El motivo del arraigo en Tucumán de Alejandro Agustín Álvarez es muy particular. Tanto, que él mismo lo admite con reservas: “No sé si pareceré loco, pero tuve una especie de visión mientras corría por el Parque 9 de Julio. En la rotonda cercana a la terminal de ómnibus, la vista se me nubló. Vi un camino de tierra, carretas y caballos, y un antiguo bar en la esquina donde hoy hay una despensa”, describió. La sensación que le provocó esa imagen lo sorprendió: “Sentí que ya había estado ahí, en una vida anterior”, rememoró.

Álvarez identifica ese momento como la razón por la cual no volvió a su Corrientes natal, ni a ninguna otra de las provincias argentinas por las que pasó. No fue el boxeo en sí lo que lo ancló en Tucumán hace 19 años, cuando combatió en Villa Luján contra Orlando Farías, sino esa sensación que tuvo tiempo después de aquella derrota por puntos.

Antes de que lo místico marcara su destino, conoció a “Lito” Prado Morales, entrenador y formador desde mediados de los 70 hasta su fallecimiento en 2006. Él le ofreció ser sparring de Manuel Pucheta, por entonces en pleno auge y referente del boxeo tucumano. Álvarez llegó a la provincia con el apodo de “King Kong”, pero cambió mucho. Tanto, que su apodo también se modificó.  “Me conocen como ‘King Álvarez’. No sé bien por qué, pero soy el profe ‘King Álvarez’”, comentó, ya dedicado al boxeo recreativo y la docencia.

Otra razón, esta vez más terrenal, también influyó: formó pareja y tuvo una hija. Aunque se separó hace 14 años, la intensidad de aquella visión inicial fue determinante para quedarse. Álvarez valora las oportunidades que le brindó Tucumán.

Nacido en la localidad correntina de Mercedes, lanza un mensaje directo a los tucumanos: “Hay muchas más posibilidades de las que creen. No siempre aprecian el potencial de su provincia. La gente de afuera sí; nosotros vemos que sí se puede salir adelante”, afirmó. Más allá del ámbito deportivo, también destacó las oportunidades que ofrece el turismo.

LA GACETA / OSVALDO RIPOLL

Siempre con el boxeo como vía de reinvención, transformó la filosofía que aplicaba desde los 12 años: de ser una práctica competitiva, pasó a ser recreativa y dedicada a la enseñanza. “Es más para aprender el arte del boxeo y bajar de peso”, explicó sobre las clases que imparte en el gimnasio que tiene montado en su casa, en Luis F. Nougués y Nicaragua. La referencia habitual es que está detrás del cementerio del Norte.
Paradójicamente, es ahí donde encontró una nueva vida después del boxeo profesional. Su nueva perspectiva del pugilismo promueve la salud y el aprendizaje técnico, sin la agresividad del combate.

Las clases que brinda son personalizadas y están dirigidas principalmente a personas adultas, aunque también entrena a niños, siempre que estén acompañados por un adulto.
“No se trata de golpearse ni de guantear fuerte, sino de aprender la técnica y ponerse físicamente bien. Es para damas y caballeros, y no hay edad”, aseguró.
“Busco que los alumnos no se aburran. Por eso, integro el trabajo con la bolsa rápidamente, una vez que tienen la postura correcta, el juego de piernas y los golpes básicos”, explicó sobre su método. “Soy el pionero del boxeo recreativo”, afirmó con orgullo, destacando que fue el primero en enseñar esta modalidad en Tucumán.

El origen

La conexión de Álvarez con el boxeo viene de familia. Su padre, antes de seguir una carrera militar, fue boxeador amateur. Él se considera el único del clan que siguió lo que –y vuelve a aparecer lo místico– alguien de los Álvarez estaba destinado a continuar: una vocación innata por el pugilismo. “De chiquito decía que quería ser boxeador”, recuerda.

Su padre siguió con su carrera militar vestido con el verde del ejército, y él se quedó en Corrientes, al cuidado de su tío y su abuela, quienes lo criaron. Cumplieron con las órdenes del padre, que deseaba que su hijo, como otros miembros de la familia, ingresara a alguna fuerza del orden. Sin embargo, el objetivo se cumplió por otro camino: el deporte lo mantuvo alejado de la calle y lo formó con disciplina.

Sus inicios no fueron fáciles: perdió sus primeras 15 peleas de exhibición. Aun así, nunca se rindió. “Yo sabía que eso era lo mío”, afirmó.
Con el tiempo, superó a varios de los rivales que inicialmente lo habían vencido, muchos de ellos por nocaut. Su perseverancia lo llevó a competir en campeonatos en Buenos Aires, donde, aunque nunca fue campeón, siempre llegó a las instancias finales.

Una de sus peleas más desafiantes y significativas lo llevó hasta Bakú, Azerbaiyán. Si ganaba, una oportunidad mundialista se abría en el horizonte.  Acompañado únicamente por su promotor, Enzo Romero, enfrentó al local Ali Ismayilov. “Era como un coliseo, con más de 15.000 personas. Toda una multitud que nunca antes había tenido en contra”, rememoró.
Aunque sentía que iba ganando, el agotamiento lo superó en el noveno asalto. Además, no entendió la cuenta de protección del juez, que derivó en un nocaut técnico.
“Uno, cuando va a pelear de visitante, siempre te llevan para que te hagan cagar”, comentó con franqueza, aludiendo a la desventaja de combatir en tierra ajena, ante un rival mucho más preparado. Él había aceptado el reto apenas dos meses antes.

Aunque el resultado lo desanimó en su momento, esa experiencia también forjó su carácter y lo llevó a replantearse su camino en el boxeo.

Hoy, a sus 51 años, asegura sentirse con la energía de un hombre de 30. “Estoy para pelearle a cualquiera”, dijo entre risas. La idea de un último combate lo seduce, como cierre de su etapa competitiva sobre el ring. Aunque recibió una propuesta para dirigir a la selección de Paraguay, su arraigo a Tucumán y el deseo de no dejar su gimnasio en otras manos lo mantienen en la provincia.

Como buen correntino, honra la fama de firmeza que se le atribuye a su tierra natal: se dice que en Corrientes, la confianza se valora al extremo y las decisiones se toman sin vuelta atrás. Así que habrá “King Álvarez” en Tucumán por mucho tiempo más.