La memoria de Ernesto García Soaje está intacta. Vivió gran parte de la historia de San Martín; de niño se hizo hincha y disfrutó de la época dorada del equipo de Roberto Santillán. Fue testigo, incluso, de la conquista de la Copa de la República de 1944, un título que puso al club en los planos nacionales. Su vocación dirigencial lo llevó a involucrarse en la política institucional y, en 1966 se sentó en el sillón de Bolívar y Pellegrini.
El contexto de su asunción fue complejo: San Martín arrastraba una sequía de 11 años sin títulos y enfrentaba serias carencias estructurales. Pero en 1967, el “Santo” cortó la malaria: ganó el Anual, se consagró en el torneo Regional (en una final frente a Central Córdoba de Santiago del Estero) y se clasificó al Nacional de 1968. Ese logro marcó un antes y un después en la gestión de García Soaje, que se extendió hasta 1973.
Durante esos siete años, San Martín cosechó 12 títulos organizados por la Federación Tucumana y participó en seis torneos Nacionales.
La transformación también se notó en el plano edilicio. Bajo su presidencia se amplió la tribuna de calle Bolívar, se construyeron las plateas norte y sur baja, y se ensanchó la central alta. Además, se instalaron las primeras butacas metálicas, se pavimentaron las calles aledañas, se construyeron veredas y se inauguró la iluminación artificial.
Hoy, a los 93 años, recuerda con gran claridad aquellos años al frente del “Santo” y, en una entrevista con LA GACETA, compartió los desafíos de aquella etapa.
- ¿Quién lo hizo hincha de San Martín?
- Tenía un vecino de apellido Larraona que vivía entre la avenida Avellaneda y la calle Cuba, a una cuadra de mi casa que estaba en Córdoba al 100. Él tenía un hijo de mi edad; jugábamos a la pelota en el barrio y nos llevaba a la cancha de San Martín. Otros clubes nos quedaban más cerca, como Obras Sanitarias, Argentinos del Norte o Central Norte, pero me habitué a ir a San Martín. Después armé mi grupo.
- Te tocó vivir una gran época de San Martín: ¿qué recordás de la Copa de la República de 1944?
- Estuve en dos partidos, pero se me borraron las jugadas de la memoria. Sí me acuerdo de los jugadores. Hay una imagen de Lirio Díaz que no se me borra. Tampoco olvido a (Ernesto) Figueroa, al que le decían “Comegente”. También lo vi jugar a Martín Blasco padre y después al hijo. Lo mismo me pasó con los Lacroix. A casi todos los llamaban por su apodo. A muchos los conocí personalmente muchos años más tarde. Era una época en la que todos los clubes tenían grandes jugadores.
- ¿Qué recordás de la final contra Newell’s?
- La gente, la locura, la ciudad desbordada... Eso se repite cada vez que San Martín sale campeón. Recuerdo la invasión a la cancha de Atlético también.
- ¿Se valoraba mucho la Copa o se prefería ganar torneos locales?
- Tengo una visión distinta a la de hoy. Para mí, los campeonatos de antes valoraban más a nuestra Federación y nos daban la chance de competir contra cualquiera. Hoy las ligas están casi extintas y nadie les presta atención. Antes todos los clubes querían enfrentar a San Martín o a Atlético; eso les permitía recaudar y hacer alguna obra. En esa época, casi no existía la figura del socio y los precios eran mínimos. Eso también hacía que clubes como Vélez o Estudiantes de La Plata buscaran jugadores tucumanos. Hoy ya no ocurre con frecuencia. Para contratar a un jugador tenés que hablar con managers, empresarios y representantes. En mi época todo se arreglaba directamente con el jugador. El fútbol se manejaba distinto.
- ¿Cómo nació tu vocación dirigencial?
- Siempre me involucré en organizaciones. Fui vicepresidente de la Federación de Estudiantes Secundarios, secretario del Centro de Funcionarios Judiciales, presidente de la Asociación de Básquet y gerente ad honorem del primer barrio judicial. Siempre fui muy activo y después empecé en San Martín. Primero como vocal y, poco a poco, fui subiendo hasta llegar a la presidencia en diciembre de 1966. Una vez, (José) Salmoiraghi me dijo: “Esto está errado. Yo tendría que ser el presidente de San Martín y vos, de Atlético”. Creo que lo decía porque él era más confrontativo y yo más calmo. A pesar de estar en veredas opuestas, fuimos grandes amigos.
- ¿Cómo encontró al club en 1966?
- San Martín estaba mal. Llevaba 11 años sin salir campeón y la asistencia del público era baja. A veces queríamos perder porque no teníamos ni para pagarle a los jugadores. Había pocos socios y la cuota era muy baja. Muchas cosas las financiaban los hinchas sin pedir nada a cambio. Empezamos a recuperarnos cuando jugamos los Nacionales. Eso atrajo a mucha gente a la que simplemente le gustaba el buen fútbol. No eran hinchas, eran espectadores.
- ¿San Martín estaba preparado para jugar a ese nivel?
- No, ni estructural ni administrativamente. Fui a hablar con Valentín Suárez para contarle la situación. No teníamos pavimento y la única calle transitable era la Pellegrini. Cuando llovía, era un desastre porque ni veredas teníamos. La cerca olímpica era del siglo pasado y los arcos, de madera. Tuvimos que hacer todo nuevo para jugar el Nacional. A eso se sumaban las deudas. Había un comodato con la cervecería Norte y un préstamo con la Dirección de Arquitectura que nunca se pagó. Había que cambiarlo todo para estar a la altura.
- ¿Y en lo deportivo?
- También fue un desafío. No se entrenaba todos los días. Se reunían los lunes y los jueves. Había que pagarles un sueldo. Y los dirigentes también tuvieron que cambiar: pasaron de ir al club una vez por semana a estar todos los días. Nos costó entender que teníamos que ser noticia diaria en los medios, pero lo logramos.
- ¿Le costó mucho adaptarse a Juan Carlos Carol?
- Él entendía que debíamos profesionalizarnos, pero era difícil. No estaban acostumbrados a entrenarse cada semana. Los jugadores no conocían los botines con tapones. Me acuerdo que a Segundo Corvalán teníamos que ir a despertarlo a su casa a las 14 para que fuera a entrenar. Hacía trampa en los ejercicios, no saltaba las sillas. Otros tenían trabajos aparte.
- ¿El contexto tucumano preocupaba?
- Una vez el Ejército instaló un vivac en la cancha. Llegamos y no nos dejaron entrar. Era porque estábamos cerca de la Quinta Agronómica. Nada era sencillo.
- ¿Cómo era la hinchada en ese momento?
- Con los Nacionales creció la rivalidad con Atlético. Al principio, nuestros hinchas se mofaban porque a ellos les costó mucho clasificar. Eso generó más fidelidad, pero también un odio innecesario entre ambos clubes.
- ¿Qué pasó con Julio Ricardo Villa?
- Nosotros viajamos a Buenos Aires para comprar a Eduardo Carranza, un “5” de Quilmes que fue comprado por River. Entonces nos ofrecieron a Villa, que tenía 19 años. Era grandote y tenía un buen físico. Su préstamo era barato: teníamos que pagar $950.000 por el campeonato Nacional y la opción de compra era de $12 millones. Atlético pagó $24 millones.
- ¿Por qué no se llegó a comprar a Villa?
- José Mirkin me contó que él fue el culpable de no comprarlo. El por qué no lo sé, pero nosotros teníamos la prioridad y lo perdimos.
- ¿Qué opina de los campeonatos actuales?
- Hoy no somos nadie. Tenemos una Liga que es indirectamente afiliada y los clubes de Buenos Aires no nos dan importancia. Nosotros debíamos fortificarnos y después lo demás. No me gusta para nada lo que veo hoy.