no sólo despertó una ola de críticas sino que también dejó al descubierto la peligrosa naturalización de la rivalidad mal entendida.
La sanción impuesta por la institución, tres meses de inactividad y la quita de becas, fue calificada por el club como una “medida ejemplificadora”. Sin embargo, lejos de educar, el castigo terminó por aislar, humillar y lesionar emocionalmente a quienes no hicieron otra cosa que comportarse como lo que son: chicos admirando a un referente del fútbol profesional.
La reacción de Malcorra fue medida, pero no por eso menos crítica. “Me da mucha tristeza por los nenes”, expresó el jugador, y añadió: “Ellos quisieron un momento de felicidad, como hace cualquier nene cuando se saca una foto con un jugador de Primera”. Sus palabras no sólo muestran empatía, sino que también humanizan una situación que jamás debió transformarse en una polémica institucional.
El apoyo a los chicos llegó también desde el más alto nivel del fútbol nacional. Lionel Scaloni, técnico de la Selección, afirmó que una situación como la planteada (mostrar admiración por un deportista) debería ser “algo normal”, recordando que en su infancia también habría disfrutado de un gesto similar. Sus declaraciones ponen en evidencia la desconexión entre la dirigencia de ciertos clubes y los valores inclusivos y formativos que deben primar en la práctica deportiva infantil.
A nivel institucional, el Concejo Deliberante de Rosario expresó su repudio en términos contundentes. A partir de una iniciativa del concejal Lucas Raspall, se aprobó una declaración que denuncia este tipo de sanciones como contrarias a los principios de “respeto, inclusión y formación integral de niños y adolescentes”. Además, recordó que el deporte debe ser una herramienta para fomentar “la convivencia, la empatía y el juego limpio”, nunca un vehículo de discriminación.
La defensa de Newell’s fue ambigua. Mientras su presidente, Ignacio Astore, relativizó el castigo al hablar de “precauciones” y no de sanciones, el encargado de la escuela infantil, Juan Álvarez, justificó la medida apelando a la “responsabilidad” que implica recibir una beca, reforzando una lógica meritocrática inapropiada para niños de esa edad.
Lejos de resolver la situación, estas declaraciones agravaron el problema. Como bien dijo uno de los padres afectados: “Primero está su integridad emocional. Mi hijo nunca más va a poner un pie en Newell’s”.
Queda claro que los chicos no rompieron ninguna regla ética ni deportiva. No insultaron, no violentaron, no agredieron. Sólo buscaron un instante de felicidad, ese que todos recordamos cuando, siendo chicos, mirábamos con asombro a los grandes ídolos y soñábamos con estar en sus zapatos. Negarles eso es negarnos también a nosotros mismos: a lo más puro y genuino del deporte.
El mensaje que deja este caso es preocupante: se pretende disciplinar la espontaneidad infantil en nombre de una rivalidad que debería pertenecer sólo al terreno del juego. Es hora de que los clubes, instituciones sociales por excelencia, se comprometan seriamente con la formación ética de sus deportistas, y no con perpetuar lógicas de exclusión. Porque si los chicos son el futuro del deporte, el presente exige proteger su alegría, no sancionarla.